»Naturalmente, el principe se alegro mucho cuando la princesa volvio a estar otra vez con el, y de inmediato la puso en la cama. La cuido con gran carino, alimentandola con una cucharilla de azucar y un cubilete de crema cada dia. Estuvo enferma durante bastante tiempo, pero finalmente se recupero. Durante su enfermedad, sin embargo, su vista se debilito mucho mas. Estaba completamente ciega.

»Pero la princesa no se desanimo por esto. Ahora no tendria ya problemas para escoger entre su marido de blanco o su marido de negro.

»-Ahora soy feliz -dijo al principe.

»Y oyo replicar a su marido, con su agradable voz:

»-Siempre hemos sido felices.

»Y a partir de entonces, vivieron siempre muy felices.»

Mi esposa era, sobre todo, obediente, y nunca se quejaba. Era el tipo de mujer que hubiera disfrutado con la suegra, que yo no podia proporcionarle. Ademas, su naturaleza era propensa a la generosidad, hasta el extremo de despreocuparse por los riesgos. Cuando la familia judia que vivia en el piso inferior al nuestro fue sacada a medianoche por los soldados enemigos, para ser deportada a los campos de concentracion, ella se asomo al rellano y arrojo sus zapatillas. Afortunadamente la contuve a tiempo para no ser vista por los soldados y detenida. Esto explicara lo que sucedio un dia, algunas semanas despues, cuando una mujer se presento ante la puerta, mientras yo estaba fuera, y dijo a mi esposa que era una vieja amiga mia, judia, aunque convertida, y en inmediato peligro de deportacion; mi esposa la invito a pasar y a permanecer con nosotros. En una hora, la mujer trajo sus escasas maletas y propiedades, para instalarse en la habitacion trasera. Tampoco yo hubiera rechazado a quien llamara a mi puerta pidiendo refugio por razones de este tipo, durante aquellos dias terribles. Con todo, debo confesar que al regresar a casa mi corazon se encogio de temor por mi y por mi mujer. La mujer no era otra que Frau Anders.

Apresuradamente mi esposa me explico su presencia. Fui a la habitacion trasera, donde encontre a Frau Anders sentada en una silla de madera, rodeada de varias maletas pequenas a sus pies.

– Sabes que no hubiera venido -empezo, en tono resentido-. Todavia tengo orgullo.

– Lo se, lo se -dije, resignadamente-. Un gran desastre cancela todas las querellas privadas. Mi casa es tuya.

Rio amargamente.

– Todas tus casas, ?eh?… ?Oh!, perdona… Debes permitirme permanecer aqui por un tiempo, Hippolyte. Se estan llevando a todo el mundo. Al principio era solo a algunos, pero ahora, ahora a todos. Ninguno de los que se van regresa, lo se; ?puedo presentirlo!

– No hace falta que te expliques, querida -dije-. Y, calmate. ?Dijiste a alguien que venias aqui?

– A nadie.

– Entonces puedes estar todo el tiempo que creas necesario, tanto tiempo como quieras.

Frau Anders suspiro, desplomandose sobre la silla. Yo no advertia diferencia alguna entre sus dos brazos, aunque tal vez se debiera a la deformada y vieja chaqueta de lana que la cubria. Sin embargo, no crei que fuera momento oportuno para preguntarle por su tratamiento durante los dos anos que pasamos sin vernos.

– Ahora, quiero dormir -murmuro.

La deje y volvi con mi esposa, que miraba fijamente a traves de la ventana de su habitacion a un vehiculo militar, lleno de soldados, estacionado en la calle.

– Ahora vamos a tener que hablarnos al oido -dijo en voz baja, mirandome-. ?No estas enfadado conmigo, verdad?

Le implore que no pensara eso, nunca.

«Yo cuidare de ella», dijo. ?Como si pudiera cuidar a alguien! Me senti a punto de llorar por su bondad. Mi esposa no penso en absoluto en los terribles castigos que nos podrian infligir si eramos descubiertos por el ejercito, que constantemente buscaba en las casas a desafortunados fugitivos como Frau Anders. Como comprenderan, no sabia nada de mis antiguas relaciones con Frau Anders: solo que alguna vez nos conocimos. Mis motivos personales eran mas poderosos. Sin embargo, llamarlos generosidad y coraje seria adularme. No podia evadir el riesgo de mi propia vida, cuando previamente habia puesto la de Frau Anders bajo los riesgos de la esclavitud y el asesinato. Generosidad parece un termino inadecuado para designar la ayuda dada a una persona a quien se ha negado tanto. Mi vieja amante estuvo con nosotros durante varios meses, sin dejar el apartamento una sola vez. Mi esposa pasaba con ella la mayor parte del dia, en la habitacion trasera. Frau Anders no habia perdido su vieja cualidad de ser agradable compania y buena confidente. Yo solia sentarme en la sala, tratando de escuchar el sonido de sus murmullos; a veces, oia la risa juvenil de mi esposa. Ella, generalmente tan callada, parecia airearse con esta triste compania. No se deprimio, como temi, por las viejas heridas y las penosas circunstancias de Frau Anders. A Frau Anders, en cambio, nunca la oi reir; el miedo la habia vuelto muda.

