fuera nada de importancia.
– Dijo que era urgente -insistio Collins-. Mire, estaba pensando acudir de nuevo a ese sacerdote y probar otra vez.
Adcock se inclino hacia Collins desde el otro lado de Tynan. En su rostro, estropeado por el acne, se habia dibujado una expresion solemne.
– Si conociera usted a los sacerdotes tal como yo los conozco, comprenderia que pierde el tiempo. Solo Dios les puede arrancar algo.
– Harry tiene razon -dijo Tynan conviniendo con su ayudante. Se inclino y miro a traves de la ventanilla-. Bueno, ya hemos llegado al Departamento de Justicia. Ya estamos en casa otra vez.
– Si -dijo Collins mirando tambien-. Ya es hora de que regresemos a nuestro trabajo. Gracias por acompanarme.
Abrio la portezuela del automovil y descendio en la acera de la avenida Pennsylvania frente al Departamento de Justicia.
– Chris -dijo Tynan a su espalda-, sera mejor que empiece usted a hacer el equipaje El presidente sigue con la idea de enviarle a California la semana que viene. Esta a punto de decidirlo.
– Si lo decide asi, estare dispuesto.
Tynan y Adcock observaron a Collins penetrar en el edificio mientras su automovil se ponia nuevamente en marcha con el fin de dirigirse a la parte de atras del edificio J. Edgar Hoover, por donde se accedia al estacionamiento privado del director, situado en la segunda de las tres plantas del sotano.
Mientras el automovil rodeaba el edificio y enfilaba la calle E, las miradas de Tynan y de Adcock se cruzaron.
– Ha oido usted todo eso, ?verdad, Harry?
– Desde luego, jefe.
– ?Que cree usted que deseaba decirle el viejo Noah con tanta urgencia antes de morir?
– No puedo imaginarlo, jefe -repuso Adcock-. O tal vez pueda pero no quisiera.
– Es posible que yo pueda tambien. ?Piensa usted que tal vez Noah Baxter se acordo de la religion en los ultimos momentos y quiso descargar su conciencia?
– Pudiera ser. Quien sabe. No hay forma de saberlo. No se sabra jamas. De todos modos, menos mal que no le dio tiempo a hablar.
– Si hablo, Harry. Ya lo ha oido. Le dijo algo al sacerdote.
– Que demonios, jefe, eso fue una confesion. Un moribundo que se confiesa no habla… no habla de asuntos profesionales.
– ?Como podemos saberlo? -dijo Tynan haciendo una mueca-. Llamelo usted como quiera, confesion o lo que le parezca, pero lo cierto es que Noah antes de morir hablo con alguien acerca de algo que le preocupaba.
El automovil habia empezado a descender por la rampa que conducia al sotano del edificio J. Edgar Hoover.
Adcock se saco un panuelo, tosio y despues expectoro contra el mismo.
– Va a ser muy duro de pelar, jefe -dijo finalmente.
– Todos son duros, Harry. Pero, al cabo de un rato, ya no lo son tanto. Seamos sinceros, Harry. Los duros de pelar son nuestro pan de cada dia. Nuestro jefe, el mismo J. Edgar, solia decirlo. Los duros de pelar son nuestro pan de cada dia. Vivimos de ellos. Nos mantienen. La mision de la Oficina consiste en hacer que la gente hable. Sobre todo cuando la gente esta al corriente de informacion susceptible de poner en peligro la seguridad del gobierno. No hay razon para que el padre… como se llame…
– El padre Dubinski Pertenece a la iglesia de la Santisima Trinidad de Georgetown. Es la que frecuentan todos los catolicos del gobierno.
– Bueno, pues ahi es donde quiero que vaya usted, Harry. La Oficina obliga a hablar a la gente y no veo por que ese Dubinski iba a constituir una excepcion. Creo que ya es hora de que vaya usted a la iglesia. Hagale a ese buen padre una visita amistosa. Averigue lo que le dijo el viejo Noah en sus ultimas palabras. Averigue todo lo que sepa ese Dubinski. Si sabe lo que no debiera saber, ya encontraremos el medio de hacerle callar. Harry, me gustaria que se encargara usted de ello inmediatamente.
