historia norteamericana que nos ha ofrecido el secretario de Justicia?

– Le corresponde a usted el turno, senor Pierce -dijo el moderador.

– Senor Collins -dijo Pierce-, a pesar de todo lo que usted ha dicho, hoy en dia poseemos una Ley de Derechos. ?Como la obtuvimos? Ha omitido usted referirse a este punto. La obtuvimos porque el pueblo la quiso, porque el pueblo considero que la Convencion Constitucional cometio un error al excluirla. Los distintos estados deseaban que se especificaran claramente los derechos del pueblo y los derechos de los estados; deseaban que estos se especificaran antes de proceder a la ratificacion de la Constitucion. Patrick Henry, de Virginia, sugirio veinte enmiendas, entre ellas las diez primeras que mas tarde se adoptaron. Massachusetts era partidario de las diez enmiendas. Otros estados tambien lo eran. Cuando se reunio el primer Congreso en 1791, Madison propuso doce enmiendas. El Congreso acepto diezy las envio a los trece estados con vistas a su ratificacion. Fueron ratificadas y la Ley de Derechos entro en vigor en diciembre de 1791.

– Esta usted dando a entender que todos los estados se mostraban partidarios de una Ley de Derechos -dijo Collins-, lo cual no es cierto en absoluto. Tres de los trece estados iniciales se negaron a ratificar la Ley de Derechos. De hecho, no lo hicieron hasta el ano 1939, es decir, un siglo y medio mas tarde.

– Me temo que esta usted saliendose por la tangente, senor Collins -replico Pierce-. Lo importante aqui es que desde un principio tuvimos una Ley de Derechos que garantizaba a todo nuestro pueblo tres derechos fundamentales: libertad religiosa, libertad de expresion y libertad de juicio. Fue Thomas Jefferson quien insistio diciendo: «Una Ley de Derechos es lo que el pueblo necesita frente a cualquier gobierno de la Tierra, general o particular, y lo que ningun gobierno justo debe rechazar u obstaculizar». Nuestra Ley de Derechos era importante y lo sigue siendo. Sin duda Jefferson se hubiera opuesto a la Enmienda XXXV con la misma vehemencia con que yo me estoy oponiendo a ella. Lo que usted esta defendiendo es una enmienda susceptible de anular la Ley de Derechos, y yo le digo que hacer eso equivale a anular la democracia misma.

Collins se sentia acorralado e impotente, y, puesto que se sentia acorralado e impotente, reacciono por medio de la colera.

– Senor Pierce, estoy defendiendo la Enmienda XXXV precisamente para preservar la democracia -dijo acaloradamente-. Lo que anulara la democracia es el hecho de seguir permitiendo que siga ascendiendo en espiral nuestra actual plaga de ilegalidad y anarquia hasta que perdamos totalmente su control, el hecho de seguir permitiendo que los asesinatos, los secuestros, la colocacion de artefactos explosivos, las conspiraciones, las muertes y las revoluciones nos desborden por completo. Dentro de algunos anos no habra democracia alguna. Ni siquiera habra pais. ?A quien le va a conceder usted derechos cuando el pais haya desaparecido?

– Prefiero la desaparicion de nuestro pais a que este se convierta en un pais sin libertad -replico Pierce-. Pero existira el pais mientras existan las personas, personas libres y no esclavas. Hay medios mejores que la dictadura para controlar la delincuencia. Podriamos empezar por ofrecer al pueblo comida, trabajo, vivienda, justicia, comprension e igualdad.

– Yo tambien creo en todas esas cosas, senor Pierce. Pero en primer lugar es necesario impedir los asesinatos. La Enmienda XXXV lo conseguira. Despues, una vez restablecido el orden, podremos empezar a atender nuestras restantes prioridades.

Pierce sacudio la cabeza.

– No podremos intentar nada una vez hayamos perdido nuestros derechos humanos. Y, no lo dude, bajo la Enmienda XXXV perderemos nuestros derechos. Anoche justamente estaba volviendo a leer un libro -dijo Pierce tomando un libro en edicion de bolsillo que habia encima de la mesa y abriendolo-, un libro titulado Sus libertades: la Ley de Derechos, escrito por Frank K. Kelly, vicepresidente del Fondo para la Republica. Escuche lo que este nos dice: «Si perdieramos nuestra Ley de Derechos, ?que le ocurriria a nuestra forma de vida? He aqui algunas de las cosas que le ocurririan: el gobierno podria prolongar indefinidamente el servicio militar de los jovenes sin necesidad de explicar o justificar tal medida; los jovenes y las jovenes, al finalizar sus estudios, podrian ser enviados a trabajar a las industrias en las que, segun el gobierno, hicieran falta obreros; podrian ser obligados a aceptar esos puestos; los estudiantes que protestaran contra la politica gubernamental… podrian terminar en las prisiones federales por orden del presidente; los norteamericanos, jovenes y adultos, podrian ver expropiadas sus propiedades para uso publico sin la menor indemnizacion… los nombres de las personas que escribieran a sus congresistas cartas de critica podrian ser facilitados a la policia, y tales personas podrian ser detenidas y enviadas a prision… los directores de periodicos que permitieran la publicacion de articulos de critica al gobierno podrian ser arrestados a cualquier hora del dia o de la noche».

