Minutos mas tarde habia abandonado el hospital y se acomodaba en el asiento de atras del automovil junto a una Karen inquieta y nerviosa. Le ordeno al chofer que les condujera a su residencia de McLean.
Mientras el automovil se ponia en marcha, Collins se volvio hacia Karen.
– He llegado demasiado tarde. Ya habia muerto.
– Es terrible. ?Has… has averiguado que es lo que tenia que decirte?
– No, no tengo ni la menor idea. -Se inclino en su asiento, preocupado y perplejo.- Pero tengo el proposito de enterarme… de un modo u otro. ?Por que iba a desperdiciar conmigo sus ultimas palabras? Ni siquiera era un intimo amigo suyo.
– Pero eres el secretario de Justicia. Le has sucedido en el cargo de secretario de Justicia.
– Eso exactamente es lo que estaba pensando -dijo Collins como hablando consigo mismo-. Debia de tener algo que ver con eso. Con mi cargo. O con los asuntos del pais. Con alguna de las dos cosas. Debia de ser algo que tal vez fuera importante para todos nosotros. Dijo que era importante cuando me mando llamar. No puedo dejar esta cuestion sin resolver. Todavia no se como pero tengo que averiguar lo que deseaba decirme.
Advirtio que la mano de Karen le comprimia el brazo.
– No lo hagas, Chris, no lleves las cosas mas alla. No puedo explicarte por que pero me asusta. No me gusta vivir asustada.
– Y a mi no me gusta vivir con misterio -dijo el contemplando la noche a traves de la ventanilla.
2
Enterraron al coronel Noah Baxter, ex secretario de Justicia de los Estados Unidos, una humeda manana de mayo en uno de los pocos espacios disponibles que todavia quedaban en las aproximadamente doscientas hectareas del Cementerio Nacional de Arlington, en la otra orilla del Potomac, frente a Washington. Mientras el padre Dubinski pronunciaba las plegarias finales, se encontraban junto a la tumba familiares, amigos, miembros del gabinete y el propio presidente Wadsworth.
Ahora ya todo habia terminado y los vivos, embargados por la tristeza y el alivio, se disponian a reanudar sus quehaceres.
El director Vernon T. Tynan, su ayudante, el fornido y algo mas bajo director adjunto Harry Adcock, y el secretario de Justicia Christopher Collins, que habian acudido juntos a las exequias, regresaban ahora tambien juntos. Bajaron en silencio por la avenida Sheridan, pasando frente a las tumbas de Pierre Charles L’Enfant y del general Philip H. Sheridan y frente a la llama eterna que ardia sobre la tumba del presidente John F. Kennedy, y se dirigieron hacia el automovil oficial de Tynan, fabricado a prueba de balas.
Solo Tynan rompio el silencio una vez, al pasar frente a las lapidas sepulcrales de los caidos de la guerra civil.
– ?Ven ustedes esas tumbas de unionistas y de confederados? -pregunto senalandolas-. ?Saben como es posible distinguir las de unos de las de otros? Las de los unionistas poseen unas lapidas sepulcrales de extremos redondeados. Las de los confederados, por el contrario, tienen las lapidas puntiagudas… puntiagudas, decian, «para evitar que esos malditos yanquis se sienten en ellas». ?Saben quien me lo dijo? Noah Baxter. El viejo Noah me lo dijo un dia que, como ahora, pasabamos por aqui tras haber asistido al entierro de no se que general de tres estrellas. -Solto un bufido.- Supongo que Noah no podia imaginarse lo pronto que el mismo iba a estar aqui. -Dirigio los ojos al cielo.- Me parece que ya ha cesado de llover por hoy. Bueno, sera mejor que volvamos al trabajo.
Habian llegado a la altura del automovil, cuya portezuela mantenia abierta un agente del FBI. Subio primero Harry Adcock, seguido de Tynan y de Collins.
A los pocos minutos dejaron atras el cementerio tras haber cruzado la Arlington Memorial Gate, dirigiendose hacia el Arlington’s Memorial Bridge, para pasar entre las doradas estatuas de los caballos de la salida de este y encaminarse ya a la ciudad.
