asi, al menos podria haber tenido la decencia de dejar las manos quietas y no empeorar las cosas. Respecto a Umberto, en el diccionario gigante de tia Rose no habia palabras suficientes para describir la rabia que me daba que estuviera alli y me hiciera aquello. Era evidente que habia manipulado a Alessandro y le habia ordenado que no me quitase el ojo -ni las manos, ni la boca, ni nada-de encima en ningun momento.

Mi cuerpo ejecuto el unico plan de juego logico antes de que mi cerebro lo aprobase: entre veloz en el cuarto del que acababan de salir ellos y cogi el libro y el frasquito (este ultimo, por despecho). Luego volvi a la habitacion de Alessandro y envolvi mi botin en una camisa que encontre tirada sobre su cama.

Mire alrededor en busca de cualquier objeto que pudiera perjudicarme y se me ocurrio que lo mejor que podia hacer era robar las llaves del Alfa Romeo. Sin embargo, al abrir de golpe el cajon de la mesilla de Alessandro, lo unico que encontre fue un punado de moneda extranjera, un rosario y una navaja. Sin molestarme en cerrar el cajon, trate de localizar otros escondites, procurando ponerme en el lugar de Alessandro.

– Romeo, Romeo -murmure hurgando aqui y alla-, ?donde ocultais las llaves de vuestro vehiculo?

Cuando al fin se me ocurrio mirar bajo la almohada, ademas de las llaves del coche encontre una pistola. Sin pensarlo, cogi las dos cosas, y me sorprendio lo que pesaba el arma. De no haber estado tan mosqueada, me habria reido de mi misma: ?increible pacifista, yo!, ?adonde habia ido a parar mi ideal de un mundo justo sin violencia? En ese momento, la pistola de Alessandro era mipipa de la paz.

De nuevo en mi cuarto, lo meti todo de prisa en mi bolso de viaje. Cuando estaba cerrando la cremallera, mis ojos repararon en el anillo que llevaba puesto. Si, era mio, y de oro macizo, si, pero simbolizaba mi simbiosis espiritual -y ahora fisica- con el hombre que se habia colado dos veces en mi habitacion para robarme la mitad de mi mapa del tesoro y darselo al capullo mentiroso que posiblemente habia asesinado a mis padres. Asi que tire y tire de el hasta que salio; luego lo deje encima de la almohada, a modo de melodramatica despedida de Alessandro.

En el ultimo momento cogi elcencio de la cama, lo doble con sumo cuidado y lo guarde en la bolsa con todo lo demas. No es que lo quisiera para nada, ni que creyera que podria venderselo a alguien, sobre todo en su estado actual. Simplemente no queria que lo tuvieran ellos, punto.

Hecho esto, cogi mi botin y sali por el balcon sin esperar el aplauso.

La vieja enredadera que cubria el muro era lo bastante fuerte para soportar mi peso y permitir que me descolgara desde el balcon. Lance la bolsa a un seto mullido y, tras comprobar que habia aterrizado en lugar seguro, me embarque en mi laboriosa fuga.

Avanzando despacio por el muro, con las manos y los brazos destrozados, pase cerca de una ventana aun iluminada a pesar de la hora. Al estirarme para verificar que no habia en ella nadie a quien pudiera extranarle el ruido, me asombro ver a fray Lorenzo y a tres de sus hermanos sentados en silencio, con las manos cruzadas, delante de una chimenea repleta de flores frescas. Dos de ellos se estaban quedando traspuestos, pero Lorenzo parecia resuelto a no cerrar los ojos por nada ni nadie hasta que esa noche hubiera terminado.

Mientras colgaba de esta guisa, jadeando desesperada, oi un bullicio arriba, en mi cuarto, y a alguien que salia furioso al balcon. Contuve la respiracion y me quede lo mas quieta que pude hasta que estuve segura de que habia vuelto dentro. No obstante, la prolongada tension fue demasiado para la enredadera, que, en cuanto decidi reanudar el descenso, cedio y se desprendio del muro, mandandome de cabeza al follaje que tenia a mis pies.

Por fortuna, la caida no fue de mas que de unos tres metros. Menos afortunado fue el aterrizaje en un lecho de rosas. No obstante, me levante de entre las ramas espinosas demasiado histerica para sentir dolor alguno y recogi mi bolsa; los aranazos de los brazos y las piernas no eran nada comparados con la sensacion de derrota que no pude evitar sentir mientras me alejaba a la pata coja de la mejor y la peor de las noches de mi vida, todo en uno.

Tentando el camino en la humeda oscuridad del jardin, sali de entre unos matorrales pringosos a la glorieta apenas iluminada de la entrada de coches. Alli parada, con la bolsa pegada al pecho, me di cuenta de que no iba a poder sacar el Alfa Romeo, atrapado entre varias limusinas que no podian ser sino de la Hermandad de Lorenzo. Aunque la idea no me hacia ninguna gracia, estaba claro que iba a tener que volver a Siena a pie.

