– Pero soy tierno como un cordero.

Le puse una mano en el pecho.

– Mas bien un lobo con piel de cordero.

– Los lobos son animales muy mansos -replico, bajandome hasta que nuestros rostros quedaron a escasos centimetros de distancia.

Cuando me beso, me dio igual quien nos mirara. Lo estaba deseando desde nuestra visita a Rocca di Tentennano, y tambien yo lo bese sin reservas. Solo al notar que ponia a prueba la flexibilidad del biquini de Eva Maria, exclame:

– ?Que ha sido de Colon y su exploracion de la costa?

– Colon no te conocio a ti -repuso apoyandome en un lado de la piscina y cerrandome la boca con otro beso.

Habria seguido hablando y muy posiblemente yo le habria respondido bien si no nos hubiera interrumpido una voz que nos llamaba desde un balcon.

– ?Sandro! -chillo Eva Maria haciendole una sena-. ?Necesito que vengas, en seguida!

Aunque Eva Maria se retiro de inmediato, su repentina aparicion nos hizo dar un respingo y, sin pensarlo, me solte de Alessandro y estuve a punto de hundirme. Menos mal que el no me solto a mi.

– ?Gracias! -dije jadeando y colgandome de el-. Parece que tus manos no estan malditas despues de todo.

– ?Ves? Ya te lo dije. -Me aparto con la mano unos mechones de pelo que tenia pegados a la cara como espaguetis humedos-. Para cada maldicion existe una bendicion.

Lo mire a los ojos y me asusto su repentina seriedad.

– Bueno, en mi opinion… -le acaricie la mejilla-, las maldiciones solo funcionan si crees en ellas.

Cuando volvi a mi cuarto, me sente en el suelo y me eche a reir. Acababa de hacer una de esas cosas que Janice hacia -darse el lote en una piscina-, y estaba deseando contarselo todo. Aunque tal vez no le haria mucha gracia saber que me habia dejado meter mano por Alessandro, ignorando por completo sus advertencias. En cierta medida, me encantaba verla tan celosa de el, si era eso lo que le sucedia. No me lo habia dicho claramente, pero sabia que la habia decepcionado mucho que no hubiese querido acompanarla a Montepulciano en busca de la casa de mama.

Solo entonces, sintiendome algo culpable por mi frivolo ensueno, percibi un olor a humo -?incienso?- que ignoraba si habia presidido mi cuarto desde antes. Con el quimono mojado, sali al balcon a tomar una bocanada de aire fresco y vi ocultarse el sol tras las montanas lejanas en una fiesta de oro y sangre y, a mi alrededor, el cielo se tinto de azules oscuros. Al caer el dia, el aire traia consigo un toque de rocio cargado con una promesa, la de todos los olores, las pasiones y los escalofrios fantasmales de la noche.

Al volver adentro, encendi una lampara y vi que me habian dejado un vestido sobre la cama, con una nota manuscrita que rezaba: «Pontelo para la fiesta.» Lo cogi y lo examine, alucinada; Eva Maria no solo volvia a elegirme el modelito sino que ademas esta vez queria abochornarme. Se trataba de una prenda hasta los pies, de terciopelo carmesi, escote recto y mangas acampanadas; Janice lo habria considerado el ultimo grito entre los muertos vivientes y lo habria desechado en seguida con una risa socarrona. Me vi tentada de hacer lo mismo.

Sin embargo, cuando saque el mio y los compare, pense que, quiza, si bajaba a cenar enfundada en aquel vestidito negro esa noche precisamente cometeria el mayor error de mi vida. A pesar de los escotazos de Eva Maria y sus comentarios subidos de tono, era muy posible que sus invitados fueran un punado de mojigatos que, por mis tirantitos, me tildaran de buscona.

Una vez obedientemente ataviada con el atuendo medieval de Eva Maria y el pelo recogido en un mono pretendidamente festivo, me quede un instante a la puerta, escuchando llegar a los invitados. Oi risas y musica y, entre el descorche de botellas, a mi anfitriona saludando no solo a amigos y familiares queridos, sino tambien a miembros del clero y la nobleza. Poco convencida de contar con agallas para sumergirme yo sola en la jarana, recorri de puntillas el pasillo y llame con disimulo a la puerta de Alessandro. Pero no estaba alli. Cuando me disponia a agarrar el pomo de la puerta, alguien me puso una zarpa en el hombro.

– ?Giulietta! -Eva Maria tenia una forma de aparecerseme que me desconcertaba-. ?Ya estas lista para bajar?

Me volvi con un respingo, avergonzada de que me sorprendiese alli, a punto de colarme en el cuarto de su ahijado.

– ?Buscaba a Alessandro! -espete espantada de encontrarmela a mi espalda, mas alta de lo que la recordaba, con una tiara de oro en la cabeza y una cantidad excesiva de maquillaje, incluso para ella.

