preocupo. De Olin Keefe.
A Collins el nombre no le sonaba.
– Es un miembro de la Asamblea de San Francisco recientemente elegido -le explico Hilliard-. Un buen muchacho. Te gustaria. Sea como fuere, el caso es que pertenece a un comite que le exigio hablar con cierto numero de jefes de policia de la zona de la Bahia. Dos de ellos, dos de esos jefes de policia, se lamentaron de que el FBI estuviera intentado hacerles quedar en mal lugar. Afirmaron que las cifras relativas a los indices de criminalidad que habian remitido al director Tynan, y que segun dijeron eran exactas, estaban muy por debajo de las que tu das a la publicidad.
– Yo no doy ninguna cifra a la publicidad, como no sea desde un punto de vista tecnico -dijo Collins algo irritado-. Tynan las recibe de los distintos lugares y las contabiliza. Mi oficina se limita a darlas a conocer oficialmente en su nombre. De cualquier modo, eso carece de importancia. ?Que pretendes decir, Paul?
– Pretendo decirte que el joven Keefe, el miembro de la Asamblea Keefe, abriga la sospecha de que el director Tynan esta falseando las estadisticas nacionales relativas a la criminalidad, las esta manipulando, especialmente por lo que respecta a las cifras que se le facilitan desde California. Nos esta atribuyendo una oleada de criminalidad muy superior a la que realmente se esta registrando.
– ?Y por que iba a hacer eso? No tiene sentido.
– Vaya si lo tiene. Tynan lo esta haciendo, si es que efectivamente lo hace, para atemorizar a nuestros legisladores e inducirles a aprobar la Enmienda XXXV.
– Mira, se que Tynan esta muy interesado en la aprobacion de la enmienda. Se que el FBI siempre ha sido muy aficionado a las estadisticas. Pero, ?por que iba a molestarse en hacer algo tan peligroso como falsear las cifras? ?Que ganaria con ello?
– Poder.
– Ya disfruta de poder -dijo Collins llanamente.
– Pero no como el que disfrutaria siendo jefe del Comite de Seguridad Nacional, caso de que se echara mano de la disposicion relativa a la situacion de emergencia que contempla la Enmienda XXXV. Entonces ibas a ser Vernon T. Tynan
Collins sacudio la cabeza.
– No lo creo. De ninguna manera. Paul, pertenezco al Departamento de Justicia. Llevo en el dieciocho meses, ocupando distintos cargos. Se lo que ocurre en el Departamento. Tu estas lejos de el. Y ese joven asambleista tuyo, Keefe, tambien lo ve todo desde fuera. No tiene ni la menor idea.
Hilliard no queria darse por vencido. Se aseguro bien las gafas sobre el caballete de la nariz y dijo muy serio:
– Pues, a juzgar por la conversacion telefonica que mantuvimos, se diria que sabe muchas cosas. Sabe tambien algunas otras que no son muy bonitas que digamos. No tienes por que fiarte de mi palabra, Chris. Averigualo tu mismo directamente. Antes me has dicho que es muy posible que tengas que trasladarte a California muy pronto. Estupendo. ?Por que no dejas que te presente a Olin Keefe? Asi podras escucharle tu mismo. -Hizo una pausa.- A menos que por algun motivo no quieras hacerlo.
– Ya basta, Paul. Me conoces muy bien. No existe ningun motivo por el que no quiera conocer esos hechos… si es que efectivamente son hechos. No soy hombre de contubernios. Me interesa la verdad tanto como a ti.
– Entonces, ?estas dispuesto a ver a Keefe?
– Concierta la entrevista y acudire, si.
– Espero que con mentalidad abierta. El destino de toda esta maldita republica puede depender de lo que ocurra en California. No me gustan algunas de las cosas que estan sucediendo en California en estos momentos. Por favor, escucha todo lo que tenga que decirte, Chris, y despues decide.
– Lo escuchare -dijo Collins con firmeza. Luego tomo la carta- La salsa de este pato resultaba un poco amarga; vamos a saborear algo dulce para variar.
Al dia siguiente, exactamente a las doce del mediodia, tal como habia venido haciendo una vez por semana desde hacia seis meses, Ishmael Young llegaba al sotano del edificio J. Edgar Hoover procedente de su casita alquilada de Fredericksburg, Virginia. A pesar de que era domingo, sabia que en aquel crucial periodo todos los funcionarios del Departamento de Justicia y del FBI trabajaban siete dias a la semana. Tynan le estaria aguardando. Young aparco en el sotano, descendio no sin esfuerzo de su rojo deportivo de segunda mano y se reunio con el agente especial O’Dea frente a la puerta del ascensor privado del director. A veces le esperaba el director adjunto Adcock. Hoy era O’Dea, el que fuera estrella del atletismo, con su cabello casi cortado al rape.