Tynan fue quien primero empezo a hablar.
– Echo de menos al viejo Noah -dijo-. No saben ustedes lo amigos que eramos. Me agradaba la compania del viejo grunon.
– Era una buena persona -dijo Adcock, que en publico solia ser el eco de su superior.
– Yo tambien le echo de menos -dijo Collins para no desentonar-. Al fin y al cabo, el es la causa de que yo este hoy aqui haciendo lo que estoy haciendo.
– Si -dijo Tynan. Siento que no haya podido vivir lo suficiente como para poder ver los frutos de sus esfuerzos en favor de la Enmienda XXXV. Todo el mundo le atribuye al presidente la idea de la Enmienda XXXV. Pero, en realidad, el responsable de su lanzamiento fue Noah. Creia en ella como si se tratara de una religion que pudiera salvarnos a todos. Tenemos que procurar, en honor suyo, que sea aprobada en California.
– Lo intentaremos -dijo Collins.
– Tenemos que hacer algo mas que intentarlo, Chris. Lo tenemos que conseguir como sea. -Tynan escruto el rostro de Collins.- Se que el viejo Noah hubiera contado con usted, Chris, para que le diera un empujon a la enmienda en su ultima prueba, tal como hubiera hecho el mismo de haber estado aqui. Le digo a usted, Chris, que el coronel Noah Baxter consideraba la aprobacion de la enmienda como la mas urgente de las prioridades.
Sentado alli, en la parte trasera del automovil, comprimido contra el costado de acero por la enorme mole de Tynan, Collins capto la palabra
– Vernon -dijo Collins-, hablando de las prioridades del coronel, es posible que ocurriera algo importante a este respecto la otra noche cuando estabamos en la Casa Blanca. Todo fue muy extrano. ?Recuerda que tuve que marcharme a toda prisa? Bueno, pues ello se debio a que recibi un mensaje de Bethesda comunicandome que el coronel Baxter se estaba muriendo y deseaba verme por un asunto urgente, para decirme algo de importancia vital. Me dirigi a toda prisa al hospital y subi a sus habitaciones. Pero ya era demasiado tarde. Habia muerto hacia escasos minutos.
– ?Ah, si? -dijo Tynan-. Eso es muy raro. ?Averiguo usted que era eso tan importante que tenia que decirle?
– Esa es la cuestion. Que no pude. Pronuncio unas ultimas palabras poco antes de morir, pero no me las dijo a mi sino a un sacerdote. Se confeso con un sacerdote, con el que hoy estaba en Arlington, el padre Dubinski. Cuando el sacerdote me lo dijo, pense que tal vez el coronel Baxter habia revelado en sus ultimos momentos algo de lo que deseaba decirme. Pero el padre Dubinski no me lo quiso decir. Se limito a decir que le habia oido en confesion y que las confesiones revestian caracter confidencial.
– Y asi es -convino Adcock.
– Lo que yo me estaba preguntando -prosiguio Collins- es si usted tendria alguna idea de la clase de informacion que el coronel Baxter pudiera desear facilitarme, algun asunto del Departamento que tal vez hubiera comentado con usted, algun programa o mision, algunos antecedentes de los que yo tuviera que tener conocimiento… Estoy francamente desconcertado.
Tynan fijo la mirada en la espalda de su chofer.
– Me temo que yo tambien estoy desconcertado. No puedo imaginarme que es lo que Noah tendria en la cabeza. No se me ocurre nada de importancia que hubieramos comentado antes de que sufriera el ataque hace ahora cinco meses. Solo puedo repetir lo que mas le preocupaba. De entre los mil asuntos en que se hallaba ocupado, habia uno que destacaba por encima de todos los demas. Era la ratificacion y la conversion en ley de la Enmienda XXXV. Tal vez lo que deseaba decirle estuviera relacionado con esa cuestion.
– Tal vez. Pero, ?que exactamente de la Enmienda XXXV? Tenia que tratarse de algo muy especial para que me mandara llamar a su lecho de muerte.
– De todos modos, el no sabia que se encontraba en su lecho de muerte. Por consiguiente es posible que no