Pierce seguia hablando, y Collins empezo a encogerse instintivamente en su asiento. La lucha que habia intentado simular se le habia escapado de las manos. No estaba en el lugar que le correspondia, no estaba del lado del que aparentemente estaba, y aborrecia con toda el alma al otro hombre que se albergaba en su interior, al monstruo de ambicion que le habia conducido hasta alli.

Espero. Siguio escuchando. Intento a reganadientes defender debilmente su posicion. Cumplio con su deber. Pasaron los minutos, los interminables treinta minutos, y, por fin, termino la tortura.

Se desprendio torpemente del microfono mientras Vanbrugh y Pierce se levantaban, ambos con los rostros animados de una expresion cordial, dispuestos a seguir charlando un rato.

Collins no les hizo el menor caso.

– Perdone -le dijo a Vanbrugh-, ?donde estan los lavabos?

– Al otro lado del pasillo, a la izquierda.

Collins giro sobre sus talones, cruzo apresuradamente la sala, salio al pasillo y torcio a la izquierda.

Encontro los lavabos y entro apresuradamente. Afortunadamente, no habia nadie mas. Llego junto a la taza del retrete justo a tiempo.

Se inclino sobre la misma con el rostro ceniciento.

Y vomito.

Al cabo de un rato, se lavo el rostro y las manos y trato de recuperar la compostura. Se miro al espejo.

Si en aquellos momentos se hubiera preguntado cual era su postura en relacion con la Ley de Derechos, lo hubiera sabido. Y lo mas curioso era que no se lo habia dicho su conciencia. Se lohabia dicho su estomago.

Habia transcurrido una hora, y Collins ya habia decidido lo que iba a hacer. No era todo lo que deseaba hacer, pero constituia un comienzo… un buen comienzo.

Al abandonar el ascensor que le habia conducido dos plantas mas abajo del vestibulo principal del hotel Century Plaza, comprendio que ya habia adoptado una decision definitiva sobre los proximos pasos a tomar. Mientras sus guardaespaldas y los agentes de policia locales le ayudaban a abrirse paso entre la muchedumbre de fotografos de prensa y espectadores, Collins cruzo el espacioso vestibulo inferior y penetro en el salon Los Angeles del hotel.

Escoltado a lo largo de la primera hilera de mesas, se dio cuenta de que no se habia preparado para el impacto de todos aquellos cuerpos apretujados en aquel salon iluminado unicamente por la enorme arana central y por un aplique de cuatro brazos situado en el extremo mas alejado del mismo. Apretando en su mano izquierda la cartera de cuero que contenia su discurso, avanzando con torpeza, consiguio por fin llegar al estrado, en el que los directivos de la Asociacion Norteamericana de Abogacia se levantaron para darle la bienvenida. En la sala todavia no le habia reconocido todo el mundo, pero algunos aplausos dispersos le acompanaron hasta su asiento.

Conversacion intrascendente y frases amables le siguieron hastasu sitio, al lado del presidente del Tribunal Supremo John G. Maynard.

Mientras estrechaba la mano del presidente del Tribunal Supremo, Collins se sintio una vez mas fascinado por el idolo de su juventud. Maynard era una de las pocas figuras publicas de Norteamerica que parecian hechas ex profeso para desempenar sus papeles. Su abundante cabello blanco, sus profundos e inquisitivos ojos bajo las pobladas cejas, su nariz aguilena y sus cuadradas mandibulas le conferian el aspecto de un Cesar honrado. Su erguido porte le conferia un aire de vigor y juventud insolito en un hombre de setenta y tantos anos.

A Collins iba a resultarle muy dificil el proximo paso. Apenas conocia a Maynard. Le habria visto como unas tres veces, siempre en el transcurso de recepciones ofrecidas por el gobierno, y jamas habia mantenido con el una conversacion prolongada. En realidad, le habia visto una vez mas muy recientemente:la vez en que, como presidente del Tribunal Supremo, Maynard le habia tomado el juramento de su cargo de secretario de Justicia en

Вы читаете El Documento R
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату