consigo, hablare publicamente. Si mi influencia, senor Collins, es tan grande como usted supone, no habra Enmienda XXXV, no habra en los Estados Unidos mas localidades como Argo City y cesara nuestra angustia.

Collins tomo la mano de Maynard y la estrecho efusivamente. Radenbaugh asintio con gesto aprobatorio.

– Sera mejor que nos vayamos -dijo Maynard con aspereza-. Voy a mi habitacion a por mis cosas. Me reunire con ustedes en el pasillo exactamente dentro de un par de minutos.

Maynard se dirigio a toda prisa hacia la puerta.

Collins y Radenbaugh recogieron alegremente sus cosas disponiendose a salir. Ya junto a la puerta, Collins le pregunto a Radenbaugh:

– ?Donde va usted a ir desde Phoenix, Donald?

– Supongo que regresare a Filadelfia.

– Venga a Washington. No puedo incluirle a usted en la nomina federal, pero puedo incluirlo en la mia personal. Le necesito. Nuestra mision no ha terminado. Una vez Maynard haya derrotado la Enmienda XXXV, necesitaremos un nuevo programa capaz de sustituirla, un programa que nos permita reducir el indice de criminalidad sin tener que sacrificar a cambio nuestros derechos civiles.

Radenbaugh estaba conmovido.

– ?De veras puedo serle util? Me encantaria, pero…

– Vamos. No perdamos el tiempo.

En el pasillo se reunieron con Maynard, que acababa de salir de su habitacion. Descendieron juntos en el ascensor. Collins pago en recepcion la cuenta de los tres, y juntos cruzaron el vestibulo saliendo a la soleada tarde.

Mientras Collins y Radenbaugh se dirigian al aparcamiento, Maynard se detuvo para adquirir la ultima edicion del Bugle de Argo City en el tenderete de un ciego con barba que se encontraba situado junto a la entrada del hotel. Al escuchar el tintineo de las monedas, los ojos del vendedor, cubiertos por unas gafas ahumadas, no se alteraron, pero su boca se curvo en una sonrisa de agradecimiento.

Maynard se apresuro a dar alcance a sus companeros. Minutos mas tarde, Radenbaugh se sentaba al volante del Ford y, atravesando Argo City, los tres emprendian el camino hacia Phoenix y el aire libre.

Junto a la entrada del hotel Constellation, el vendedor ciego se guardo el dinero en el bolsillo, se levanto y apilo los periodicos que le quedaban sobre el tenderete.

Golpeando el suelo con su blanco baston, paso frente al hotel, siguio caminando en direccion al aparcamiento y despues giro hacia la estacion de servicio de la esquina. Siguiendo a su baston, se encamino sin vacilar hacia la mas cercana de las dos cabinas telefonicas que habia en la parte de atras.

Penetro en la cabina, cerro la puerta y dejo el baston apoyado en un rincon. Finalmente, volviendo la cabeza, se quito las gafas ahumadas, se las guardo en el bolsillo, descolgo el telefono, introdujo una moneda en la ranura y estudio distraidamente los numeros del disco mientras esperaba.

Contesto la telefonista. El le facilito el numero y, a los pocos instantes, introdujo las monedas de cuarto de dolar.

Espero. El telefono estaba sonando. Se escucho una voz desde el otro extremo de la linea.

– Por favor, pongame con el director Vernon T. Tynan lo mas rapido posible. Es muy urgente -dijo en tono apremiante-. Digale que es el agente especial Kiley informando desde la Oficina de Campana R.

Espero de nuevo, pero solo unos segundos.

Escucho con toda claridad la voz de Tynan, en la que se advertia tambien el mismo tono apremiante.

– ?De que se trata?

– Senor director. Aqui Kiley desde R. Eran tres. Solo he podido reconocer a dos. Uno era el secretario de Justicia Collins. El otro era el presidente del Tribunal Supremo, Maynard… Sin la menor duda. Collins y Maynard…

7

Hacia la media manana del dia siguiente, el presidente Wadsworth habia efectuado dos llamadas telefonicas en quince minutos.

