de mi -llevaba toda la tarde derrumbandose- y me volviera blanda y acomodadiza, apenas capaz de ver mas alla del momento.

– ?De verdad crees en las maldiciones? -le susurre, acurrucada en sus brazos.

– Creo en las bendiciones -repuso con los labios pegados a mi sien-. Creo que por cada maldicion hay una bendicion.

– ?Sabes donde esta elcencio?

Note que se ponia tenso.

– Ojala lo supiera. Quiero recuperarlo casi tanto como tu.

Lo mire a los ojos, tratando de averiguar si mentia.

– ?Por que?

– Porque… -recibio con convincente serenidad mi mirada recelosa- carece de valor sin ti.

Cuando al fin volvimos paseando al coche, nuestras sombras se extendian ante nosotros y el aire tenia cierto aroma nocturno. Justo cuando empezaba a preguntarme si no llegariamos tarde a la fiesta de Eva Maria, sono el movil de Alessandro, y me dejo guardando las copas y la botella en el maletero mientras el, alejandose del coche, intentaba explicarle a su madrina el misterioso retraso.

Buscando un lugar seguro donde dejar las copas, vi una caja de vinos de madera al fondo del maletero con la etiqueta «castello Salimbeni» impresa en el lateral. Levante la tapa para ver que habia dentro y descubri que no eran botellas de vino sino virutas de madera. Sospeche que era alli donde Alessandro habia llevado las copas y el prosecco. Para asegurarme de que las copas cabian bien en la caja, meti la mano entre las virutas y hurgue un poco. Al hacerlo, mis dedos toparon con algo duro y, cuando lo saque, vi que era una caja antigua, del tamano de una de puros.

De pronto me acorde del dia anterior, en los pasadizos subterraneos, cuando Janice y yo habiamos visto a Alessandro sacar un estuche similar de la caja fuerte del muro de toba. Incapaz de resistir la tentacion, levante la tapa del estuche con la temblorosa premura del infractor; jamas habria pensado que ya sabia lo que contenia. Al palparlo con los dedos -el sello dorado acolchado en terciopelo azul-, la realidad pulverizo en segundos mis pensamientos romanticos.

Debido a la conmocion de descubrir que ibamos por ahi cargando con un objeto que habia matado -directa o indirectamente- a un monton de gente, apenas habia conseguido volver a guardarlo todo en la caja de vino cuando Alessandro se planto a mi lado con el movil cerrado en la mano.

– ?Que buscas? -me pregunto con los ojos fruncidos.

– Mi crema solar -dije como si nada, corriendo la cremallera de mi bolso de viaje-. Aqui el sol es… criminal.

De nuevo en ruta, me costo calmarme. No solo habia entrado a robar en mi habitacion y me habia mentido sobre su nombre, sino que incluso ahora, despues de todo lo que habia ocurrido entre nosotros -besos, confesiones, secretos familiares…-, seguia sin decirme toda la verdad. Si, me habia contado una parte, y yo habia decidido creerlo, pero no iba a ser tan tonta de creer que eso era todo lo que debia saber. El mismo lo habia admitido al negarse a explicarme por que se habia colado en mi habitacion. Habia puesto algunos ases sobre la mesa, cierto, pero sin duda aun me ocultaba sus mejores cartas. Igual que yo, supongo.

– ?Te encuentras bien? -pregunto al cabo de un rato-. Estas muy callada.

– ?Estoy perfectamente! -Me limpie una gota de sudor de la nariz y note que me temblaba la mano-. Tengo calor, eso es todo.

– Te sentiras mucho mejor cuando lleguemos -dijo dandome un apreton en la rodilla-. Eva Maria tiene piscina.

– Logico.

Respire profundamente. Me note la mano algo entumecida donde el anillo habia rozado la piel y, con disimulo, me limpie los dedos en la ropa. No era de las que se dejan llevar por supersticiones, pero alli las tenia, revoloteandome en el estomago como maiz en una maquina de palomitas. Cerre los ojos y me dije que no era el momento de sucumbir a un ataque de panico, y que aquella opresion en el pecho no era mas que mi cerebro empenado en aguarme la fiesta, como siempre. Aunque esa vez no se lo permitiria.

– Creo que lo que necesitas… -Redujo la marcha y tomo un caminito de grava-.Cazzo!

