silencio. Pero que si me negaba a hacerlo, si me negaba a modificar mi postura, entonces hablaria.
– Pero, ?quien demonios se ha creido que es, amenazando asi al presidente? -exclamo Tynan indignado-. ?Y usted que le ha respondido?
– Le he dicho que siempre habia apoyado con firmeza la Enmienda XXXV y que seguiria haciendolo. Le he dicho que creia en ella y que deseaba que se ratificara como parte de la Constitucion.
– ?Y el como ha reaccionado? -pregunto Tynan con inquietud simulada.
– Ha dicho: «En tal caso, me obliga usted a actuar, senor presidente. Voy a dimitir de mi cargo y a entrar en liza para poder hablar mientras aun este a tiempo.» Ha dicho que esta misma tarde emprenderia viaje a Los Angeles y que se pasaria todo el dia de manana en su residencia de Palm Springs. Pasado manana se dirigiria de nuevo a Los Angeles. «Convocare una conferencia de prensa en el hotel Ambassador para anunciar mi dimision del cargo de presidente del Tribunal Supremo y anunciare mi proposito de comparecer como testigo ante los comites judiciales de la Asamblea y del Senado del estado de California con el fin de expresarme en contra de la aprobacion de la Enmienda XXXV», me ha dicho finalmente.
– ?Esta dispuesto a hacer efectivamente lo que dice?
– Sin la menor duda, Vernon. He intentado hacerle recapacitar pero ha sido inutil. Dentro de unas horas saldra para California. Y nosotros estaremos perdidos. En cuanto empiece a hablar en contra de la enmienda, todo estara perdido. Provocara una conmocion entre los legisladores. ?Quien hubiera podido imaginarse que iba a ocurrir semejante cosa? Todos nuestros esfuerzos y esperanzas destruidos por la intervencion de un solo hombre. ?Que podemos hacer, Vernon?
– Podemos combatirle.
– ?Como?
– No estoy seguro. Tratare de pensar algo.
– Piense usted algo… lo que sea.
– Lo hare, senor presidente.
Tynan colgo, contemplo el aparato sonriendo, levanto la cabeza y le dirigio a Adcock una sonrisa.
– Claro que pensaremos algo, ?no es cierto, Harry? -dijo guinandole el ojo.
Aquella noche Chris Collins se sentia alborozado. Por primera vez se sentia libre de la tension que le habia agobiado en el transcurso de las ultimas semanas y podia descansar.
Poco despues de regresar del trabajo, habia recibido la anhelada llamada de Maynard. El presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos habia llegado hacia escasos minutos al Aeropuerto Internacional de Los Angeles y, antes de dirigirse con su esposa a Palm Springs, deseaba informar a Collins de lo que habia ocurrido aquella manana. Habia conversado telefonicamente con el presidente. Le habia rogado que modificara su postura en relacion con la Enmienda XXXV. El presidente se habia negado a hacerlo. Maynard le habia dicho entonces que se iria a Los Angeles y que alli anunciaria su dimision del cargo de presidente del Tribunal Supremo y su proposito de expresarse en Sacramento en contra de la aprobacion de la enmienda. Se pasariatodo el proximo dia en su estudio de Palm Springs redactando su discurso de dimision y su energica declaracion ante los comiteslegislativos.
– Espero que sea suficiente -habia dicho.
– Lo sera, lo sera sin duda -le habia dicho Collins muy emocionado-. Muchas gracias, senor Maynard.
– Gracias
Karen habia estado escuchando sus palabras con expresion inquisitiva. Tras colgar el telefono, Collins se habia levantado, se habia acercado a ella y habia hecho ademan de levantarla del suelo, pero entonces, acordandose de su embarazo, se habia limitado a abrazarla y besarla.
Rapidamente, Collins le habia explicado a Karen -sin entrar en detalles y sin referirse para nada a Argo City- la decision del presidente del Tribunal Supremo de manifestarse publicamente en contra de la Enmienda XXXV.
