Cuando termino y cerro la carpeta, su madre le dijo:
– Gracias, Vern. Eres un buen muchacho. Siempre te acuerdas de tu madre.
– Gracias a ti, mama.
Al llegar junto a la puerta, ella le estudio el rostro.
– Tienes muchas dificultades -le dijo-. Se te nota en la cara.
– Corren malos tiempos para el pais, mama. Tenemos muchas cosas que hacer. Si no conseguimos la aprobacion de la Enmienda XXXV, no se lo que va a ocurrir.
– Tu sabes que es lo mejor para todo el mundo -dijo ella-. Se lo decia el otro dia a la senora Grossman, la vecina de arriba, le decia que tu ya sabrias lo que habria que hacer si fueras presidente. Yo asi lo creo. Deberias ser presidente.
– Tal vez algun dia llegue a ser algo mejor -dijo el guinandole el ojo al tiempo que abria la puerta-. Ya veremos.
Habia sido un dia muy duro para Chris Collins. En su intento de recuperar el tiempo que habia perdido asistiendo al entierro del coronel Baxter aquella manana, habia trabajado sin interrupcion prescindiendo de la habitual pausa de una hora para el almuerzo. Ahora, sentado en compania de su esposa y de dos de sus mas intimos amigos junto a la chimenea de blanco marmol de Paros del comedor del piso de arriba del restaurante 1789 de la calle Treinta y Seis de Georgetown, estaba empezando a satisfacer su apetito.
Dos whiskys, una sopa de cebolla francesa y la ensalada Cesar que habia compartido con Karen le habian permitido gozar de sus primeros momentos de tranquilidad en todo el dia. Mientras se cortaba y comia el pato a la naranja, Collins levanto la mirada para ver si Ruth y Paul Hilliard estaban disfrutando de los platos que habian pedido. Resultaba evidente que si.
Collins tenia a Hilliard en mucha estima. Resultaba dificil imaginarselo como el senador mas joven de California. Llevaba conociendo a Hilliard desde sus comienzos, cuando su amigo era concejal de la ciudad de San Francisco y el abogado del ACLU. En aquellos primeros tiempos solian reunirse tres veces por semana para jugar a pelota a mano en los terrenos deportivos de la Asociacion Cristiana de Jovenes, y Collins habia sido el padrino de boda de Hilliard. Y aqui estaban ahora, anos mas tarde, ambos en Washington, el convertido en el secretario de Justicia Collins y su amigo en el senador Hilliard. Ambos habian hecho carrera.
Hilliard era un hombre agradable. Con gafas y aspecto de erudito, de hablar pausado y gesto comedido, constituia la compania perfecta para una velada como aquella. La conversacion, como de costumbre, se habia deslizado con suavidad: algunos chismorreos acerca de los Kennedy, las perspectivas que se abrian cara al otono para el equipo de futbol americano de los Redskins de Washington, otra pelicula sobre la vida de Lizzie Borden que todo el mundo acudiria a ver…
Hilliard se habia terminado el filete a la parrilla, habia dejado cuidadosamente el cuchillo y el tenedor en el plato y estaba empezando a llenarse su nueva pipa danesa.
– ?Te ha gustado el vino, Paul? -pregunto Collins-. Es de California, ?sabes?
– Fijate en mi vaso -repuso Hilliard senalando su vaso vacio-. Es el mejor testimonio en favor de nuestros vinedos.
– ?Quieres un poco mas?
– No, por ahora ya esta bien de vino de California… -repuso Hilliard encendiendose la pipa-. Pero no de asuntos californianos. Queria hablar de esto contigo. Creo que a partir de ahora es alli donde van a tener lugar los acontecimientos.
– ?Los acontecimientos? Ah, te refieres a la Enmienda XXXV.
– Desde el mismo momento en que acabo la votacion de Ohio la otra noche, no he cesado de recibir llamadas de California. Todo el estado se halla en efervescencia.
– ?Que se dice?
Hilliard expulso un anillo de humo.
– Por lo que he oido, es probable que la ley sea ratificada. Esta misma semana el gobernador va a anunciar publicamente su apoyo a la misma.
– El presidente va a alegrarse mucho -dijo Collins.
