A pesar del caos y del brio con que caminaba Eva Maria, pude apreciar las dimensiones de la cocina a mi paso por ella. En mi vida habia visto pucheros y sartenes tan grandes, tampoco una chimenea del tamano de un cuarto universitario; era la clase de cocina rustica con la que muchos dicen sonar pero que -si algun dia la tuvieran- no sabrian como usar.

Desde la cocina salimos a un esplendido vestibulo, sin duda la entrada oficial al castello Salimbeni. Era un espacio cuadrado y ostentoso, con un techo de unos quince metros de altura y una arcada en la primera planta que rodeaba todo su perimetro, del estilo de la biblioteca del Congreso en Washington, donde tia Rose nos habia llevado una vez a Janice y a mi -con fines educativos y para no tener que cocinar- mientras Umberto disfrutaba de sus vacaciones anuales.

– ?Aqui es donde haremos la fiesta esta noche! -dijo Eva Maria con una breve pausa para asegurarse de que me sobrecogia.

– Es… impresionante -fue cuanto pude observar; las palabras escapandoseme bajo el altisimo techo.

Las habitaciones de invitados estaban arriba, lejos de aquel portico. Mi anfitriona, ademas, habia tenido el detalle de asignarme una con balcon y vistas: de la piscina, de un huerto y, mas alla del huerto, de Val d'Orcia banado de oro. Un pedacito del Eden.

– ?No hay manzanos? -bromee, asomandome al balcon y admirando la enredadera que trepaba por el muro-. ?Ni serpientes?

– En mi vida he visto una serpiente aqui -me contesto Eva Maria muy seria-. Y paseo por el huerto todas las noches. Pero, si me encontrara una, la aplastaria con una piedra, tal que asi. -Me hizo una demostracion.

– Si, pasaria a mejor vida -dije.

– De todas formas, si tienes miedo, Sandro esta ahi mismo… -senalo las puertas francesas que habia junto a las mias-. Compartis ese balcon. -Me dio un codazo complice-. He querido poneroslo facil.

Algo anonadada, la segui al interior de mi habitacion. La dominaba una esplendida cama con dosel hecha con ropa blanca. Al reparar en mi estupefaccion, Eva Maria meneo las cejas como lo habria hecho Janice-. Bonita cama, ?eh? ?Colosal!

– Vera… -dije con las mejillas encendidas- no quiero que se haga usted una idea equivocada sobre mi y… su ahijado.

Me lanzo una mirada muy parecida a una de decepcion.

– ?No?

– No. No soy de esa clase de personas. -Al ver que mi castidad no lograba impresionarla, anadi-: Solo hace una semana que lo conozco. Mas o menos.

Eva Maria sonrio al fin y me dio una palmadita en la mejilla.

– Eres una buena chica. Me gusta. Ven, que te voy a ensenar el bano…

Cuando por fin me dejo sola -despues de comunicarme que habia un biquini de mi talla en el cajon de la mesilla y un quimono en el armario-, me tire en la cama con los brazos en cruz. Habia algo muy relajante en la esplendida hospitalidad de aquella mujer; si hubiera querido, podria haberme quedado alli el resto de mi vida, viviendo las estaciones de postal del calendario de la Toscana, siempre vestida para cada ocasion. Aun asi, todo aquello me resultaba preocupante; de hecho, tenia la sensacion de que aun me quedaba por descubrir algo terrible sobre Eva Maria -no lo de la mafia, otra cosa-, y no ayudaba nada que las pistas que necesitaba se hallaran suspendidas en el aire, como globos atrapados por un techo altisimo. Claro que tampoco ayudaba mi falta de perspectiva, la media botella de prosecco que me habia bebido con el estomago vacio y que yo tambien flotara en el septimo cielo como consecuencia de mi tarde con Alessandro.

Cuando empezaba a quedarme adormilada, oi un fuerte chapuzon procedente de fuera y, al poco, una voz que me llamaba. Me levante de la cama sin muchas ganas y, al salir al mirador, vi a Alessandro saludandome desde la piscina, muy jugueton.

– ?Que haces ahi arriba? -me chillo-. ?El agua esta buenisima!

– ?Y a ti que diablos te ocurre con el agua? -le replique.

Se mostro perplejo, aunque eso solo potencio su encanto.

– ?Que tiene de malo el agua?