Una colosal puerta de hierro nos cortaba el paso. A juzgar por su reaccion, no era asi como Eva Maria solia recibir a su ahijado, e hizo falta un intercambio diplomatico por el interfono para que se abriera la cueva magica y pudiesemos enfilar el acceso flanqueado por apreses recortados en espiral. Una vez estuvimos a salvo en el interior de la finca, la altisima verja volvio a cerrarse suavemente a nuestra espalda y el chasquido de la cerradura apenas se oyo con el leve crujido de la gravilla y el canto vespertino de los pajarillos.

Eva Maria Salimbeni vivia en un lugar de ensueno. Su magnifica hacienda-castello, mas bien- se encontraba en lo alto de un monte a escasa distancia de la villa de Castiglione, rodeada de campos y vinas por todas partes, como las faldas de una doncella sentada en un prado. Era de esos sitios que una solo encuentra en los tipicos libros caros de dimensiones imposibles pero con los que jamas se topa en realidad y, segun ibamos acercandonos a la casa, me felicite internamente por haber decidido desoir las advertencias y acudir a la fiesta.

Desde que Janice me habia dicho que primo Peppo creia que Eva Maria era una mafiosa, me habia debatido entre la preocupacion y la incredulidad mas absolutas, pero, desde alli, a la luz del dia, la idea me parecia descabellada. Si Eva Maria manejara los hilos de algo turbio, no habria organizado una fiesta en su casa y habria invitado a una desconocida como yo.

Hasta la amenaza del anillo maldito parecio disiparse cuando el castello Salimbeni se alzo ante nosotros y, al parar junto a la fuente central, cualquier preocupacion que aun pudiera atenazarme se ahogo de inmediato en las aguas turquesas que brotaban en cascadas de tres cuernos de la abundancia sostenidos en alto por ninfas desnudas a lomos de grifos de marmol.

Ante una entrada lateral habia aparcada una furgoneta de catering de la que dos hombres con delantales de cuero descargaban cajas bajo la atenta supervision de Eva Maria. En cuanto vio el coche, se acerco, saludandonos emocionada e instandonos a que aparcaramos rapidito.

– Benvenuti! -gorjeo con los brazos abiertos-. ?Que bien que hayais venido los dos!

Como de costumbre, la exuberancia de Eva Maria me aturdio y me impidio reaccionar con normalidad; lo unico que se me paso por la cabeza fue: «Si pudiera ponerme unos pantalones asi a su edad, seria la mujer mas feliz del mundo.»

Me beso con vehemencia, como si hubiese temido por mi integridad hasta entonces, luego se volvio hacia Alessandro -su sonrisa de pronto recatada- y lo agarro por los biceps.

– ?Que travesura has estado haciendo? ?Te esperaba hace horas!

– Queria ensenarle Rocca di Tentennano a Giulietta -dijo sin sentimiento de culpa.

– ?No! -exclamo, casi abofeteandolo-. ?Ese espantoso lugar! ?Pobre Giulietta! -Se volvio hacia mi, compadeciendome-. Siento que hayas tenido que ver ese horrible edificio. ?Que te ha parecido?

– Lo cierto es que me ha parecido bastante… idilico -conteste mirando a Alessandro.

Por alguna razon inexplicable, mi respuesta la complacio tanto que me beso la frente; luego nos condujo al interior de la casa.

– ?Por aqui! -Nos llevo por una puerta trasera a la cocina, despues rodeamos una mesa gigantesca repleta de comida-. Espero que no te importe, querida, que entremos por aqui…Marcello! Dio Santo! -le grito a uno de los responsables del catering, y luego dijo algo que lo hizo coger una caja que acababa de soltar y colocarla con mucho cuidado en otro sitio-. No puedo dejarlos solos ni un momento, ?son un desastre, pobre gente! Ah…, Sandro!

– Pronto!

– ?Que haces que no vas a por el equipaje? -le espeto Eva Maria, impaciente-. ?Giulietta necesitara sus cosas!

– Pero… -A Alessandro no le hacia mucha gracia dejarme con su madrina, y su gesto de impotencia casi me hizo reir.

– ?Nos apanamos solitas! -prosiguio ella-. ?Queremos hablar de cosas de mujeres! ?Venga! ?Ve a por el equipaje!

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