Me resultaba extranisimo que Frau Anders estuviera en mi apartamento. Yo habia escapado, con mayor o menor exito, a todas sus trampas anteriores. Me habia imaginado perseguido por ella, hasta que llego otra vez a mi puerta, ahora con la justificacion oficial de su propia persecucion. El fantasma que me habia acechado durante tanto tiempo, ahora se habia instalado en mi casa, con un permiso de entrada que no podia negar.

Sin embargo, evite todas las oportunidades de estar a solas con ella. No podia imaginar que nuevas demandas o que nuevos reproches me haria. Quizas un dia, cuando yo saliera del W. C., vendria a mi encuentro a proponerme que la llevara a mis espaldas, a traves de las laberinticas cloacas de la ciudad, hacia la libertad. No me hubiera extranado tampoco que una noche, durante la cena, me pidiera que asesinara al comandante enemigo de la ciudad. O podia tambien solicitarme que buscara a su antiguo marido, para poder explicarle que, pese a todos sus esfuerzos, seguia siendo judia. Afortunadamente, nada de esto sucedio. Despues de que el vecindario fuera inspeccionado varias veces, a medianoche, y los soldados entraran en nuestro propio apartamento, en la mismisima habitacion donde Frau Anders estaba agazapada en un baul, su terror sobrepaso los limites de nuestro apartamento, y me imploro que buscara un refugio mejor. Asi lo hice -un ingenioso escondrijo que describire mas adelante- y mi esposa y yo quedamos solos.

Me senti apenado al perder a Frau Anders como huesped, por lo que ella suponia para mi esposa. A veces me preocupaba, porque mi esposa debia sentirse sola en la capital, donde no tenia ni amigos ni parientes. No parecia sentirse sola. Pero cuando observe su felicidad por la compania de Frau Anders, comprendi que podia ser mucho mas feliz de lo que era. Se me ocurrio que quizas queria tener un nino. Pero no me parecio suficientemente madura; ella misma era una nina. Desatinadamente, pense que habria tiempo suficiente, confiando excesivamente en el destino y en nuestra longevidad. Por otra parte, deseaba prolongar la paz y la pureza de nuestras relaciones.

Podrian imaginar que, como respetaba la virginidad de mi esposa, procuraba satisfacerme fuera de casa. No era asi. Queria ser fiel a mi esposa, como esperaba lo fuera conmigo. Era muy conveniente: al ser fiel a mi esposa, era al mismo tiempo fiel conmigo mismo.

Durante este tiempo, clarifique mis ideas acerca de la esencia del amor a uno mismo.

Pido al lector que no me desapruebe. No creo que exista vanidad en las siguientes reflexiones.

Razone de la siguiente manera: el criterio de amor sobre el que todos podemos estar de acuerdo, es la intensidad. El amor eleva la temperatura del espiritu; es una especie de fiebre. Los hombres aman para sentirse vivos. Y no se limitan simplemente a amar. Tambien por eso van a la guerra. Si la guerra no satisficiera un deseo elemental -no el deseo de descubrir, que es superficial, sino el deseo de encontrarse en estado de tension, para sentir con mayor intensidad- la practica de la guerra se hubiera probado una vez, para quedar abandonada. Los hombres, acertadamente, consideran sus propias muertes como un precio no demasiado alto por sentirse vivos.

La guerra nunca falla. Pero el amor falla siempre. ?Por que? Porque en el fondo yace el deseo de incorporacion. El amante no busca un ser amado, sino la extension en profundidad de su propio ser. Pero de esta forma, anade un nuevo peso a su propia carga, cargando ahora tambien con la otra persona.

Una posible solucion al amor es el odio. Al odiar, nos desprendemos de la carga, pero entonces nos sentimos disminuidos, pesando la mitad de lo que ya nos habiamos acostumbrado a pesar.

La solucion mejor es la separacion: ni amor ni odio hacia los otros, ni asumir cargas ni desprenderse de ellas. El unico objetivo apropiado, tanto para el amor como para uno mismo, es uno mismo. Entonces podemos tener la confianza de que no nos estamos equivocando, al pagar el tributo de nuestros sentimientos. Podemos estar seguros de que el objeto no se fugara, cambiara o morira. Solo asi quedamos satisfechos.

A esta linea de razonamientos anadire una anecdota.

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