en mi poder, o por lo menos, imaginar poseible.
– ?Sabes que descubriste en tu jugador de ajedrez, Hippolyte? -Jean-Jacques se sento echandose hacia atras en su silla-. Otra alma opaca, o mejor dicho, un espejo de tu propia opacidad.
– Y ayer el espejo miro hacia atras- musite sombriamente.
– Precisamente. Y esto va contra las reglas del juego.
Me miro un momento, como entendiendo algo que yo no le hubiera dicho. Fue una mirada larga e inquisidora, matizada de incredulidad. Entonces meneo la cabeza y me sonrio como antes.
– Pero vamos, estoy cooperando demasiado. No me necesitas para explicarte a ti mismo. Juguemos nosotros al ajedrez, o si no, podemos recoger a una chica para que te diviertas con ella, a menos que continues fiel a aquella extrana senora, agitadora de tus espiritus. ?Ya se! ?Has visto aquella divertida pelicula norteamericana sobre el hombre-mono que estan pasando en el
Jean-Jacques se volvio de pronto tan infantil y alegre con sus pequenos proyectos de diversion, que no podia rechazarlo. Lo preferia como companero de juego a como mentor, de modo que salimos a pasear durante una hora, durante la que Jean-Jacques se detuvo a cada instante para saludar a sus conocidos y divertirme, despues, con brutales comentarios acerca de ellos, tan pronto se habian alejado. Finalmente, fuimos a ver la pelicula.
Un dia recibi una carta de mi padre, diciendo que su salud habia disminuido y que le gustaria verme mientras estuviera en plena posesion de sus facultades. Me puse en camino hacia casa, inmediatamente, contento de haber hallado una excusa para dejar la ciudad. Habia esperado la ocasion de huir, pero nadie me perseguia. Ser llamado a un lugar lejano me permitia desplegar cierta actividad. Me marche sin comunicarselo a mi portera, ni a Jean- Jacques ni a Monica, para poder disfrutar con el parecido a un vuelo.
Era la primera vez que regresaba a casa, desde que parti para residir en la capital, diez anos antes. Mi padre no estaba en cama, sino confinado en una silla de ruedas, sobre la que se movia por la casa aun muy energicamente. Adverti que su caracter habia cambiado desde su jubilacion forzosa. Lo recuerdo como un hombre robusto, jovial y decidido; ahora era quisquilloso y facilmente irritable. Su enfermedad me conmovio y estuve de acuerdo en prolongar mi visita. Mi hermano, ocupado con las nuevas responsabilidades de dirigir personalmente la fabrica, estaba contento de no tener que pasar mucho tiempo con el viejo y rendirle continuas cuentas. Su esposa, Amelie, estaba exasperada con el cuidado del invalido y preferia ocuparse de los ninos. Todos estuvieron encantados de entregarme su custodia.
Al principio, encontre tediosa la compania del enfermo. Simpatizaba poco con su miedo a la muerte, y no comprendia como habia llegado a tenerlo. Mis deberes eran simples. Durante varias horas diarias leia para el, con los limites de su gusto altamente especializado, ya que le gustaban unicamente las novelas cuya accion se desarrollaba en el futuro. Debo haberle leido una docena. Imagino que debian proporcionarle cierto sentido de inmortalidad y, al mismo tiempo, lo compensaban con sus extravagantes pronosticos: no seria mala cosa perderse el futuro que se describia en las novelas.
Un dia, despues de la comida, mientras le leia una novela sobre la vida en el siglo treinta, epoca donde, segun el autor, las ciudades estaran construidas en cristal y la gente modelada como las plantas, por sacerdotes artesanos, me interrumpio.
– Muchacho -dijo, blandiendo el baston que sostenia sobre las rodillas-, ?que te gustaria heredar de mi?
La pregunta resultaba penosa, no porque encontrara insoportable la idea de perder a mi padre, sino porque temia una derivacion de la conversacion hacia el tema de la muerte, que parecia inevitable.
– Si sigues dandome la ayuda que hasta ahora me has dado, padre -respondi-, estare mas que contento.
– Dispongo de algunas propiedades en la capital, ?sabes? Casas.
No respondi.
Entonces me pregunto como utilizaba mis ingresos y de que manera justificaba esta ayuda. Decidi no embellecer mi vida en la capital con un falso aparato de actividades y explique las modestas preocupaciones que llenaban mi vida.
