una, probablemente me guste.
– Ese es el problema, ?verdad?
– Me temo que si. -Winter se sento a su lado.
– No puedo entrar, ?sabe? Pense que podria. Pense que lo necesitaba, ver donde sucedio. Pero no puedo. - Inspiro hondo-. ?Hay manchas de sangre?
Simon nego con la cabeza.
– No. Solo que todo esta un poco revuelto. Todas las escenas de crimen lo estan. Polvo para las huellas digitales en los muebles, rastros de gente entrando y saliendo… Su madre se habria puesto furiosa. Ella siempre tenia su casa muy limpia.
Murray sonrio.
– Se habria sentido mortificada si hubiera sabido que moria en desorden. -La tristeza acompano cada palabra, a pesar de la forzada sonrisa.
– Ya.
El joven suspiro lentamente.
– Es muy duro -dijo en voz baja-. Tienes un tipo de relacion que atane a los aspectos dificiles y cotidianos de la vida. Intentas que tu madre haga algo que no quiere hacer. Discutes con tu mujer. Despues tu madre intenta suavizar las cosas enviandole regalos a su nieto… Yo sabia que se estaba haciendo mayor, y supongo que sabia tambien que no le quedaba mucho tiempo. Habia muchas cosas que queria decirle. Cuando mi padre murio me di cuenta. Vi lo terrible que era querer decir cosas y no tener la oportunidad de hacerlo. Asi que me prometi decirle todo lo que me habia guardado. Pero primero por una cosa y luego por otra, tambien por culpa de mi trabajo, el tiempo transcurrio inexorablemente, senor Winter. El tiempo se escapa a toda prisa, no importa lo que hagas. Y luego todo se frustra porque un yonqui de mierda necesita unos dolares para chutarse o lo que sea y cree que matando a mi madre tiene el problema resuelto…
La voz de Murray Millstein se habia alzado como un turbulento rio de angustia, sus palabras resonaron en el patio.
– Algun jodido yonqui, un maldito drogadicto, una escoria. Se chuta la vida de mi madre en su jodido brazo o se la fuma en su puta pipa. Espero que cuando lo atrapen me dejen arrancarle el corazon.
Hizo una pausa para tomar aliento.
– Esa bestia pagara su crimen… -espeto.
Luego callo, como si de pronto se sintiese incomodo dejandose llevar por sus emociones con tal intensidad. Miro al frente un momento antes de volverse hacia Winter y preguntar:
– ?Usted cree que atraparan a ese bastardo?
– No lo se. Las tecnicas policiales han mejorado. Tal vez si.
– Pero tal vez no, ?verdad?
– Quiza no. La mayoria de los homicidios que se resuelven son los que sabes enseguida quien los ha cometido. Un marido, una esposa, un socio, otro traficante, el que sea… Pero cuando dos vidas solo se encuentran por azar…
– Es mas dificil.
– Asi es.
– ?Hablo usted con el detective? ?Aquel tipo negro?
– Si. Parecia bastante competente.
– Eso espero. Veremos.
– Siga presionandoles -aconsejo Winter.
– ?Que?
– No deje de llamar por telefono. Escriba cartas al fiscal del condado. Escriba a los condenados periodicos, a las cadenas de television. Siga recordandoselo. Eso ayudara. Mantendra el caso en lo alto del monton de expedientes del despacho de alguien, en lugar de quedar sepultado abajo.
– ?Suele suceder? ?Casos que sencillamente se traspapelan?
– Todos los detectives lo saben. Siga haciendo que piensen en su caso. Tal vez obtenga resultados.
– Es un buen consejo.
Ambos se quedaron en silencio unos instantes y luego Murray Millstein hizo un amplio gesto con el brazo abarcando todo lo que veia.
– Tengo treinta y nueve anos y quiero irme de aqui para siempre. Quiero que el tipo de las mudanzas termine con su tarea y quiero subir a un avion y regresar a casa… -Se giro un poco hacia Winter-. Asi que ya puede preguntarme lo que queria.
– El dia que su madre fue asesinada vino a verme. Estaba asustada. Habia visto a alguien de su pasado, en Berlin, 1943.
– ?De veras?
–
Millstein hizo una pausa y contesto:
– No. No que yo recuerde.
– ?Su madre hablaba mucho de sus experiencias durante la guerra?
Millstein nego con la cabeza.
– ?Sabe algo de las relaciones entre los supervivientes del Holocausto y sus hijos, senor Winter?
– No.
– Son, como lo diria… problematicas. -Se froto la frente, como si quisiera despejar algun pensamiento dificil, antes de continuar-. Ella no queria hablar de los campos ni de su vida antes de los campos. Tampoco de su vida antes de conocer a mi padre. Solia decir que su vida realmente empezo cuando el la trajo a Estados Unidos. ?Sabia que ella no hablaba ingles cuando vino? No solo aprendio el idioma, sino que se empeno en borrar completamente cualquier rastro de su acento aleman. Mi padre contaba que se quedaba hasta altas horas de la noche practicando delante de un espejo.
– Comprendo.
– No, no lo comprende -repuso Millstein, como si se irritase-. Nada de coches alemanes. Nada de productos alemanes, nada que tuviera que ver con los alemanes. Si daban algun programa en la television sobre Alemania la apagaba. Sin embargo, pese a que nunca se hablaba de ello, sus experiencias durante la guerra dominaban nuestro hogar. Todo lo que hizo mi padre y todo lo que hice yo, hasta el dia que fue asesinada, tenia alguna relacion no dicha con lo que le sucedio a ella. Siempre estaba alli. Siempre. -Murray movio la cabeza-. Creci entre fantasmas -anadio amargamente- Seis millones de fantasmas.
– Pero ella no hablaba de sus experiencias…
– No a mi. Pero el ano pasado hizo una cinta de video para la biblioteca del Centro del Holocausto aqui en Miami Beach. Yo no la he visto, pero ella la hizo.
– Y como…
– Lo averigue porque me enviaron una solicitud para recaudar fondos. Querian una contribucion. Les envie dinero y la llame y le dije que queria ver la cinta y discutimos. Probablemente fue la unica discusion que tuvimos en anos. Me lo prohibio… hasta que ella hubiese muerto.
– ?La vera ahora?
– No. Si. No lo se.
Murray Millstein se puso de pie al ver que el hombre del traje beis salia del apartamento.
– ?Cuanto me costara? -pregunto.
– ?A Long Island? ?Todo el contenido? Dos mil doscientos, empaquetado y marcado. Este es nuestro servicio especial de mudanzas.
– De acuerdo -dijo Millstein-. Estoy seguro de que es muy especial. -Le entrego la llave al hombre-. La policia tardara un par de semanas en dejar libre el apartamento…
– No se preocupe, senor Millstein. No tiene mas que llamar y enseguida vendremos. Le enviare un contrato.
El abogado asintio y luego consulto su reloj.
– Ya me marcho. Vaya usted -dijo a Winter.
– ?Que?
– Vaya a ver la cinta, senor Winter. Y luego me comenta que le ha parecido.