una propension hidropica, manifestada por la condicion corporal flematica, conocida como leucoflemacia, y por un creciente emblanquecimiento completamente anormal de algunas partes del cuerpo, leucosis. Pero estas eran solo algunas apariencias externas de la fatal leucemia, un exceso de globulos blancos en la sangre.

Mi esposa recibio la noticia con gran serenidad. Dado que no existia cura posible, no habia tampoco nada que hacer, sino esperar en calma el desarrollo de la enfermedad. Juntos decidimos que permaneceria en casa, en lugar de instalarse en un hospital, y su cuidado se convirtio en mi unica y voluntaria ocupacion. Le preparaba el te y le daba masajes en las piernas; durante horas y horas me sentaba junto a su cama, acompanandola en algunas canciones u oraciones y jugando al tarot. Creo que no mencione la aficion de mi esposa a la astrologia. Durante su enfermedad, me enseno a leer los naipes y me profetizo una larga vida, lo cual, en estas circunstancias, me anadia un exceso de melancolia. No parecio muy animada cuando le propuse avisar a su familia, aunque estuvo de acuerdo en que seria mas apropiado en los ultimos momentos. Deseando, sin embargo, proporcionarle mayor entretenimiento, decidi invitar a Jean-Jacques a nuestra casa. Sali un mediodia, despues de avisar a un vecino que iba a ausentarme por algunas horas, y encontre a mi viejo amigo, no en su cafe habitual sino en otro, unas puertas mas abajo, en la misma calle.

– ?Por que? -le pregunte.

– Porque el precio del cafe ha subido a setenta y cinco centimos y la nueva propietaria es muy poco amable.

Jean-Jacques parecia especialmente seguro aquel dia; llevaba una copia mecanografiada de su nueva novela, que en seguida autografio y me mostro. Le hable de la nueva situacion en casa y le pedi que hiciera una visita a mi esposa.

– Yo deberia estar muy disgustado contigo, Hippolyte. Me has tenido alejado por mucho tiempo de tu princesa. Yo no pensaba comermela, como puedes suponer.

– Es cierto. Pero tu tienes la cualidad de producir efectos trastornadores en la gente, querido Jean- Jacques.

– ?Y ahora? Todavia sigo produciendo el mismo efecto, espero.

– Mi esposa ya no puede distinguir entre placer y sobreestimulo. ?Por que no vienes ahora?

– Ire mas tarde.

– Pero, ?y el toque de queda?

– No te preocupes por eso.

Quede muy satisfecho, lo deje en seguida y regrese a casa.

Cuando Jean-Jacques llego, alrededor de las tres de la madrugada, yo estaba todavia hamacandome en la silla, junto a la cama de mi esposa, donde normalmente dormia. Cuando escuche sonar el timbre abri los ojos y comprobe que ella estaba despierta todavia, escondida entre los almohadones; las cartas de tarot yacian esparcidas sobre la mesita de noche, y ella miraba con ojos febriles y con miedo hacia mi.

– Es un amigo -susurre para no asustarla-. Ya lo veras.

– No esta dormida -dije a Jean-Jacques, mientras me despojaba de la manta que cubria mis rodillas. Deje la habitacion de mi esposa y fui a abrir la puerta central. Jean-Jacques, vistiendo un completo uniforme de oficial enemigo, con condecoraciones de combate y la Cruz de Hierro, entro sin saludarme.

– ?Canta! -dijo alegremente mientras se metia en la habitacion.

Hice una senal a mi esposa, para evitar que se asustara. Ella empezo a cantar un lullaby y Jean-Jacques la acompanaba bailando junto a la cama, mientras sus botas resonaban pesadamente sobre el suelo.

– Es perfecto -exclame, y mi esposa estuvo de acuerdo-. ?Como supiste lo que debias ponerte?

– La mismisima imagen de la respetabilidad, mi amigo -contesto Jean-Jacques sin interrumpir su danza.

– ?No te he dicho nunca que mi suegro es un oficial de la armada?

– ?Que? -murmuro Jean-Jacques.

– ?El Ejercito! ?Un oficial!

– ?La-mismisima-imagen-de-la-respetabilidad! -y a cada palabra, daba un taconazo en el suelo.

– ?Viva la victoria! -murmuro mi esposa, escondiendose aun mas entre las sabanas, hasta que solo su cara fue visible.

– Y ahora, querida senora, vamos a interpretar una marcha.

