panico», cavilo el detective, y se traslado del final del callejon a una acera de la calle.
«Esta bien, amigo, seguro que la presion sanguinea se te disparo por las nubes, con la adrenalina martilleandote los oidos. Respirabas entrecortadamente bocanadas rapidas y superficiales. No tuviste siquiera tiempo de pensar en la bolsa de
Sus ojos recorrieron toda la manzana hacia Jefferson Avenue.
«?Tenias coche? Probablemente. Algun trasto viejo que tal vez vendiste hace unas semanas porque necesitabas pasta, ?verdad? Asi que seguramente alguien te presto uno esa noche. ?Quien prestaria un coche a un yonqui? ?Tal vez te trajo un amigo hasta aqui? ?Algun otro drogata buscando una presa facil? Tal vez. Pero lo dudo, los adictos al
En la distancia se oyo el traqueteo de un autobus que bajaba por la avenida. Robinson escucho con atencion, aun pensando.
«?Tal vez utilizaste nuestro fantastico y seguro sistema de transporte publico y luego te fuiste a casa? ?Subiste al J-50? Te habria llevado a la calle 42 y luego pudiste cambiarte al G-75, que te conduciria por la carretera elevada de Julia Tuttle, directamente de regreso al corazon de Liberty City. De nuevo en casa y sintiendote seguro, ?eh?»
Robinson advirtio que la noche estaba ganando terreno a lo poco que quedaba de dia.
«?Es eso lo que hiciste, amigo? ?Usaste un maldito autobus para escapar? Si el asesinato de Sophie Millstein se te ocurrio despues de robar, entonces si, sin duda.»
Regreso andando despacio hasta su coche. Penso que un mundo donde los asesinos viajan en transporte publico era terriblemente grotesco. Pero quiza no era tan descabellado, despues de todo. El asesinato era una rutina como cualquier otra, se dijo, tan corriente como una parada de autobus. Subio al coche sin distintivos y, despues de consultar el reloj, se dirigio hacia la terminal de autobuses.
Los gases de los tubos de escape parecian mezclarse con los restos del calor del dia, creando una espesa atmosfera pegajosa y nociva. A Robinson le parecio estar avanzando por un sotano o un atico, luchando para adentrarse en una marana de telaranas. Se pregunto como alguien podia respirar en aquella terminal, aun cuando tenia cubierta y grandes espacios abiertos donde deberia haber paredes, evidentemente para que el aire corriera, aunque Robinson penso que ninguna rafaga de aire que se preciase minimamente entraria en aquel espacio ponzonoso.
Dentro de una pequena oficina, la expendedora nocturna ojeo las paginas de un registro. Era una mujer brusca, de mediana edad, de pelo rojo zanahoria, que hablaba dirigiendose alternativamente a si misma y al detective. Mientras ella buscaba la pagina en el registro, Robinson observaba un calendario colgado en la pared. Agosto estaba ilustrado con una rubia tenida no particularmente bonita, ligeramente regordeta, con unos pechos oscilantes que se ofrecian a la camara y una ligera expresion bobalicona. Se pregunto por que la expendedora permitia que agosto siguiera en la pared, casi burlandose de ella.
– Aqui esta. Caray, ?por que estos estupidos conductores no saben rellenar esto siempre correctamente? Ya tengo lo que necesita, oficial.
El se inclino hacia el diario de registros y la regordeta pelirroja explico:
– Estas son las rutas mas cercanas a su homicidio. Cielos, adonde ira a parar el mundo, ya ve, esa pobre viejecita, Dios mio, lo lei en los periodicos. Aquella noche hicimos un solo cambio, pero habia un aprendiz que condujo el numero seis. Ah, pero nadie informo de ningun incidente, excepto un tipo, ese de ahi, que dice que hizo bajar a un par de adolescentes cerca de Jefferson porque tenian demasiado alto el aparato de musica que llevaban. Yo odio ese tipo de musica, y de todos modos no se que ven en ella. A mi que me den country y western, no esa mierda de rap. Es sorprendente…
– ?Que es sorprendente? -pregunto Robinson.
La expendedora le miro como si el fuese tonto.