Cuando me reuni con el junto a la piscina, envuelta en el quimono de Eva Maria, Alessandro solto una carcajada.

– ?No tenias calor? -dijo, sentandose al borde con los pies en el agua para disfrutar de los ultimos rayos de sol.

– Tenia -respondi mientras jugaba con el cinto del quimono, algo incomoda-, pero ya me encuentro mejor. Tampoco soy buena nadadora, la verdad.

– No tienes que nadar -repuso-. La piscina no es muy profunda. Ademas… -me miro de arriba abajo- yo estoy aqui para protegerte.

Mire a todas partes menos a el. Llevaba uno de esos banadores minusculos europeos, pero eso era lo unico minusculo en el. Alli sentado, a la luz del atardecer, parecia de bronce; su cuerpo casi relumbraba y -no cabia duda- lo habia esculpido alguien perfectamente familiarizado con las proporciones ideales del fisico humano.

– ?Anda, ven! -dijo volviendo a sumergirse en el agua como si fuese su elemento-. Te va a encantar, ya veras.

– No bromeo -dije, sin moverme de donde estaba-. No soy muy de agua.

Sin creerme del todo, nado hasta mi y apoyo los brazos en el borde de la piscina.

– ?Y eso que quiere decir? ?Que te disuelves?

– Tiendo a ahogarme -conteste, quiza mas aspera de lo preciso-, y me entra el panico. En el orden inverso. -Al ver que no me creia, suspire profundamente y prosegui-: Cuando tenia diez anos, mi hermana me empujo desde un muelle para impresionar a sus amigos. Me di un fuerte golpe en la cabeza con una amarra y estuve a punto de ahogarme. Desde entonces no puedo estar tranquila donde no haga pie. Hala, ya lo sabes: Giulietta es una cagueta.

– Vaya con tu hermanita… -dijo Alessandro meneando la cabeza.

– En realidad, tenia motivos -me explique-. Yo intente tirarla a ella primero.

– Asi que te dio tu merecido -rio-. Venga. Estas demasiado lejos. Sientate aqui -dijo dando unas palmaditas en las baldosas grises.

Me desprendi por fin del quimono, dejando a la vista el biquini minusculo de Eva Maria, y me sente a su lado con los pies en el agua.

– ?Ah, la piedra quema!

– ?Pues ven aqui! -me insto-. Abrazate a mi cuello. Yo te cojo. Negue con la cabeza. -No. Lo siento.

– Anda, ven. No podemos seguir asi, tu ahi arriba y yo aqui abajo. -Alargo los brazos y me agarro por la cintura-. ?Como voy a ensenar a nadar a nuestros hijos si ven que tu le tienes miedo al agua?

– ?Vaya, eres una joyita! -bromee apoyandome en sus hombros-. ?Como me ahogue, te denuncio!

– Di que si, denunciame -dijo levantandome del borde y sumergiendome en el agua-; tu no te culpes de nada.

Por suerte, ese comentario me fastidio tanto que no le preste mucha atencion al agua. Antes de darme cuenta, me habia metido hasta el pecho, con las piernas enroscadas en su cintura desnuda. Y me sentia de maravilla.

– ?Ves? -sonrio triunfante-. No esta tan mal como pensabas, ?no?

Mire el agua y vi mi reflejo distorsionado.

– ?Ni se te ocurra soltarme!

Se agarro bien a la braguita del biquini de Eva Maria.

– No pienso soltarte jamas. Te tengo atrapada en esta piscina, para siempre.

A medida que mi temor al agua fue remitiendo, empece a apreciar el tacto de su cuerpo contra el mio y, a juzgar por su mirada -entre otras cosas-, el sentimiento era mutuo.

– «Aunque tiene… hermoso el rostro, mejor que el de muchos hombres…, y un muslo…, ?que muslo! ?Excede al de cualquiera! ?Y que mano, y que pie, ?y que cuerpo!… Ocioso es hablar de esto… ?Exceden a toda comparacion! No diria que el sea la flor de la cortesia pero, lo garantizo, es tierno como un cordero» -dijo.

Alessandro sin duda se esforzaba por ignorar la obra de ingenieria de la parte superior de mi biquini.

– ?Ves?, en eso Shakespeare tiene razon sobre Romeo…, para variar.

– ?En que?… ?En que no eres la flor de la cortesia?

Me estrujo un poco mas.

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