algunos de ellos eramos nosotros mismos.

El rabino se sento pesadamente, con el libro apoyado en el regazo.

– Ayudamos, ya ve. Solo para sobrevivir, haciendo lo que fuese para conservar la vida, y asi ayudabamos perversamente a que aquel infierno funcionara… -Miro a la senora Kroner y al senor Silver-. ?Habria sido mas correcto, mas etico, simplemente morir frente a tanta maldad, detective? Estas son preguntas que aun quitan el sueno a los filosofos, y yo soy sencillamente un viejo rabino.

Callo y movio apesadumbrado la cabeza, respirando trabajosamente antes de proseguir.

– Todo es una locura, todo, detective. Mire el mundo en que vivimos. Algunos dias piensas que todo aquello esta tan lejano y tan atras que puede que en realidad nunca haya sucedido, pero otros dias, bueno, entonces sabes que todo esta aqui mismo, aun vivo, igual de malvado y terrible, y esperando alzarse de nuevo… Der Schattenmann era el peor de todos nosotros -prosiguio el rabino-. Era peor que los nazis. Peor incluso que esas extranas cosas malignas que a Stephen King le gusta pergenar en su fantasia.

– Y ahora esta aqui, entre nosotros. Como una infeccion -dijo Silver.

– ?Acaso no ha habido siempre alguien como Der Schattenmann entre nosotros? - pregunto en voz baja el rabino. Nadie respondio.

– ?Podra encontrarle, detective? -suplico Frieda Kroner suavemente.

– No lo se.

– ?Lo intentara?

– Si el esta aqui. Si lo que ustedes sugieren es cierto…

– ?Le buscara, senor Winter?

Simon sintio un vasto eco de tristeza en su interior. Y la respuesta parecio brotar a traves de aquella oscuridad personal.

– Si. Lo intentare.

– Bien. Entonces le ayudare, senor Winter -dijo Frieda.

– Yo tambien -dijo Irving.

– Y por supuesto yo tambien -dijo el rabino-. Haremos lo que podamos.

Frieda Kroner asintio, se inclino hacia delante y se sirvio otra taza de cafe. Simon la observo beber un largo sorbo de la oscura infusion. Ella sonrio, aunque friamente.

– Muy bien. Y cuando le encuentre, detective, con nuestra ayuda, entonces le matara.

– ?Frieda! -exclamo Rubinstein-. ?Piensa en lo que dices! ?Nuestra religion habla de perdon y comprension! ?Esta ha sido siempre nuestra forma de ser!

– Tal vez sea asi, rabino. Pero mi corazon habla por todos los que el traiciono y murieron por su culpa. Piense primero en ellos, y luego hableme de perdon. -Se dirigio a Simon-. Preferiria hablar de justicia. Encuentrele y matelo -pidio.

Irving se inclino hacia delante.

– Yo le ayudare y hare lo que sea. Todos lo haremos. Pero Frieda tiene razon. Encuentrele y matelo, senor Winter. -Inspiro hondo y anadio-: Por mi querido hermano Martin y mis padres y todos mis primos…

Frieda Kroner anadio su propia enumeracion:

– Y mi hermana, su marido, mis dos sobrinas y los abuelos y mi madre, que intento con todas sus fuerzas salvarme a mi y a los demas…

Simon no respondio. Miro al rabino, que estaba observando a los otros dos, y vio que su mano parecia temblar mientras sujetaba el libro en su regazo.

Irving Silver hablo sin rodeos:

– Matelo, detective. Y entonces habra una pesadilla menos en el mundo. Matelo.

Y el rabino asintio con la cabeza.