– Ha tenido que ir a hacer un recado -dijo quitandole importancia-. Volvera. Ven…

Mientras avanzabamos juntas por el portico, me fue imposible no fijarme en su vestido. Si habia barajado la idea de que mi atuendo me hacia parecer la heroina de una obra de teatro, al mirarla supe que, como mucho, me tocaba un papel secundario. Vestida de tafetan dorado, brillaba mas que cualquier sol y, cuando bajo parsimoniosa la escalera, con la mano firmemente anclada a mi hombro, los invitados reunidos abajo no pudieron ignorarla.

Al menos habia un centenar de personas en el salon, y todas contemplaron maravilladas el esplendido descenso de su anfitriona, que me escoltaba hasta ellos con la delicadeza de una hada esparciendo petalos de rosa ante la realeza de los bosques. Sin duda habia previsto ese efecto con antelacion, porque solo las velas altas de las lamparas de arana y los candelabros iluminaban la estancia, y ese tintineo daba tanta vida a su vestido que parecia tener luz propia. Por un momento, no oi mas que musica; no los temas de siempre sino la interpretacion en directo de un grupo de musicos medievales apostados al fondo del salon.

Mientras observaba a la muda multitud, me alivio haberme decidido por el vestido de terciopelo rojo en lugar del mio. Calificar de punado de gazmonos a los invitados de Eva Maria esa noche habria sido un eufemismo colosal; afirmar que eran de otro mundo habria resultado mas acertado. A simple vista, no habia alli nadie de menos de setenta; en realidad, eran casi todos octogenarios. Una persona caritativa los habria considerado abuelitos que solo iban de fiesta cada veinte anos y no habian abierto una revista de moda desde la segunda guerra mundial; yo habia convivido demasiado con Janice para ser tan generosa. De haber visto lo que yo, mi hermana habria puesto cara de espanto y se habria pasado la lengua por los colmillos, provocativa. Por fortuna, si eran vampiros, parecian tan fragiles que probablemente jamas me dieran alcance.

Cuando llegamos al final de la escalera, un enjambre de ellos se acerco a mi, hablandome en un rapidisimo italiano y tocandome con sus dedos exangues para confirmar que era de verdad. Su asombro de verme parecia indicar que -a su juicio- era yo la que habia salido de la tumba para la ocasion.

Al verme confundida e incomoda, Eva Maria no tardo en despacharlos y al final nos quedamos con las dos mujeres que si tenian algo que decirme.

– Ella es la senora Teresa y ella es la senora Chiara -me explico Eva Maria-. Teresa desciende de Giannozza Tolomei, como tu; Chiara, de la senora Mina de los Salimbeni. Estan emocionadas de tenerte aqui, porque te creian muerta hace tiempo. Saben mucho del pasado, y de la mujer cuyo nombre has heredado, Giulietta Tolomei.

Mire a las dos ancianas. No me extranaba nada que lo supieran todo de mis antepasados y de los sucesos de 1340, pues muy bien podrian haber huido de la Edad Media en un coche de caballos para asistir a la fiesta. Ambas parecian sostenerse solo por los corses y las gorgueras de encaje. Una de ellas no paraba de sonreir timida tras un abanico negro; en cambio, la otra, con un mono que yo no habia visto mas que en pinturas antiguas, del que sobresalia una pluma de pavo real, me observaba con cierta reserva. Entre aquellos personajes obsoletos, Eva Maria resultaba decididamente juvenil, y me alegro que no se moviera de mi lado, impaciente por traducirme en seguida todo lo que me dijeran.

– La senora Teresa -dijo refiriendose a la del abanico- quiere saber si tienes una gemela llamada Giannozza. Que las gemelas se llamen Giulietta y Giannozza es una tradicion familiar centenaria.

– Lo cierto es que si -asenti-. Ojala estuviera aqui esta noche. Todo esto le… -repase con la mirada la sala iluminada por las velas y a toda aquella gente rara y contuve una sonrisa- le habria encantado.

La noticia de que eramos dos rompio el rostro arrugado de la anciana en una efusiva sonrisa, y me hizo prometer que la proxima vez que fueramos de visita me llevaria conmigo a mi hermana.

– Pero, si esos nombres son una tradicion familiar -dije-, ?debe de haber cientos, miles de Giuliettas Tolomei por el mundo aparte de mi!

– ?No, no! -exclamo Eva Maria-. Recuerda que es una tradicion de la rama materna y la mujer toma el apellido de su marido al casarse. Que la senora Teresa sepa, en todos estos anos no se ha bautizado a ninguna otra Giulietta o Giannozza Tolomei. Pero tu madre era muy terca… -Eva Maria meneo la cabeza con medida admiracion-. Ansiaba llevar ese apellido, asi que se caso con el profesor Tolomei. Y, mira tu por donde, ?tuvo gemelas! -Busco la

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