Por primera vez que el recordara, el director Vernon T. Tynan se habia negado a contestar a una llamada del presidente de los Estados Unidos. A puerta cerrada, y en compania de Harry Adcock, habia estado profundamente ocupado escuchando la grabacion de una cinta que su ayudante le habia entregado. Era la grabacion de la conversacion telefonica particular que se habia efectuado una hora antes entre el presidente del Tribunal Supremo Maynard y el presidente Wadsworth. La llamada la habia hecho el presidente del Tribunal Supremo, y su breve conversacion con el presidente no habia durado mas de cinco minutos.

La primera llamada del presidente a Tynan se habia producido en el momento justo en que Adcock llegaba al despacho con la importante grabacion.

– Digale que todavia no he llegado -le habia ordenado Tynan a su secretaria-. Digale que intentara localizarme.

La segunda llamada del presidente habia tenido lugar mientras Tynan se hallaba aun escuchando la grabacion.

– Digale que no he llegado -le habia dicho a su secretaria-, pero que lo hare de un momento a otro.

Ahora acababa de escuchar la grabacion por completo.

Adcock apago el aparato.

– ?Quiere escucharla de nuevo, jefe?

– No, con una vez me ha bastado -repuso Tynan reclinandose en su sillon giratorio-. Debo decir que no me sorprende. Tras recibir ayer el informe de Kiley, sospechaba que iba a ocurrir. Ahora ya ha ocurrido. Bueno, sera mejor que llame al presidente y lo escuche todo de nuevo.

Segundos mas tarde Tynan establecia comunicacion con el Despacho Ovalado de la Casa Blanca.

– Siento que no me haya encontrado aqui -dijo Tynan jadeando-. Acabo de llegar. Tenia dos citas fuera y olvide decirselo a Beth. ?Se trata de algo urgente?

– Vernon, estamos perdidos. Se acabo lo de la Enmienda XXXV.

– ?Que esta usted diciendo, senor presidente? -pregunto Tynan fingiendo asombrarse.

– Poco antes de llamarle a usted he recibido una llamada del presidente del Tribunal Supremo, Maynard.

– ?Si?

– Deseaba saber si habia oido hablar alguna vez de una localidad de Arizona llamada Argo City. El nombre me ha sonado inmediatamente. Es el lugar de que usted me hablo anoche al informarme acerca de las mas recientes actividades del FBI. Le he contestado a Maynard que si, que habia oido hablar de ese lugar, que se trataba de una comunidad que el FBI llevaba varios anos investigando. Le he dicho que usted personalmente habia estado dirigiendo la investigacion de los delitos federales en aquella ciudad y que muy pronto someteria los resultados de sus estudios a la consideracion del secretario de Justicia, Collins.

– Exactamente.

– Bueno, pues parece ser que Maynard sustenta otra opinion acerca de las actividades que ha estado usted desarrollando en Argo City.

– No lo entiendo -dijo Tynan fingiendo asombrarse-. ?Que otra opinion podria sustentar?

– Tiene la impresion de que ha estado usted utilizando Argo City como terreno de prueba de la Enmienda XXXV. Y los resultados, que tal vez a usted le hayan complacido, a el le han horrorizado.

– Eso es absurdo.

– Yo tambien le he dicho que era absurdo… ni mas ni menos. Pero el muy terco no ha dado su brazo a torcer.

– Delira -dijo Tynan.

– Tal vez, pero esta en contra nuestra. Ha dicho que jamas se habia manifestado publicamente en contra de la Enmienda XXXV pero que ahora estaba dispuesto a hacerlo. Despues ha intentado someterme a un chantaje.

– ?Someterle a usted a un chantaje, senor presidente? ?De que modo?

– Ha dicho que si yo retiraba publicamente mi apoyo a la enmienda, gustosamente accederia a guardar

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