a una ceremonia?

Pero ese no era el problema, sino que quien hubiese puesto elcencio en mi cama estaba compinchado con Bruno Carrera y, por tanto, era -directa o indirectamente- responsable del robo del museo de la Lechuza, que habia llevado a mi pobre primo al hospital. En otras palabras, no era un mero antojo romantico lo que me tenia sentada alli esa noche con el cencio en la mano, estaba en juego algo mayor y mas siniestro, no cabia duda.

De pronto asustada de que algo malo le hubiera ocurrido a Alessandro, me levante al fin. En lugar de buscar ropa limpia, volvi a ponerme el vestido de terciopelo rojo tirado en el suelo y me acerque al balcon. Sali fuera, me llene los pulmones de la balsamica sensatez de la noche fria y me asome a la habitacion de Alessandro.

No lo vi, pero tenia todas las luces encendidas y parecia que hubiera salido a toda prisa, sin cerrar siquiera la puerta.

Tarde un par de segundos en reunir el valor necesario para abrir la puerta de su balcon y colarme dentro. Aunque me sentia mas cerca de el que de ningun otro hombre que hubiera conocido en mi vida, aun oia una vocecilla en mi cabeza que me decia que no lo conocia bien, salvo su fisonomia y sus dulces palabras.

Pase un momento en medio de su alcoba, contemplando la decoracion. Esa no era otro cuarto de invitados, sinosu habitacion y, en otras circunstancias, me habria encantado curiosear, mirar las fotos de las paredes y hurgar en todas las jarritas llenas de extranas fruslerias.

Cuando estaba a punto de colarme en el bano, oi voces mas alla de la puerta entreabierta de la galeria interior. Sin embargo, al asomarme, no vi a nadie en ella ni en el salon; la fiesta habia terminado hacia horas y la casa entera estaba a oscuras, salvo por alguna antorcha mural que tintineaba en alguna que otra esquina.

Sali a la galeria, intente averiguar de donde procedian las voces y llegue a la conclusion de que las personas a las que oia estaban en otro cuarto de invitados del mismo pasillo, mas alla. A pesar de la dispersion de las voces - por no mencionar mi estado de animo-, me parecio oir hablar a Alessandro. Y a otra persona. El sonido de su voz me inquieto y me agrado a la vez, y supe que no podria volver a dormirme si no averiguaba quien habia logrado arrancarlo de mi lado esa noche.

La puerta estaba entornada y, mientras me acercaba con sigilo, procure que no me alcanzara el haz de luz que banaba el suelo de marmol. Al asomarme, pude ver a dos hombres y captar algunos fragmentos de su conversacion, aunque no entendi lo que decian. Uno era sin duda Alessandro, sentado en un escritorio, vestido solo con unos vaqueros; se lo veia muy tenso, comparado con la ultima vez que lo habia tenido cerca. En cuanto el otro se volvio para mirarlo, entendi por que.

Era Umberto.

VIII. III

Oh, corazon de serpiente bajo un rostro afable. ?Cuando tuvo el dragon una cueva asi?

Janice solia decir que hasta que te parten el corazon una vez no maduras ni te conoces. Para mi, esa estricta doctrina no habia sido sino una magnifica razon para no enamorarme. Hasta entonces. Esa noche en la galeria, viendo a Alessandro y a Umberto conspirar contra mi, supe al fin quien era yo de verdad: la tonta de Shakespeare.

A pesar de todo lo que habia averiguado en la ultima semana, lo primero que senti al ver a Umberto fue alegria; una alegria efervescente, absurda y descabellada que tarde en mitigar. Hacia dos semanas, tras el funeral de tia Rose, habia creido que Umberto era el unico ser querido que me quedaba en el mundo y, al iniciar mi aventura italiana, me habia dolido abandonarlo alli. Ahora, claro esta, todo era distinto, pero no por eso -lo sabia de pronto- habia dejado de quererlo.

Me sorprendio verlo, pero en seguida supe que no tenia por que. En cuanto Janice me habia comunicado que Umberto era, en realidad, Luciano Salimbeni, habia caido en la cuenta de que, a pesar de las tonterias que me habia preguntado por telefono y de haber fingido no enterarse de lo que le contaba del cofre de mama, me habia llevado varios pasos de ventaja todo el tiempo. Y precisamente porque lo queria y siempre lo defendia delante de Janice - insistiendo en que ella no habia entendido a la policia o que se trataba de un simple error de identificacion-, su traicion se me hacia aun mas dolorosa.

