– Jodeme en este tema y no veras ninguna otra historia salida de esta oficina en los proximos cien anos. Y tampoco la vera el nuevo gilipollas que te reemplace en el
Hubo una pausa y luego Lasser se inclino bruscamente y estallo en risas.
– Esta bien, que diablos, probablemente tengas razon. De acuerdo.
Volvio a tapar el auricular y dijo:
– Este hijo de puta dice que tendre suerte si acabo ocupandome de casos de peatones imprudentes y de gente que tira basura en las carreteras de las pocas zonas rurales que quedan.
Volvio al telefono.
– ?Asi que cerramos el trato? De acuerdo. ?Te parece que almorcemos juntos algun dia? ?Invito yo? Diablos, tendrias que invitar tu. Llama a mi secretaria.
Y por fin colgo.
– ?Puede hacer eso? -pregunto Espy-. Me refiero a prometerle que sera el unico periodista que estara presente cuando los polis sean…
– Por supuesto que no -repuso Lasser.
Sonrio y cambio unos papeles de sitio en su mesa. Por un momento, se dio la vuelta como si se alejase de ella, y miro por la ventana con vistas a la parte menos favorecida del centro urbano de Miami y se extendia mas alla de la impasible y achaparrada carcel del condado.
– Digame, Espy, ?sabe donde vivo?
La pregunta la pillo por sorpresa.
– No, senor. No creo que yo…
– Tenemos una casa realmente bonita que da al campo de golf de La Gorce Country Club, justo en el centro de Miami Beach. Es antigua, construida en los anos veinte. Ya sabe el tipo de casa que quiero decir: techos altos, suelos de baldosas cubanas, ventanas art deco. Mi esposa se pasa la mayor parte del tiempo reparandola porque cada semana se rompe algo. Las canerias, las goteras, el aire acondicionado. El aparato se estropeo ayer por la manana. ?Sabe el jodido calor que hizo ayer noche?
– Si. Pero…
– Y yo estoy sentado aqui, Espy, preocupado principalmente por como voy a trincar a estos cuatro polis y pensando en lo afortunado que soy de que este punetero Enrique Abella no sea negro, asi no tendremos disturbios raciales, pero tambien pensando que, por el hecho de ser cubano, esos bastardos van a buscarnos las cosquillas politicas del caso; y que en casa estamos a mil grados y que me va a costar tres de los grandes arreglar el condenado aire acondicionado; y que hay gotas de sudor, que caen de mi frente, en la seccion de deportes que estoy intentando leer, y entonces adivine quien me llama por telefono.
Espy Martinez no contesto. Penso que no seria apropiado interrumpir el soliloquio de su jefe con una mera conjetura.
El se inclino hacia delante, sonriendo sin gracia alguna.
– Me ha llamado mi maldito rabino.
– ?Perdon?
– Mi rabino. El rabino Lev Samuelson, del templo Beth-El. Solo hablo con el una vez al ano, cuando recauda dinero vendiendo bonos del Estado de Israel. Pero ayer noche no llamo para colocarme bonos. ?Sabe que queria saber?
– ?Cuando vamos a arrestar al asesino de Sophie Millstein?
– Exactamente. Al parecer, un amigo del rabino, de un templo de South Beach, le llamo porque de alguna manera averiguo que el rabino Samuelson me conoce, y ?adivine que! -Abe Lasser dio un fuerte palmetazo sobre la mesa-. ?No pude decirselo! Asi que expliquese: ?cuando vamos a proceder a un arresto? ?Quien esta a cargo de este caso?
– Walter Robinson.
Lasser sonrio.
– Bien. Al menos ese tipo tiene alguna idea de lo que se hace y no es un gilipollas integral. ?Y que dice al respecto?
– Esta trabajando en ello.
Lasser sacudio la cabeza.
– Tendra que hacerlo un poco mejor.
– Los informes forenses y de la autopsia sugieren que…
– Me da igual lo que sugieran. Usted lo unico que tiene que hacer es encontrarme al asesino. Despues yo podre ir a mi rabino y decirle que la fiscalia del condado de Dade sigue el mismo principio establecido en el Exodo 21:12. ?Conoce ese pasaje, Espy?
– No, senor.
– Pues busquelo. -Se puso de pie e hizo un gesto hacia la puerta-. Es su primer caso real, ?no?
– Bueno, en realidad me ocupe de la acusacion de Williams, senor, los robos con allanamiento de morada. Salio en los periodicos…
– Lo se. Por esa razon fue asignada a mi departamento.
Salio de detras de su mesa y se dirigio hacia la pared donde colgaban las siete fotografias de archivo de los reclusos.
– Antes usted observaba estas fotografias. ?Sabe quienes son?
– No, senor.
– A estos siete hombres les lleve personalmente al corredor de la muerte. Ahora tendria que quitar la de este porque fue ejecutado el ano pasado. Este caballero llamado Blair Sullivan mato a tanta gente que he perdido la cuenta. Dos mil doscientos voltios cortesia del estado de Florida y adios muy buenas. Fue a reunirse con su Creador maldiciendo y sin arrepentirse, una manera nada recomendable de acercarse a El. De todos modos, le mantendre aqui con sus colegas por razones sentimentales.
Espy Martinez no pudo imaginar cuales podrian ser aquellas razones, pero de lo que si estuvo segura fue de que no eran precisamente sentimentales.
– Usted encuentre al asesino de Sophie Millstein y luego podra colgar una foto de archivo policial en la pared de su oficina y yo llamare a mi rabino y todo el mundo tan contento, excepto el asesino, por supuesto. Y Sophie Millstein.
Miro fijamente a Espy Martinez.
– Exodo, 21:12. A finales de semana quiero otro informe. Y asegurese de que haya progresos, ?de acuerdo? Peguese a Walter Robinson y hagalo hoy mismo. Y por Dios bendito, que no le escuche quejarse sobre los otros jodidos casos que tiene. Digale que a partir de ahora sera su unico caso. El caso de mi rabino.
Y con un movimiento cortante del brazo, el jefe de la fiscalia la despidio y regreso al papeleo que tenia sobre la mesa.
Espy Martinez salio rapidamente del despacho y cerro la puerta tras ella. Se dirigio hacia la secretaria de Abe Lasser.
– ?No tendra por casualidad una Biblia? -pregunto.
La mujer asintio, alargo la mano hacia un cajon y saco una con tapas de piel y se la entrego a Espy Martinez.
– Pagina setenta -dijo la secretaria, regresando a su trabajo.
Espy ojeo las delgadas y arrugadas paginas rapidamente. No le costo encontrar el pasaje: estaba marcado con un rotulador fluorescente amarillo:
«El que hiera mortalmente a otro hombre, morira sin remision.»
Walter Robinson paso por alto la densa humedad opresiva del atardecer mientras permanecia en el callejon situado detras de The Sunshine Arms junto al cubo de la basura donde se habia encontrado el joyero de Sophie Millstein.
Empezo a hablar para si en voz baja y monotona mientras diseccionaba el crimen, deteniendose de vez en cuando para hacer una breve anotacion en una libreta. Regreso andando hacia el lugar desde donde Kadosh, el vecino, habia visto al asesino. «Kadosh debio de verle cuando se dio la vuelta y tiro el joyero. Debieron de cruzar la mirada solo un segundo. El rostro iluminado por aquella luz de la calle. Despues echo a correr. ?Sabia que alguien le habia visto? Si. Entonces le entro panico. No penso. Solo se le ocurrio salir pitando de aqui presa del