y acechar en las sombras. Has aprendido algo sobre la violencia desinteresada, y yo, sobre el secreto de la rendicion desinteresada.

Meneo la cabeza, rio y me pidio un trago. Nos sentamos y estuvo contandome las tres sentencias que habia cumplido ya en la carcel -tenia solo veintidos anos- y de su novia, y de la profesion de ladron. Un individuo muy decente, ciertamente; estaba apenado por no haberlo conocido antes. Hacia las siete de la manana llamo a un amigo suyo, un conductor de camioneta, que se llevo lo que el habia elegido.

Recordaran que al principio de este relato formulaba las investigaciones sobre mi mismo como una prueba de certidumbre. Un gran filosofo, el primero en descubrir esto en sus especulaciones, encontro que de lo unico que podia estar realmente convencido era de su existencia. Estaba seguro de existir porque pensaba; negarlo era igualmente un acto de pensamiento. Mis averiguaciones me llevaron a la conclusion opuesta. Solo porque yo existia -en otras palabras, pensaba- aparecio ante mi el problema de la certidumbre. Alcanzar certidumbre es comprender que uno no existe.

Con esto, no niego el sentido comun. Admito tener un cuerpo, que naci en tal lugar y tal dia. Pero los pensamientos nunca son los ciertos, sino solo los actos, actos limpios de pensamiento.

Mis suenos, llenos de reflexiones e impresiones, eran una parodia del pensamiento, me depuraban del pensamiento y, por consiguiente, de la existencia personal. Mas que un obstaculo para mi problema original, que habia dispuesto por mi mismo, eran una solucion a aquel problema. Asi, mis suenos conducian a la solucion: las escaleras deben ser apartadas, una vez se ha ganado la altura deseada. La disciplina que me impuse en casa de Prau Anders, era precisamente un intento de alejar los suenos, integrandolos totalmente a mi vida: ahora habia que disolver los medios, ya que me habian conducido hasta mi objetivo.

Hay solo un cabo suelto en mi argumento, una grieta en la armadura que me modele a traves de la union entre mi vida y mis suenos. Hablo de la certidumbre, aunque me vanaglorie ante ti, lector, de haberla conseguido. Estoy ocultando algo que deberia admitir, a pesar de lo molesto e inexplicable que resulta. Mientras hablo de certeza, ?permanezco incierto de algo importantisimo! Se refiere a Frau Anders o, para hablar con mayor claridad, a la mujer para quien decore la casa anos atras, a quien instale en ella durante la guerra y con quien mas tarde la comparti.

Si esta mujer no era Frau Anders, una gran parte de mi memoria esta equivocada. Pero seguramente, era Frau Anders, a quien yo generosamente habia dejado al cuidado de un mercader arabe, muchos anos antes. Era ella quien regreso dos anos despues, mutilada y con un aspecto deplorable, y a quien intente sin exito matar. A ella, siempre indestructible, a quien conferi la casa. Era Frau Anders quien me perseguia, quien queria casarse conmigo, quien hizo que me casara y vivio durante un tiempo conmigo y con mi esposa. Era Frau Anders, a quien yo deje en la casa, bajo los ojos mismos del enemigo. Fue con ella con quien me reuni, despues de la muerte de mi querida esposa, una vez la guerra termino, ella que me proporcionaba una compania anodina. Era la misma mujer, Frau Anders, a quien deje en la casa, sin vida, humillada, como un fantasma.

Parece perfectamente simple y claro. Y sin embargo, tengo otros recuerdos de la casa, en los que me encontraba totalmente solo. ?Es posible que ella no haya estado nunca en la casa? ?Como podia ser? Mi esposa sabria si ella vivio con nosotros durante la guerra. Pero mi esposa murio. El otro testigo es Jean-Jacques. El me ayudo a introducirla en la vieja casa, pero me averguenza preguntarselo. Ya casi no lo veo. Me encontraria loco y senil, pensando que mi memoria se debilitaba. Aunque su respuesta fuera afirmativa, el misterio no solo seguiria sin resolverse, sino que mas bien se complicaria, pues tengo otros recuerdos que no concuerdan con el pasado que he referido. Claramente recuerdo haber sido sacado de la casa por una Frau Anders que nunca habia vivido en ella.