Por mas que intentaba justificar su presencia alli, esa noche, ya no cabia duda alguna de que Umberto era Luciano Salimbeni. Habia sido el quien habia encargado a Bruno que me robara elcencio y, a juzgar por su historial -cuando el andaba cerca, siempre moria alguien-, seguramente tambien habia mandado a Bruno al otro barrio.

Lo raro era que aun tuviese el mismo aspecto de siempre. Hasta la expresion de su rostro era como la recordaba; algo arrogante, algo divertida y siempre circunspecta.

La que habia cambiado era yo.

Al fin podia admitir que Janice lo habia calado hacia tiempo: era un psicopata al acecho. En cuanto a Alessandro, por desgracia, tambien estaba en lo cierto. Decia que yo le daba igual, que todo era un teatro para hacerse con el tesoro. Deberia haberle hecho caso. Ahora era ya muy tarde. Alli estaba yo, la muy boba, sintiendome como si alguien le hubiese dado un mazazo a mi futuro.

«Esta -pense mientras los espiaba por la rendija de la puerta-seria una de esas veces en que me echo a llorar.» Pero no pude. Habian pasado muchas cosas esa noche. No me quedaban emociones, salvo un nudo en la garganta, en parte de incredulidad, en parte de miedo.

Entretanto, en la habitacion, Alessandro se levanto del escritorio y le dijo algo a Umberto sobre lo de siempre: fray Lorenzo, Giulietta y elcencio. En respuesta, Umberto se llevo la mano al bolsillo y saco un frasquito verde, le dijo algo que no entendi, agito el frasquito con energia y se lo tendio.

Conteniendo la respiracion para no hacer ruido, lo unico que pude ver fue un cristal verde y un corcho. ?Que seria? ?Veneno? ?Un somnifero? ?Para quien? ?Para mi? ?Queria Umberto que Alessandro me matara? Jamas habia necesitado tanto el italiano como entonces.

Ignoro que debia de contener aquel frasquito, pero fue una sorpresa absoluta para su receptor. Mientras le daba vueltas en la mano, su mirada se torno casi diabolica; al poco, se lo devolvio a Umberto con un comentario despectivo y, por un momento, crei que Alessandro se negaba a tomar parte en los planes perversos de Umberto, cualesquiera que estos fuesen.

Umberto se encogio de hombros y dejo el frasquito en la mesa. Luego tendio la mano, obviamente esperando algo a cambio, y Alessandro, cenudo, le entrego un libro.

Lo reconoci en seguida. Era el ejemplar deRomeo y Julieta de mi madre, desaparecido del cofre de documentos el dia anterior mientras Janice y yo haciamos espeleologia en los pasadizos, o quiza despues, cuando intercambiabamos relatos de fantasmas con Lippi en su taller. Por eso Alessandro no habia parado de llamar al hotel: queria asegurarse de que habia salido para poder entrar en mi habitacion a robarlo.

Sin darle las gracias siquiera, Umberto empezo a hojear el libro con orgullosa avidez, mientras Alessandro se metia las manos en los bolsillos y se acercaba a mirar por la ventana.

Trague saliva para evitar que se me saliera el corazon por la boca y mire al hombre que acababa de decirme - hacia solo unas horas- que se sentia renacido y purificado de sus pecados. Alli estaba, traicionandome, y no con cualquiera, sino con el unico otro hombre en el que habia confiado en mi vida.

Justo cuando decidi que habia visto bastante, Umberto cerro el libro de golpe y lo arrojo con desden sobre la mesa, junto al frasquito, farfullando algo que pude entender sin saber italiano. Igual que Janice y yo, Umberto habia llegado a la frustrante conclusion de que el libro -en si- no contenia pista alguna del paradero de la tumba de Romeo y Julieta, y que, sin duda, faltaba alguna otra prueba esencial.

Sin previo aviso, se acerco a la puerta y apenas tuve tiempo de ocultarme como una bala entre las sombras antes de que saliera a la galeria, haciendole una sena a Alessandro para que lo siguiera en seguida. Pegada a un recodo del muro, los vi salir al pasillo y bajar sigilosos la escalera hasta el gran salon.

Al fin note que los ojos se me llenaban de lagrimas, pero las contuve, convenciendome de que estaba mas enfadada que triste. Genial. Alessandro estaba en todo aquello por la pasta, como Janice habia supuesto. Si eso era

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