– ?Y mujeres? -dijo, azuzandome con su baston.
– Hay una joven que ahora se niega a verme porque no quise asegurarle que ibamos a ser felices.
– Dejala.
– Ella me ha dejado a mi, padre.
– Entonces, recuperala cuando regreses a la ciudad, y despues, dejala.
– No puedo, padre. No tengo malicia y traicionarla no me causaria satisfaccion.
No respondio a mi argumento y me animo a seguir leyendo. Despues de algunas paginas que explicaban como el dictador de Nueva Europa ordena que todos los ninos comprendidos entre los doce y los catorce anos sean tatuados y enviados a colonizar un continente abandonado, fui yo quien interrumpio el relato.
– Padre, ?cual es tu opinion sobre el asesinato?
– Depende de quien sea la victima -dijo-. Yo no se que seria mejor, ser asesinado o, simplemente, que envejeciera, enfermara y muriera. Lo mejor seria ser asesinado cuando estuviera muriendo.
– ?Y si el asesinato se produce cuando ya estas muerto? -inquiri cautelosamente, esperando que no pidiera explicaciones.
– Es absurdo -dijo-. Sigue leyendo. Me gusta el momento en que la luna se detiene y Europa esta sumergida en el agua.
Segui leyendo mucho mas alla del limite de resistencia de mi voz, pues insistio en que terminara el libro. Entonces le acompane a dar una vuelta por la casa, en su silla de ruedas, como todos los dias, a la misma hora, solia hacer. El jardin ya no era descuidado y salvaje como lo recuerdo durante mi infancia. Estaba pulcramente arreglado, de modo que el pudiera comprobar diariamente la seriedad de la administracion del jardinero. «Me gusta el orden, muchacho», me dijo el primer dia que salimos a pasear. «Me gusta poner orden en todo lo que concierne a la casa, pero no me dejan. Sin embargo, fuera, en el jardin, el amo soy yo. Ya veras lo que he hecho con esta jungla.» En efecto, lo vi. El ano anterior, cuando enfermo por primera vez, el jardin entero fue renovado bajo sus instrucciones. Para el, se trataba ahora de un jardin alfabetico; aunque, para mi, todavia era la cronologia de mi perdida infancia. Junto a la casa crecian las anemonas, mas adelante las begonias, despues los crisantemos; desde alli habia espiado a la criada y al mayordomo, mientras se abrazaban en la cocina. Alrededor de los corredores laterales, crecian la misma cantidad de hileras de dalias, eglantinas, fucsias y gardenias. Despues venian las hortensias y los iris orientales, cortados por la pagoda donde solia disponer mis soldados de plomo. Mas alla, los jazmines y los
?He dicho que habia encontrado cambiado su caracter? Tal vez parezca que he simplificado el asunto. Descubri con placer que mi padre se habia vuelto excentrico y caprichoso en su enfermedad y vejez. Agitaba el baston que siempre tenia sobre las rodillas en direccion a sus nietos, como si intentara golpearlos. Gritaba a mi hermano y a su mujer que iba a desheredarlos, despreciaba los alimentos que le servian y despedia cada domingo a todos los criados, cuando ellos regresaban de misa. Pero a mi me trataba afectuosamente. Su conducta, cuando yo era nino, habia sido tolerablemente severa. Ahora era real afecto lo que recibia de el, y no solo por ser su hijo, sino porque realmente le gustaba. Si mi hermano mayor habia satisfecho sus esperanzas de la madurez, siendo un joven sano y activo, yo era el heredero de mi padre en su vejez. Ahora teniamos mucho en comun.
Mi padre habia tenido solo dos hijos. ?Era encantador sentirse el hijo unico del propio padre, aunque con tanto retraso!
Estuve tres meses con mi padre, durante los cuales sus condiciones fisicas se mantuvieron inalterables. Su enfermedad parecia detenida y los medicos dijeron que podia vivir mucho tiempo aun, pero el estaba seguro de morir antes de que el ano terminara.
– Vete -me dijo-. No quiero que me veas morir.
– Te leere mas novelas -replique.
– No quiero oir ni una mas.
– Ire a la Biblioteca Nacional y buscare una flor que empiece por Q. Hare que traigan las semillas, por lejos