– Dos adolescentes y un aparato de musica de esos. A saber que clase de armas pueden llevar chicos asi. ?Usted cree que yo voy a detener mi autobus y echarles para que tal vez un gamberro de esos me meta una bala en el pecho? No, gracias, oficial. Yo simplemente dejaria que se quedasen ahi y escuchasen esa mierda ruidosa cuanto quisieran…
– ?Aquella noche solo hubo eso?
– Creo que si. Pero ?sabe?, se tarda una dichosa eternidad en rellenar estos condenados formularios de incidentes, no terminas nunca con ellos, y por triplicado. O sea que tal vez alguien recuerde algo que pueda ayudarle. Los conductores de autobuses ven muchas cosas, ya sabe. Vemos mucho.
El asintio con la cabeza y la mujer senalo la lugubre sala de los conductores, que contenia una maquina de refrescos, una de cigarrillos y otra de golosinas, todas con un letrero manuscrito pegado: AVERIADA. Dos conductores estaban sentados en un raido sofa de imitacion de piel, esperando que empezase su turno. Miraron a Robinson cuando entro y se identifico.
El mayor, calvo y con una breve coronilla de pelo gris, asintio cuando le explico lo que estaba buscando.
– El chico y yo conduciamos por aquella ruta -repuso el conductor.
– E-e-es cierto -tartamudeo el mas joven, que vestia un uniforme mas nuevo y mas limpio.
– ?Recuerdan aquella noche? -pregunto Robinson.
– Casi todas las noches son iguales. Ida y vuelta una y otra vez. A ultima hora de la noche, los viajeros en su mayoria son gente cansada. Borrachos. No se si recuerdo algo especial.
– Un joven negro. Nervioso. Con prisas…
– No…
– S-s-s-seguro que s-si, ?recuerdas? Tuviste que gritarle q-que se se-se-se-sentase… -tercio el joven.
El conductor mayor puso los ojos en blanco.
– No me gusta meterme en lios -se justifico-. No es mi problema. Yo solo conduzco.
– Cuenteme -pidio Robinson.
– No hay mucho. Un tipo subio y tiro de cualquier manera unas monedas en la caja. El bus estaba casi vacio pero se quedo alli plantado, mirando hacia fuera, parecia nervioso, si, y me mete prisas para que me ponga en marcha. Le dije que se sentase y respondio que me jodieran, y yo le dije que iba a arrancarle su jodida cabeza, y entonces se empecino durante un par de minutos, ya sabe… que asi te jodan, que asi jodete tu, y al cabo de un par de paradas le dije que o se sentaba o bajaba. Y se sento. No fue nada del otro mundo, detective. Pasa todos los dias.
– ?Y donde bajo?
– En Godfrey Road, donde hay un enlace con otro bus. No se adonde iba pero lo sospecho.
Robinson asintio.
– ?Lo reconoceria si lo viese de nuevo?
– Tal vez. Si, probablemente.
– S-s-seguro que s-si.
– Si lo ve, llameme. Estaremos en contacto, tal vez le llamare para que examine algunas fotos de archivo.
– Muy bien.
Robinson condujo a traves de algunas manzanas por Collins Avenue, aparco y atraveso el paseo maritimo entarimado que el cuerpo de ingenieros del ejercito habia construido para que los ancianos pudiesen pasear por la playa. Se quedo alli de pie, apoyado en la barandilla, contemplando las aguas. Habia un leve oleaje, tan solo una simple insinuacion del poder del oceano, rompiendo contra la arena y la piedra de aspero coral de la playa. Dejo que el calido aire limpido y salado oxigenase sus pulmones, y luego se dijo un tanto sorprendido: «Tenias razon, joder. Subio al maldito autobus. Ahora tal vez tengas una oportunidad.» Inhalo hondo y se dijo: «A la mierda las estadisticas.»
Walter Robinson hablo al cielo nocturno, a la extension de oscuras aguas y al hombre que habia matado a Sophie Millstein: «Pensaste que podrias venir hasta aqui, robar y matar a una pobre ancianita impunemente. Pues bien, chaval, estabas condenadamente equivocado. Voy a encontrarte.»