– Ha sido un trato, y quede esto entre nosotros -dijo Hilliard-. El gobernador tiene el proposito de presentarse a las elecciones para el Senado al termino de su mandato. Quiere el respaldo de Wadsworth, y el presidente siempre se habia mostrado muy tibio con el. Por consiguiente, han cerrado un trato. El gobernador respaldara la Enmienda XXXV si el presidente le respalda a el. -Se detuvo.- Lastima.
Collins, que estaba con el ultimo bocado de pato, ceso de masticar.
– ?Que significa eso, Paul? -pregunto tragandose el bocado-. ?Que… que es lo que es lastima?
– Que los peces gordos vayan a respaldar la Enmienda XXXV en California.
– Yo creia que eras partidario de ella.
– No estaba ni a favor ni en contra. Interpretaba el papel de observador imparcial. Me limitaba a mirar y a esperar a ver lo que ocurria. Me imagino que tu habras estado haciendo lo mismo en tu fuero interno. Pero, ahora que ha llegado el momento de adoptar una actitud, me siento inclinado a participar y a actuar.
– ?De que parte? ?En contra de la enmienda?
– En contra de ella.
– No te precipites, Paul -dijo Ruth Hilliard nerviosamente-. ?Por que no esperas a ver lo que opina la gente?
– Jamas sabremos lo que opina la gente hasta que la gente no sepa lo que opinamos nosotros. Las gentes esperan que sus lideres les digan lo que esta bien. Al fin y al cabo…
– ?Y tu estas seguro de lo que esta bien, Paul? -le interrumpio Collins.
– Estoy empezando a estar seguro -repuso Hilliard pausadamente-. Basandome en lo que gradualmente he ido conociendo acerca de la situacion alla, los terminos de la Enmienda XXXV equivalen a una matanza. Esta ley esta cargada con un armamento demasiado pesado dirigido contra un enemigo demasiado pequeno. Eso es lo que opina tambien Tony Pierce. Piensa trasladarse a California con el fin de combatir la enmienda.
– De Pierce no hay que fiarse demasiado -dijo Collins recordando la diatriba del director Tynan la otra noche en la Casa Blanca contra el defensor de los derechos civiles-. Las motivaciones de Pierce son sospechosas. Ha convertido la Enmienda XXXV en una venganza personal. Combate la enmienda para combatir a Tynan porque Tynan le expulso del FBI.
– ?Lo sabes acaso con certeza? -pregunto Hilliard.
– Bueno, eso es lo que me han dicho. No he tenido ocasion de comprobarlo.
– Pues compruebalo, porque
– Da lo mismo -dijo Collins impacientandose levemente-. Lo que importa es eso que has dicho de que has decidido ponerte del lado de los que se oponen.
– Porque esa ley me preocupa, Chris. Conozco los fines que se propone, pero es demasiado rigida y cada vez me convenzo mas de que se podria abusar de su aplicacion. Francamente, lo unico que me tranquiliza en relacion con su aprobacion es el hecho de que John Maynard ocupe el cargo de presidente del Tribunal Supremo. El sabria actuar con mesura. No obstante, la posibilidad de su aprobacion me esta empezando a preocupar realmente.
– Tiene tambien su lado bueno, Paul. Impedira que nos desborde la oleada de criminalidad. Solo en California, el indice de criminalidad esta empezando a ser demasiado…
– ?De veras? -pregunto Hilliard.
– ?Que quieres decir con eso? Has leido tan bien como yo las estadisticas del FBI.
– Estadisticas, cifras. ?Quien fue el que dijo que las cifras no dan mentiras sino que son los mentirosos quienes dan las cifras? -Hilliard se removio inquieto en su asiento, dejo la pipa y miro directamente a Collins.- En realidad, de eso precisamente queria hablarte. Me refiero a las estadisticas. He estado dudando un poco acerca de si comentarlo o no porque se relaciona con tu Departamento y temia que pudieras molestarte.
– ?Y por que iba a molestarme? Vamos, Paul, somos amigos. Habla con franqueza.
– Muy bien. -Hilliard vacilo brevemente y despues decidio lanzarse:- Ayer recibi una llamada que me