Lo recuerdo con la misma claridad que las demas cosas que se le oponen. Yo estaba en la habitacion destinada al perfeccionamiento de los sentidos, era el sexto ano de mi estancia en la casa, cuando la vieja que hacia las veces de ama de llaves, subio para anunciarme un visita. (Estipule de buena gana que esta quejumbrosa y anciana mujer no podia ser Frau Anders. Quien era, no lo se.) Mi ama de llaves, quienquiera que fuera, no podia haberme sorprendido mas, ni diciendome que en la alfombra del salon habia un leon recostado. Me enfade con la vieja, pues tenia instrucciones de despedir a todas las visitas. Pero cuando vi la maliciosa mirada de sus ojos y supe que la visita no habia querido marcharse, decidi ocuparme personalmente del asunto. Baje a la sala de estar. Sentada en una silla junto a la chimenea vacia, habia una mujer alta, en los ultimos anos de su cincuentena, morena, abrigada con algunas pieles y llevando gafas de sol.

– Madame -dije-. ?A quien tengo el placer de dirigirme? Le ruego excuse la desnudez de mis habitaciones y que no haya fuego en la chimenea. No estoy acostumbrado a recibir visitas.

– ?No me reconoces?

Se quito las gafas de sol y pude ver las ruinas de un rostro bello y vigoroso.

– No, no la reconozco -replique, irritado.

– Bien. Yo apenas te conozco, querido, debo confesarlo. Te has vuelto algo encorvado y tienes arrugas, el pelo bastante gris y, no hay que decirlo, eres veinte anos mas viejo.

– Si soy veinte anos mas viejo, tambien lo es usted.

Rio.

– Siempre has sido bastante inteligente, y recuerdo tus modos suaves y energicos.

Mi corazon empezo a palpitar con mayor fuerza, y pregunte:

– ?Es usted algun familiar?

Rio otra vez.

– Solo un pariente mio se atreveria a hablarme con esta cortante impertinencia y afectacion.

– ?Realmente no sabes quien soy? Mirame mas cerca. Soy una anciana, aunque no me siento vieja. Mirame, querido Hippolyte.

Senti una iluminacion y un escalofrio de placer y ansiedad.

– Usted es una persona feliz.

– Evidentemente -dijo-. Mirame.

Mirandola, no podia negar que la conocia.

– Te conozco -dije.

– ?De veras? ?Cuando me viste por ultima vez?

– Deje que pasaras delante mio en un portal.

– Oh -exclamo-. ?No me lo recuerdes! Pense que nunca te lo perdonaria, pero lo hice, muy rapidamente. ?Acaso estaria aqui ahora, si no lo hubiese hecho? Vamos, sentemonos, no te dejare decir una palabra sobre ti, hasta haberte contado todo lo que me ha ocurrido.

Yo no queria sentarme, porque realmente no acababa de creer en ella, pero insistio. Vi que no habia perdido su vieja costumbre de ordenar, pero ya no tenia el deseo infantil de complacer. Me ordeno pedir al ama de llaves alguna bebida y, cuando le dije que no tenia nada en la casa, saco un pequeno botellin de conac de su bolso. Entonces empezamos una larga conversacion, que se prolongo durante toda la manana y toda la tarde, hasta entrada la noche.

Despues de un rato me convenci de que no se trataba de una impostora. ?De quien podia tratarse, sino de Frau Anders? Y segui entre risas y asombros sus aventuras. Habia estado mas de tres anos con el mercader -en esto no me habia equivocado, no existia ningun hijo-, durante este tiempo el abuso cruelmente de ella. Su ardor se inspiraba en el terror que le provocaba. La habia encerrado en una habitacion de su casa y la visitaba tres veces por semana, entre la una y las cuatro de la tarde, despues de lo cual salia hacia la mezquita. Cuando su temor se aplaco, empezo a cansarse de ella y la vendio a un comerciante de camellos, que la llevo mas al sur, adentrandose en el desierto. El comerciante le pegaba regularmente; a consecuencia de una de las palizas, estuvo a punto de perder el ojo izquierdo. Despues de un ano de lujuria y abuso, el tratante la dejo con un acarreador de agua en un pueblo desierto, y alli Frau Anders permanecio una decada, viviendo feliz.

En este punto de su historia, la interrumpi.

– ?Fuiste feliz? ?De que forma? ?Que ocupo el lugar de los ultrajes, como fuente de placer para ti?

– Hay un limite, Hippolyte -replico-, hasta para el deseo de ser utilizados por los demas.

En aquel tiempo, debido a la insuficiencia de alimentos, la continua exposicion a las tormentas del desierto, la falta de bano, las frecuentes palizas, habia empezado a pesarle la edad. Me dijo que sintio haber perdido su atractivo sexual, lo que yo tome como una forma muy digna de decirme que habia perdido algo de su ardor sexual. Ella y el acarreador de agua llegaron, sin embargo, a un entendimiento. El era un hombre amable y

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