De pronto, mientras me encontraba alli de pie, furiosa por mi mala pata, oi a unos perros ladrar rabiosos a mi espalda. Abri la bolsa, saque la pistola -por si acaso- y sali disparada por la gravilla, rezandole entre jadeos al angel de la guarda que estuviese de servicio en la zona esa noche. Con un poco de suerte, podria llegar a la carretera principal antes de que me dieran alcance y pedirle a alguien que me llevara. Si el conductor consideraba provocativo mi romantico atuendo, le aclararia las cosas con la pistola en un pispas.

Como era de esperar, la altisima verja de entrada al castello Salimbeni estaba cerrada, y no me moleste en pulsar los botones del interfono. Meti el brazo por entre los barrotes y deposite la pistola en la gravilla, al otro lado, luego lance la bolsa por encima de la verja. Cuando la oi caer con un fuerte estruendo, se me ocurrio que quiza el golpe hubiera roto el frasquito que iba dentro. Me importaba bien poco: atrapada entre unos perros furibundos y una verja gigante, tendria suerte si el frasquito era lo unico que terminaba hecho pedazos esa noche.

Por fin me asi a los barrotes y empece a trepar, pero, a medio camino, oi que alguien venia corriendo a por mi e, histerica, intente acelerar el proceso. El metal estaba frio y resbaladizo y, antes de que pudiera llegar arriba y ponerme a salvo, una mano me agarro con fuerza el tobillo.

– ?Giulietta! ?Espera! -Era Alessandro.

Lo mire furiosa, casi cegada por el miedo y la rabia.

– ?Sueltame! -espete, esforzandome por zafarme de el-. ?Capullo! ?Ojala os pudrais en el infierno! ?Tu y tu condenada madrina!

– ?Baja! -Alessandro no estaba dispuesto a negociar-. ?Te vas a hacer dano!

Logre soltarme el pie y ponerme a salvo.

– ?Si, claro! ?Gilipollas! ?Prefiero partirme el craneo a seguir jugando a tus jueguecitos!

– ?Baja de una vez! -Trepo para alcanzarme, esta vez echando mano de mi falda-. ?Dejame que me explique! ?Por favor!

Gruni de frustracion. Estaba deseando largarme; ademas, ?que podia querer decirme ya? Sin embargo, como me tenia bien agarrada por el vestido, no me quedo otra que aguantar, indignada, mientras las manos y los brazos se me iban rindiendo poco a poco.

– Giulietta, por favor, escuchame. Puedo explicartelo todo…

Supongo que estabamos tan centrados el uno en el otro que ninguno de los dos se percato de que una tercera persona surgia de entre las sombras al otro lado de la verja hasta que hablo.

– Muy bien, Romeo, ?quitale las manos de encima a mi hermana!

– ?Janice! -Me sorprendio tanto verla que casi me escurro.

– ?Sigue trepando! -Janice se agacho a coger la pistola-. Y tu, ?esas manitas!

Por entre los barrotes, apunto a Alessandro, que me solto en seguida. Janice siempre habia resultado muy convincente, fueran cuales fuesen sus complementos; con una pistola en la mano era la mismisima personificacion del «no es no».

– ?Cuidado! -Alessandro salto de la verja y reculo un poco-. Esa arma esta cargada…

– ?Claro que esta cargada! -espeto Janice-. ?Levanta las zarpas, donjuan!

– …?y se dispara muy facilmente!

– ?Ah, si? ?Pues yo tambien! Pero ?sabes que? ?Ese es tu problema! ?Tu eres el blanco!

Entretanto, pude pasar torpemente por encima de la verja y, en cuanto pude, me deje caer al suelo al lado de Janice con un aullido de dolor.

– ?Joder, Jules! ?Estas bien? Toma, coge esto… -Me paso el arma-. Voy a buscarnos un medio de transporte… ?No, idiota, apuntalea el!

Solo estuvimos asi unos segundos, pero se me hicieron eternos. Alessandro me miraba con tristeza a traves de los barrotes mientras yo me esforzaba por apuntarle con el arma, con los ojos empanados de lagrimas.

– Dame el libro -fue todo cuanto me dijo-. Es lo que quieren. No te dejaran en paz hasta que lo tengan. Confia en mi. Por favor, no…

– ?Vamos! -grito Janice, deteniendo a mi lado su moto en medio de una nube de tierra-. ?Coge la bolsa y sube! -Al verme titubear, acelero impaciente-. ?Mueve el culo, dona Julieta! ?Se acabo la fiesta!

Instantes despues, surcabamos veloces la penumbra en su Ducati. Cuando me volvia mirar por ultima vez, Alessandro seguia alli de pie, apoyado en la verja, como si hubiera perdido el tren mas importante de su vida por un estupido error de calculo.

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