Karen se habia alegrado muy sinceramente.
– Que estupendo, carino. Buenas noticias, por fin.
– Vamos a celebrarlo -habia dicho Collins. Se sentia ligero de cabeza y de cuerpo como si le hubieran quitado varios kilos de encima-. Vamos a cenar fuera. Elige el sitio.
– El Jockey Club -habia dicho Karen- y turnedos Rossini.
– Vistete. Yo reservare la mesa. Nosotros dos solos. Nada de trabajo, solo placer, te lo prometo.
Media hora mas tarde, tras haberse duchado juntos, se encontraban en el dormitorio ya casi vestidos.
Collins se estaba poniendo los pantalones de su mejor traje azul marino cuando sono el telefono.
– Ponte tu -le dijo Karen desde la mesita del tocador-. No se me ha secado todavia el esmalte de las unas.
Collins se acerco a la mesita y rezo para que no fuera ningun asunto de trabajo. Habia muy pocas personas no relacionadas con el Departamento de Justicia que conocieran su numero de telefono particular. Descolgo el aparato.
– ?Diga?
– ?Senor Collins?
– ?Si?
– Soy Ishmael Young. No se si me recuerda…
Collins esbozo una sonrisa. Como si resultara facil olvidar aquel nombre.
– Pues claro que le recuerdo. Es usted el escritor de la autobiografia del director Tynan.
– Espero que no se me recuerde precisamente por eso -dijo Ishmael Young con voz muy seria-. Pero no importa. Estoy escribiendo la autobiografia de Tynan y tuvo usted la amabilidad de recibirme el mes pasado. - Young vacilo, busco las palabras mas adecuadas y despues dijo en tono de urgencia:- Se que esta usted muy ocupado, senor Collins, pero, si fuera humanamente posible, tendria que verle esta noche. No le entretendre mucho rato…
Collins le interrumpio mirando a su esposa.
– Me temo que esta noche estoy ocupado, senor Young. Si usted pudiera llamarme a mi despacho el lunes, podriamos…
– Creame, senor Collins, no me atreveria a molestarle si no fuera importante. Tanto para usted como para mi.
– Pues, no se…
– Se lo ruego.
El tono de voz de Ishmael Young hizo capitular a Collins.
– Muy bien. En realidad, mi esposa y yo teniamos intencion de irnos a cenar al Jockey Club.
– Lo lamento. Pero…
– No se preocupe. Estaremos alli a las ocho y media. Puede usted reunirse con nosotros.
Tras colgar el aparato, Collins observo que Karen le miraba inquisitivamente.
– Es el que le esta escribiendo la autobiografia a Vernon Tynan -le explico a su mujer encogiendose de hombros-. Quiere verme esta noche. Siento curiosidad por saber de que se trata. En realidad, es un sujeto muy simpatico. Espero que no te importe, carino.
– Tonto, no esperaba que fueramos a cenar los dos solos -dijo ella indicandole el aparato-. Sera mejor que llames al Jockey Club y reserves mesa para tres. Ademas, siento tanta curiosidad como tu.
El Jockey Club, situado en el hotel Fairfax de la avenida Massachusetts, estaba ya abarrotado de gente a las nueve de la noche. A pesar de ello, la mejor mesa del restaurante habia sido reservada para Chris Collins y sus acompanantes.
– Mira, eso de ser el secretario de Justicia tiene tambien sus ventajas -le habia susurrado Collins a su mujer.
– Se tienen las mismas ventajas ofreciendo generosas propinas -replico ella.
Ishmael Young les habia estado aguardando en la calle y se habia mostrado insolitamente nervioso, sin dejar de disculparse ante ellos desde que habian llegado.
Ahora, una vez les hubieron servido las bebidas, Young acaricio con aire ausente el vaso de Jack Daniels con soda y se deshizo nuevamente en disculpas.