aunque podrian si lo pidieran. Solo que nunca lo piden.

Francis lo comprendio pero no lo entendio.

– No me parece justo -aseguro mirando al Bombero.

– No creo que nadie pensara en el concepto de justicia, Pajarillo. Pero yo lo acepte, de modo que las cosas son asi. Me estoy quietecito. Me reuno con Tomapastillas un par de veces a la semana. Asisto a las sesiones con el senor del Mal. Dejo que me observen. Incluso ahora, mientras estamos hablando, el senor Moses, Rubita y la senorita Caray me estan observando y escuchando lo que digo, y todo lo que adviertan puede terminar en el informe que Tomapastillas remitira al tribunal. Asi que he de ir con cuidado con lo que digo porque no se sabe que podria convertirse en el elemento clave. ?No es cierto, senor Moses?

Negro Chico asintio. Francis lo encontro todo muy impersonal, como si el Bombero estuviera hablando sobre otro hombre, no sobre el.

– Cuando hablas asi -dijo-, no pareces estar loco.

Este comentario hizo sonreir ironicamente a Peter, que al punto adopto una expresion de chiflado y exclamo:

– ?Oh, Dios mio! Eso es terrible. ?Terrible! -Emitio un sonido gutural-. Entonces, deberia tener mas cuidado. Porque necesito estar loco.

Para un hombre que estaba siendo observado, Peter no parecia demasiado preocupado, lo que contrastaba con muchos de los paranoicos del hospital, que creian que eran observados sin cesar, cuando no era el caso. Claro que creian que los observaba el FBI, la CIA o incluso el KGB, o extraterrestres, de modo que sus circunstancias eran muy distintas. Francis vio como el Bombero se marchaba hacia la sala de estar, y penso que incluso cuando silbaba o conferia un garbo exagerado a su forma de andar, solo hacia mas patente lo que le entristecia.

El sol calido acaricio la cara de Francis. Negro Grande se habia unido a su hermano para dirigir la expedicion, uno delante y el otro detras, con los doce pacientes que paseaban por los terrenos del hospital en fila india. Larguirucho iba con ellos, mascullando que estaba alerta, tan atento como siempre, y tambien Cleo, que iba mirando el suelo y escudrinando entre los arbustos y matojos, con la esperanza de encontrar una vibora. Francis imaginaba que una simple culebra de jaretas haria las veces de serpiente a la perfeccion, pero no serviria para el suicidio. Tambien iban varias mujeres mayores que caminaban muy despacio, un par de hombres mayores y tres pacientes de mediana edad, todos de la categoria desalinada e indiferente que distinguia a quienes estaban en el hospital desde hacia anos. Llevaban chancletas o zapatos, camisetas o jerseis raidos que no parecian irles bien o corresponderse, lo que era la norma del hospital. Un par de hombres exhibian una expresion hurana y enojada, como si la luz del sol que les acariciaba la cara les enfureciera de algun modo. Francis penso que eso era lo que hacia del hospital un sitio inquietante. Un dia que deberia haber provocado risas relajadas inspiraba en cambio una rabia silenciosa.

Los dos auxiliares andaban sin prisas hacia la parte posterior del complejo, donde habia un pequeno jardin. En una mesa de picnic que habia soportado un invierno crudo, con la superficie combada y marcada por las inclemencias del tiempo, habia unas cuantas cajas de semillas y un cubo rojo de playa con unas palitas dentro. Habia una regadora de aluminio y una manguera conectada a un unico grifo que remataba una caneria solitaria que sobresalia del suelo. En unos segundos, Negro Grande y Negro Chico tenian al grupo rastrillando y labrando la tierra con las pequenas herramientas para prepararla para plantar. Francis se dedico a ello unos instantes y despues alzo la mirada.

Mas alla del jardin habia otra franja de tierra, un rectangulo largo rodeado de una vieja cerca de madera, antano blanca pero ahora de un gris apagado. Los hierbajos crecian en forma de matas en la arida tierra. Imagino que seria alguna clase de cementerio, porque habia dos lapidas de granito desvaidas, un poco ladeadas, de modo que recordaban dientes irregulares en la boca de un nino. Y tras la cerca posterior habia una hilera de arboles plantados muy juntos para formar una barrera natural y tapar una alambrada.

