la Casa Blanca.

Al percatarse de que el presidente de la Asociacion Norteamericana de Abogacia se habia acercado a la tribuna y de que los actos estaban a punto de comenzar, Collins experimento la necesidad de actuar inmediatamente. Busco la atencion de Maynard; observo que este se hallaba ocupado conversando con la dama que tenia a su izquierda y, atento, se quedo a la espera. A los pocos momentos, Maynard dejo de hablar con la dama y empezo a prestar atencion a las frases de presentacion.

Collins le rozo la manga y se inclino hacia el:

– Senor Maynard…

– ?Si? -repuso Maynard inclinandose a su vez hacia Collins. -… ?podria hablar con usted cinco minutos en privado cuando salgamos de aqui?

– No faltaba mas, senor Collins. Ocupamos unas habitaciones en la tercera planta. No regresamos a Washington hasta esta noche, y mi esposa ha salido de compras; por consiguiente, podremos hablar a solas.

Complacido y tranquilizado, Collins volvio a reclinarse en su asiento. Pero, al escuchar la pomposa presentacion que le estaban haciendo en su calidad de primer orador, sus pensamientos volvieron a centrarse en la Enmienda XXXV, y la sensacion de opresion volvio a nublarle el cerebro.

Sobre sus rodillas descansaba el discurso que pasaba revista a la aceleracion de la criminalidad en los Estados Unidos y a las formas en que la ley y el poder judicial se habian desarrollado y modificado con el fin de hacerle frente. Al comienzo y al termino del discurso se abogaba en favor de la necesidad de una revision constitucional, si las circunstancias lo requerian, haciendo especial hincapie en la importancia y el valor de la Enmienda XXXV. Pensando en las afirmaciones que muy pronto tendria que hacer, Collins se sintio incomodo.

Saco la pluma y busco rapidamente las tres citas de las primeras paginas.

Examino la primera:

Tal como afirmo el presidente George Washington en su discurso de despedida a la nacion en septiembre de 1796, «la base de nuestro sistema politico es el derecho del pueblo a forjar y modificar sus constituciones de gobierno»

Collins tacho el parrafo y examino el siguiente:

Y, tal como Alexander Hamilton dijo doce anos mas tarde en un discurso dirigido al Senado de los Estados Unidos, «las Constituciones deberian estar integradas unicamente por disposiciones generales; ello se debe a su necesidad de ser permanentes y al hecho de que no puedan prever los posibles cambios de circunstancias». Es precisamente el caracter general de los articulos lo que permite que las enmiendas puedan enfrentarse a las emergencias de la historia. Y es el caracter general de nuestra Ley de Derechos lo que puede permitirle incorporar la Enmienda XXXV, de tal forma que puedan resolverse los problemas de esta generacion, sin alterar la integridad del documento en su conjunto.

Collins recorrio rapidamente este parrafo con su pluma, tachandolo tambien.

Paso a la tercera pagina.

En 1816, Thomas Jefferson le escribio a un amigo lo siguiente: «Algunos hombres contemplan las constituciones con santurrona reverencia y, al igual que el Arca de la Alianza, las consideran algo demasiado sagrado como para que pueda tocarse. Atribuyen a los hombres de epocas precedentes una sabiduria sobrehumana y creen que lo que ellos hicieron no es susceptible de reforma». Jefferson opinaba que nuestra Constitucion era susceptible de revision…

Mediante rapidos trazos, Collins elimino tambien este parrafo.

Tras estas supresiones, lo que quedaba seguia siendo una defensa de la flexibilidad, de la posibilidad de considerar nuevas leyes con las que poder abordar los nuevos problemas, pero la defensa resultaba ahora mas suave, mas diluida… era, sobre todo,una sugerencia susceptible de discusion.

Oyo que Maynard le susurraba al oido:

– A eso se le llama escribir hasta el ultimo momento.

Se me han ocurrido unas ideas a ultima hora -repuso Collins mirando a Maynard.