– Jefe, usted sabe que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa. Pero esta vez creo que no tenemos ninguna probabilidad.
– ?Ah, no? Pues, yo digo que tenemos todas las probabilidades del mundo. Es mas, digo que no puede usted fallar si maneja el asunto como es debido. Por el amor de Dios, Harry, no le estoy pidiendo que se presente alli desarmado. El Departamento realizara primero un completo estudio sobre el padre Dubinski. Esos amantes de Dios no son distintos de los demas mortales. Ya conoce nuestro axioma. Todo el mundo tiene algo que ocultar. Y lo mismo le ocurre a un sacerdote. Es humano. Debe de tener vicios. O haberlos tenido. A lo mejor hasta se emborracha. A lo mejor se tiro una vez a un muchacho del coro. Tal vez se tira en el retrete a la chica de dieciocho anos que le arregla la casa. Quiza su madre era comunista. Siempre hay algo. Va usted a ese amante de Dios con lo que
El automovil habia llegado a la segunda planta del sotano y se habia detenido en el lugar reservado al director.
Tynan miro hacia adelante y permanecio inmovil unos momentos:
– Lo estoy diciendo muy en serio, Harry. Estamos demasiado cerca del triunfo para permitir que cualquier cosa nos vaya mal. Deje todo lo demas. Es una cuestion de la maxima prioridad. ?De acuerdo, Harry?
– De acuerdo, jefe. Esta hecho.
Tras regresar del entierro, Vernon T. Tynan se paso dos horas trabajando en su escritorio. Despues, exactamente a las doce cuarenta y cinco, se levanto del asiento, se dirigio a su cuarto de bano privado para refrescarse, extrajo del archivo de alta seguridad una de las carpetas correspondientes a materias «oficiales y confidenciales» y se dirigio rapidamente hacia el ascensor.
Abajo, en la segunda planta del sotano, entre la sala de tiro y el gimnasio, encontro a su chofer aguardando todavia junto al automovil.
– Alexandria -le dijo Tynan al chofer.
– Si, senor -dijo el chofer automaticamente, y segundos mas tarde ya se encontraban en camino.
Era sabado. Y todos los sabados a aquella hora, tal como venia haciendo desde que se habia convertido en director de la Oficina de Investigacion Federal, Tynan se entregaba al sagrado ritual de acudir a almorzar en compania de su madre.
Se habia enterado, algunos anos despues del fallecimiento de J. Edgar Hoover, de que El Viejo habia vivido con su madre, Anna Marie, hasta la muerte de esta, acaecida en 1938. Hoover habia tratado a su madre con deferencia y respeto, y Tynan se habia tomado aquel ejemplo muy en serio. Sabia que los grandes hombres siempre habian reservado para sus madres un importante lugar de su corazon. No solo Hoover. Bastaba pensar en Napoleon. Lo malo del pais era que no habia suficientes jovenes ni suficientes personas maduras que respetaran a sus madres. Habria menos criminalidad si los jovenes descarriados empezaran a visitar a sus madres con regularidad en lugar de entregarse a las armas de fuego y a sus juergas del sabado por la noche.
Al llegar, y una vez el automovil se hubo detenido frente al edificio en el que habia adquirido un comodo apartamento de cuatro habitaciones para su madre, Tynan le recordo al conductor:
– Una hora.
– Una hora, senor.
Tynan penetro en el edificio y giro a la izquierda hacia la puerta del apartamento. Poseia una llave de la puerta y otra de la alarma. Pulso el rojo timbre de alarma para ver si estaba conectado o no. No lo estaba. Tendria que recordarle de nuevo a su madre que dejara la alarma siempre conectada, incluso cuando estuviera en casa. Todas las precauciones eran pocas en una epoca en la que tanto abundaban los gamberros, los asesinos y los terroristas de izquierda. No seria nada extrano que algunos conspiradores revolucionarios intentaran irrumpir en la residencia de la madre del director del FBI con el fin de llevarsela como rehen y solicitar por ella algun