6 Oraciones para los muertos

Simon Winter se removio incomodo en la silla plegable metalica mientras un joven rabino hablaba en el cementerio. Aunque los asistentes estaban protegidos bajo un dosel verde oscuro proporcionado por la funeraria, el persistente calor del mediodia se abria paso inoportunamente entre los asistentes al funeral. En su mayoria eran ancianos y los oscuros y gruesos trajes que vestian parecian desprender vapor al sol de mediodia. Simon sintio un apremiante impulso de aflojarse la corbata, cenida bajo el blanco cuello almidonado de la camisa, la unica de vestir que le quedaba. Al mirar alrededor penso: «Parece que todos estemos a punto de reunirnos con Sophie Millstein en su ataud.» Le asombro ligeramente la irreverencia de su ocurrencia, pero se perdono con la ironica constatacion de que no pasaria mucho tiempo antes de que el mismo estuviese vestido de aquella manera en una caja o reducido en alguna urna, con alguna otra persona que no conociese y que no le importaria que reposase sobre su cabeza.

El rabino, un hombre bajo y rechoncho que bregaba duramente contra el sudor que se acumulaba en su apretado cuello, alzo la voz:

– Esta hermana, Sophie Millstein fue empujada al infierno solo para resurgir de nuevo a traves de la divinidad y la devocion, como un fenix; fue la amada esposa de Leo y la adorada madre de un hijo brillante, Murray…

La voz del joven religioso era afilada como una aguja. Las palabras parecian clavarse en el aire inmovil. Los ojos de Winter recorrieron la extension de cielo azul apagado, buscando en el horizonte algun cumulo de nubes que pudiesen traer la promesa de una tormenta vespertina y el alivio de una lluvia persistente. Pero no vio nada e inhalo profundamente, respirando un aire tan caliente y pesado como el humo.

Puesto que estaba sentado solo, cerca de la ultima fila de los congregados, se reprocho el hecho de permitir que el calor le distrajese.

«El podria estar aqui -se dijo-. Por ahi, justo fuera del alcance de tu vista, oculto en la sombra de aquellos arboles. O sentado cabizbajo en una fila lateral, actuando como un doliente profesional. Si el esta cazando, este seria el primer lugar que inspeccionaria, entre los viejos amigos de Sophie. Pero lo que no sabe es que alguien le esta buscando.»

Interrumpio sus elucubraciones y dejo que cierta duda penetrara en sus pensamientos: «Si es que en realidad existe.»

Junto a el, el senor Finkel y los Kadosh prestaban una arrobada atencion a las palabras del rabino. La senora Kadosh estrujaba un panuelo blanco de lino en la mano, que alternativamente utilizaba para secarse los ojos y el sudor de la frente. Su marido sostenia un programa impreso, enroscandolo fuertemente y luego extendiendolo, alisando sus paginas. Ocasionalmente lo movia ante el para darse aire en un vano intento por mitigar el bochorno.

Los otros residentes de los apartamentos The Sunshine Arms estaban tambien presentes. Winter vio que el senor Gonzalez, el casero, mantenia la cabeza inclinada durante la eulogia del rabino. Su hija le habia acompanado al servicio religioso; tan alta como su padre, vestia un fino vestido negro que, penso Simon, habria servido tanto para asistir al estreno de una opera como a un funeral.

Suspiro. Durante seis meses, la hija de Gonzalez habia ocupado el apartamento vacio junto al de Sophie Millstein. Habia entretenido con entrega y entusiasmo a un buen numero de novios en aquel lugar, por lo general olvidando cerrar las cortinas del salon, lo cual permitia que el la observase. Pensaba que ella sabia que el la veia, y que dejaba las cortinas abiertas adrede. Sacudio la cabeza para alejar aquellos pensamientos. Cuando ella se mudo a un sitio mas elegante en Brickell Avenue, se habia llevado consigo gran parte de la energia de The Sunshine Arms.

Antes de sentarse junto a su padre, habia mirado por encima del hombro y sus ojos se habian encontrado por un instante, lo suficiente para dirigirle una leve y triste sonrisa con un ligero movimiento de la cabeza, como dandole a entender que ella bien sabia que el echaba en falta aquellos numeritos; y a pesar de la solemnidad de la ocasion y sus atormentados pensamientos acerca de su vecina asesinada, consiguio hacerle sonreir para sus adentros, alegrandolo por un momento.

– Y por ello todos sentimos hoy la perdida de esta hermana… -El sermon del rabino proseguia

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