Me cogio por los hombros y marcamos el paso militar, arriba y abajo, por la habitacion. Me sentia pleno de vivacidad, y en un momento me desasi de la poderosa mano que Jean-Jacques posaba sobre mi hombro y corri hacia el otro lado de la habitacion.

– Te declaro la guerra -grite.

– Estas muerto -dijo Jean-Jacques, pausadamente.

Mi esposa empezo a llorar. Me dirigi a el con enojo:

– No hagamos la guerra -le dije-. Esto la asusta.

– Pero yo quiero luchar contigo. Despues de todo fui boxeador profesional.

– Lo se, lo se. Por eso, no voy a ser tan tonto de luchar contigo.

Empece a sentirme molesto; Jean-Jacques podria haberse mostrado un poco mas serio.

– Primero, deja que me saque mi respetabilidad -dijo, con voz segura, y empezo a desabotonar su flamante camisa verde olivo. La cabeza de mi esposa desaparecio bajo las mantas.

– Pero estoy muerto. Lo dijiste tu mismo.

Se escucho un quejido alarmante salido de la cama.

– Esa es tu ventaja, Hippolyte. Como la mia es haber sido boxeador.

Se impacientaba con los botones y se saco la camisa por la cabeza. Aprovechando esta oportunidad, tome una silla proxima al armario y la lance sobre su cabeza. Inmediatamente se desplomo, y la cabeza de mi esposa emergio de entre la sabana con los ojos enrojecidos por las lagrimas. «?Oh, oh!», exclamo.

– Este es el castigo por encarnar a un oficial -explique, secando su cara con mi panuelo. La exasperacion y el disgusto por la eterna frivolidad me habian dejado sin habla; no podia explicarle nada mas y solo queria deshacerme de el y sacarlo del apartamento. -Voy a llevarlo a su casa. Vuelvo en seguida.

Me hubiera resultado imposible levantar a Jean-Jacques y bajarlo por las escaleras, de modo que desperte a un vecino, un muchacho que transportaba carbon, que vivia detras de la puerta contigua a la nuestra. Estuvo de acuerdo en ayudarme, y lo hicimos juntos. Despues de despojar a Jean-Jacques de su disfraz, lo vestimos con viejas ropas mias y esperamos a que amaneciera. Aun inconsciente lo bajamos y lo metimos en la furgoneta que el muchacho usaba para repartir el carbon, transportandolo a traves de la ciudad y llevandolo a su habitacion, tras subir las escaleras del hotel en que se hospedaba. Envie de nuevo al muchacho para que cuidara a mi esposa hasta mi regreso.

Crei que habia matado a Jean-Jacques, dada la forma en que estaba tendido. Seguramente, esa fue la razon por la que no parti, aguardando hasta el momento en que lo vi recuperarse. No volvio a la conciencia hasta el mediodia; cuando observe que comenzaba a moverse en su cama y se quejaba sosteniendo entre las manos su cabeza, me deslice hacia la puerta. Me sentia extremadamente disgustado con el. Me detuve a comprar algunos alimentos y regrese a casa. Pero cuando entre en la habitacion de mi esposa, con gran asombro vi que en la cama solo estaba el muchacho del carbon, completamente vestido. Parecio asustado al verme, y balbucio que mi esposa se habia sentido muy mal cuando el regreso a casa, por lo que aviso a los vecinos, que en seguida llamaron a una ambulancia, y que ahora estaba en el hospital de la ciudad. Me apresure a ir al hospital, donde una enfermera me confirmo las noticias sobre la grave situacion de mi esposa. Me permitieron entrar durante unos minutos, pero ella estaba en estado de coma. Tres dias despues, murio.

No pienso hablar ahora de mi pena. Hacer los arreglos pertinentes al funeral, representaba un problema para mi. Seria enterrada en el panteon familiar de su ciudad natal, con todos los ritos de la iglesia. Pero yo tambien deseaba hacer un funeral que representara sus ultimos anos de vida junto a mi en la capital. Por ello, y sin telefonear inmediatamente a su familia, dispuse que su cuerpo fuera colocado en un ataud y conducido a nuestro apartamento. En seguida llame al profesor Bulgaraux, para que celebrara el funeral privado. Estuvo de acuerdo, con la unica condicion de que invitaria a un pequeno nucleo de colegas y discipulos suyos. No invite a Jean- Jacques, pues todavia estaba muy disgustado con el por la falta de consideracion y la absurda forma en que se comporto durante los ultimos momentos de la vida consciente de mi esposa. Invite al repartidor de carbon y a algunos actores amigos. Lucrecia vino con un joven pianista, su ultimo entusiasmo. Monica llego consumida de

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