Ascendieron hasta el septimo piso, se despidieron y Young echo a andar -con su magnetofono y su cartera de documentos- por un pasillo que separaba dos hileras de despachos. Instantes despues entraba en la suite del director Tynan.
A continuacion, en el espacioso despacho de Tynan sobre la avenida Pennsylvania, Young acerco un pesado sillon a la baja mesita circular, lo coloco de cara al sofa en el que el director iba a tomar asiento, saco sus papeles y se dispuso a esperar. A las doce y cuarto, Beth, la secretaria de Tynan, coloco sobre la mesita una cerveza para el director y una Pepsi-Cola de dieta para el escritor. Despues trajo dos paquetes de comida ya preparada suministrados por una charcuteria de la cercana calle Nueve. Dispuso la sopa de crema de pollo y el queso fresco para el director y la ensalada de pepinillos, huevo, cebollas y patatas para el escritor, y se marcho. Al final, tras decirle a alguien a traves del telefono que no deseaba que le pasaran llamada alguna a excepcion de las del presidente, Tynan se levanto de detras de su impresionante escritorio y cerro con llave desde dentro las dos puertas del despacho. Despues, pasando junto a Young, se dirigio al cuarto de bano, y un minuto mas tarde emergia refrescado frotandose las manos y se dejaba caer en el sofa tomando un sorbo de cerveza.
A Vernon T. Tynan le encantaban aquellas sesiones autobiograficas. Sin duda porque se referian a su persona.
Ishmael Young las aborrecia.
A Young le gustaba el FBI pero le desagradaba el director Tynan. Le gustaba el FBI no por su razon de ser, sino porque era impecable y suavemente eficaz, cosa que Young no era. Le gustaban todas las grandes organizaciones que funcionaban como es debido -la IBM, el partido comunista ruso, el Vaticano, la Mafia, el FBI-, independientemente de lo que representaran. Le desagradaba la forma en que esas maquinas mastodonticas manipulaban y explotaban a la gente, pero le gustaba la eficacia con la que tales organizaciones -mas importantes que la vida- conseguian hacer las cosas sin esfuerzo. El casi siempre tenia que hacer las cosas con un lapiz, una maquina de escribir y un revoltijo de papeles, a tontas y a locas, presa de la tension nerviosa, y eso no era vida.
Estimaba y respetaba al FBI como organizacion desde aquel dia hacia seis meses en que, antes de celebrar su primera sesion con el director Tynan, el director adjunto Adcock le habia acompanado en un recorrido por la Oficina con el fin de que captara el ambiente. Una parte del recorrido habia sido de caracter turistico. Mas de medio millon de turistas acudian anualmente a visitar la sede de la organizacion. Young no se lo reprochaba. Resultaba muy emocionante: la Galeria de Criminales Famosos, en la que se exhibian las verdaderas armas de John Dillinger, su chaleco antibalas y su mascarilla mortuoria; «El Delito del Siglo: El caso de los Espias de la Bomba A», presentando a Julius y Ethel Rosenberg; la Lista de los Diez Fugitivos Mas Buscados; las pruebas del Robo Brink; la «Siniestra Mano del Espionaje Sovietico», presentando al coronel Rudolf Abel; la sala cubierta de practica de tiro, en la que cada nueve minutos un agente especial hacia una demostracion de mortifera precision utilizando un revolver de servicio del calibre treinta y ocho y despues una metralleta Thompson del calibre cuarenta y cinco para acribillar un blanco de papel de tamano natural.
Por encima de todo -y aqui ya le habian conducido fuera de la demarcacion reservada a los turistas- a Ishmael Young le habian encantado los archivos del FBI. En aquella especie de camara de liquidacion de la captura de delincuentes se albergaba una enorme cantidad de huellas dactilares, mas de doscientos cincuenta millones de huellas. Young penso que, si Dios tuviera manos, el FBI dispondria de sus huellas dactilares. Entre los otros ocho mil setecientos archivadores grises, le habian mostrado el de los modelos de maquinas de escribir, en el que se hallaban archivados todos los tipos y caracteristicas de las distintas maquinas, normales o de juguete, que jamas se hubieran fabricado (ya no volveria a pensar en la posibilidad de escribir a maquina un anonimo). Vio tambien el archivo de filigranas, el archivo de robos bancarios y el archivo nacional de fraudes. Le habian mostrado, ademas, otras muchas cosas: la seccion de serologia, en la que se analizaban la sangre y demas liquidos corporales; el