Echo un vistazo al hospital en si. A su izquierda, medio tapado por una unidad, se veia la central de calefaccion y suministro electrico, con una chimenea que soltaba una delgada columna de humo blanco al cielo azul. Ocultos bajo el suelo, en direccion a todos los edificios, habia tuneles con conductos de calefaccion. Vio algunos cobertizos, con equipo amontonado a los lados. Los edificios restantes eran muy parecidos, de ladrillo, con hiedra y el techo de pizarra gris. La mayoria estaban disenados para recibir pacientes, pero uno habia sido convertido en residencia para las enfermeras en practicas, y varios redisenados duplex donde se alojaban algunos psiquiatras residentes con sus familias. Se distinguian porque tenian juguetes esparcidos en el porche, y uno tenia un cajon de arena. Cerca del edificio de administracion habia asimismo una caseta de seguridad, donde los guardas del hospital fichaban al entrar y salir. El edificio de administracion tenia un ala con un auditorio, donde supuso que el personal celebraba reuniones y charlas. Pero, en general, el complejo mostraba una similitud deprimente. Costaba entender que habia pretendido el arquitecto, porque los edificios seguian una disposicion caprichosa que contravenia la urbanizacion racional. Dos estaban situados juntos, mientras que un tercero estaba orientado en otra direccion. Era casi como si los hubieran construido sin ton ni son.

La parte frontal del complejo hospitalario estaba rodeada por un alto muro de ladrillo rojo, con una elaborada verja de hierro negro en la entrada. No distinguio ningun cartel en ella, y dudaba que lo hubiera. Si uno se acercaba al hospital, ya sabia lo que era y para que servia, de modo que un cartel habria sido una redundancia.

Contemplo el muro y le parecio que debia de alcanzar entre tres y tres metros y medio de altura. A los lados y en la parte posterior del hospital, el muro se prolongaba en una alambrada oxidada en muchos puntos y coronada con alambre de espino. Ademas del jardin, habia una zona de ejercicio y una franja pavimentada, que contenia una cesta de baloncesto en un extremo y una red de voleibol en el centro, pero ambas cosas estaban torcidas y rotas, oscurecidas debido al abandono y la falta de mantenimiento. Tampoco pudo imaginar que alguien las usara.

– ?Que estas mirando, Pajarillo? -pregunto Negro Chico.

– El hospital. No sabia lo grande que era.

– Ahora hay muchos pacientes, demasiados -comento el auxiliar en voz baja-. Las unidades estan abarrotadas. Las camas, apretujadas entre si. Gente sin nada que hacer, pasando el rato en los pasillos. No hay bastantes juegos. No hay terapia suficiente. El hacinamiento no es bueno.

Francis dirigio la vista mas alla de la enorme verja que habia cruzado a su llegada al hospital. Estaba abierta de par en par.

– La cierran por la noche -dijo Negro Chico antes de que se lo preguntara.

– El senor Evans pensaba que intentaria escaparme -comento Francis.

– La gente siempre piensa que eso es lo que haran las personas que estan aqui. -Sacudio la cabeza con una sonrisa-. Hasta el senor del Mal. Lleva aqui un par de anos y ya deberia saber que no es asi.

– ?Por que no? -pregunto Francis-. ?Por que no intenta huir la gente?

– Ya sabes la respuesta, Pajarillo -suspiro Negro Chico-. No es cuestion de vallas, ni de puertas cerradas con llave, aunque tenemos un monton. Hay muchas formas de tener a una persona encerrada. Piensalo. Pero la mejor no tiene nada que ver con farmacos o cerrojos: aqui casi nadie tiene adonde ir. Si no tienes eso, no te vas. Es asi de simple.

Dicho eso, se volvio para ayudar a Cleo con sus semillas. No habia cavado los surcos lo bastante profundos ni lo bastante anchos. Su rostro reflejaba cierta frustracion hasta que Negro Chico le recordo que cuando su tocaya entro en Roma, los sirvientes esparcieron petalos de rosas a su paso. Eso la hizo reflexionar un momento, y luego se puso a cavar y rastrillar la tierra pedregosa con una resolucion que parecia verdaderamente inquebrantable. Cleo era una mujer corpulenta, que llevaba vestidos holgados de colores vivos que ondeaban alrededor de su cuerpo y ocultaban su volumen enorme. Resollaba a menudo, fumaba demasiado y el cabello oscuro le caia despeinado sobre los hombros. Cuando caminaba, solia tambalearse de un lado a otro, como un barco a la deriva sacudido por los vientos y el mar agitado. Pero Francis sabia que se transformaba cuando cogia una pala de ping-pong: se liberaba de su tamano entorpecedor como por arte de magia y se volvia esbelta, agil y rapida.

Volvio a mirar la verja y a los demas pacientes, y empezo a comprender lo que Negro Chico le habia dicho. Uno de los hombres mayores tenia problemas con su palita, que sacudia con fuerza con una mano temblorosa. Otro se habia distraido y contemplaba un cuervo escandaloso que se habia posado en un arbol cercano.

En su interior, una de sus voces repetia lo que habia dicho Negro Chico, subrayando cada palabra: Nadie huye porque nadie tiene adonde ir. Y tu tampoco, Francis.

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