Despues escucho que el presidente de la Asociacion Norteamericana de Abogacia decia desde la tribuna:

Senoras y senores, ?tengo el placer de presentarles al secretario de Justicia de los Estados Unidos, Christopher Collins!

Mientras le aplaudian, Collins se levanto disponiendose a hablar.

Dos horas mas tarde, habiendo dejado a sus espaldas su ampuloso discurso, y mientras todavia resonaba en sus oidos la brillante alocucion del presidente del Tribunal Supremo, Collins se encontraba sentado en el borde de una silla en la silenciosa suite de Maynard tratando de expresar con las palabras mas adecuadas las ideas que habian estado hirviendo en su cerebro durante toda la tarde.

– Senor Maynard -empezo a decir Collins-, voy a decirle por que he querido hablar con usted a solas. Ire directamente al grano. Me gustaria conocer su opinion acerca de la Enmienda XXXV. ?Que piensa usted de ella?

El presidente del Tribunal Supremo se reclino en el sofa mientras se llenaba la pipa con tabaco procedente de una petaca de cuero y levanto la cabeza frunciendo el ceno.

– Su pregunta… ?se la ha inspirado la rama ejecutiva o es de su propia cosecha?

– No me la ha inspirado nadie. Es de mi propia cosecha y arranca de una preocupacion de caracter personal.

– Comprendo.

– Yo respeto mucho su opinion -prosiguio Collins-. Estoy deseoso de conocer su punto de vista acerca de lo que posiblemente sea la mas controvertida y decisiva ley jamas presentada ante el pueblo norteamericano.

– La Enmienda XXXV -murmuro Maynard encendiendose la pipa; dio unas chupadas durante unos segundos y despues estudio a Collins-. Tal como usted probablemente se imagina, soy contrario a la misma. Soy completamente contrario a una legislacion tan drastica. Caso de que se aplicara indebidamente, podria sofocar nuestra Ley de Derechos y convertir nuestra democracia en un estado totalitario. Es indudable que en nuestro pais tenemos planteado un grave problema. El crimen y la ilegalidad proliferan como jamas lo habian hecho a lo largo de toda nuestra historia. Pero la restriccion de las libertades no conduce a ninguna solucion permanente. Es posible que traiga la paz, pero es la paz que solo lleva consigo la muerte. Sabemos que la pobreza es el origen del delito. Si acabamos con la pobreza, nos acercaremos a la solucion del problema del crimen. No hay ningun otro medio. Estoy de acuerdo con Franklin: si te desprendes de la libertad con el fin de alcanzar la seguridad, no te mereces ni la libertad ni la seguridad. La Enmienda XXXV es posible que nos proporcione la seguridad. Pero sera a costa de la libertad personal. Es un mal negocio. Yo me opongo rotundamente

– ?Por que no lo declara usted publicamente? -pregunto Collins.

El presidente del Tribunal Supremo se reclino en el sofa dando chupadas a la pipa y mirando a Collins con astucia.

– ?Por que no lo hace usted? -replico-. Es usted el secretario de Justicia. ?Por que no se manifiesta en contra de la enmienda?

– Porque dejaria de ser secretario de Justicia.

– ?Y tanto le importa eso?

– Si, porque creo que puedo desarrollar una labor mucho mas eficaz desde el cargo que ocupo. Ademas, mi voz no seria tan escuchada como la suya. Excepto por el cargo que ocupo, soy relativamente desconocido. No suscito tanta confianza. Sin duda habra usted leido la reciente encuesta llevada a cabo en el estado de California acerca de los norteamericanos mas admirados. Usted obtuvo el ochenta y siete por ciento. La gente le haria caso, y lo mismo ocurriria con los legisladores del estado.

– Un momento, senor Collins -dijo Maynard dejando la pipa en un cenicero-. Me temo que ha conseguido usted confundirme completamente. Al preguntarme usted que por que no me manifestaba en contra de la enmienda, yo le he contestado dirigiendole a usted la misma pregunta. Me parece que esperaba que me

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