predeciblemente.
Aparto con esfuerzo la mirada de la hija del senor Gonzalez y, una vez mas, escudrino a los dolientes sentados. «Si el se encuentra aqui, sin duda estara observandolos detalladamente, buscando rostros para hacerlos coincidir con los de su memoria», penso Winter.
Se centro en un hombre, un poco apartado, sentado a su derecha. El hombre miraba intensamente al rabino. El viejo detective sintio una subita sospecha. «?Por que muestras tanto interes?», se pregunto.
Pero entonces, con igual rapidez, vio que el hombre se inclinaba y susurraba algo a la anciana que tenia a su lado. La mujer le toco el brazo.
«Falsa alarma. Si te encuentras aqui, estas solo. ?Acaso no estas siempre solo? Si es que existes», penso Winter.
Inclino la cabeza ligeramente, apoyando la barbilla contra el pecho para pensar. Les habia aconsejado a Irving Silver, Frieda Kroner y al rabino Rubinstein que no asistieran al funeral. No queria darle al hombre que tanto temian la ventaja de verles antes de que ellos estuviesen preparados. Ellos habian puesto objeciones, pero el habia insistido.
Observo a la multitud otra vez, buscando rostros desconocidos, pero habia demasiados. Sophie Millstein habia pertenecido a muchisimas asociaciones de mujeres, clubes de bridge, asambleas de la sinagoga. Habia casi un centenar de ancianos cociendose en las sillas de metal.
Las palabras del rabino parecian reverberar en el calor.
– Pasar por tantas cosas, para acabar de esta manera casi al final de sus dias, es un sinsentido demasiado doloroso, muy dificil de aceptar, pero aun asi…
Winter echo un vistazo alrededor, buscando al detective Robinson o a aquella joven fiscal, pero no les vio. Suponia que habria alguien de la policia de Miami Beach mezclado entre los dolientes; era el procedimiento habitual en cualquier homicidio, incluso cuando el sospechoso principal era de diferente edad y raza. No se podia predecir quien podria aparecer, movido por la curiosidad. Penso que Robinson habria enviado a un subordinado, ya que su color de piel le impedia disfrutar del anonimato necesario para observar a la gente reunida bajo el dosel.
Por supuesto, quienquiera que fuese la persona que el detective habia enviado, lo mas probable es que estuviese buscando a la persona equivocada.
Simon Winter exhalo el aire lentamente y estrujo en su mano el programa impreso. Sentia una furia dificil de controlar, una frustracion martilleandole las entranas.
«Aun no tengo nada -se dijo-. Solo extranas coincidencias, tres viejos y una pesadilla de otra epoca.»
Alzo de nuevo la vista al cielo. La frustracion iba trocandose en un sentimiento de culpa. «?Te acordaras realmente de como hacerlo? ?Como detectar pistas y convertirlas en algo tangible, frio y real? -Apreto los dientes-. Empieza a actuar como lo hacias en tus tiempos -se ordeno-. ?Quieres que te llamen detective de nuevo? Pues entonces comportate como uno de ellos. Haz preguntas y encuentra respuestas.»
En la primera fila, junto a la tumba, un nino de unos cuatro o cinco anos no dejaba de moverse nerviosamente, intentando hablar mientras el rabino pronunciaba el sermon, y su madre le hacia callar suavemente. El rabino hizo una pausa, sonrio al nino y luego continuo:
– Asi pues, ?quien era Sophie Millstein, esta mujer que dio tanto de si misma, que consiguio tantos logros en su vida? Deberiamos saber mas de esta extraordinaria mujer, para aprender de las lecciones de su vida, de la misma forma que han aprendido su hijo, su nuera y su amado nieto…
Simon Winter veia a Murray Millstein de espaldas. Pero mientras el rabino hablaba vio que el abogado extendia su brazo y rodeaba los hombros de su esposa y de paso abrazaba a su hijo, en el que reposo su mano. El rabino prosiguio, finalmente cambiando sin esfuerzo al hebreo, para pronunciar el
Winter se puso a un lado de la cola de quienes iban a dar el pesame despues del servicio religioso. Esperaba el momento oportuno, queria que fuese mas de un segundo, deseaba pronunciar mas que un simple murmullo de consuelo y marcharse. Cuando los asistentes empezaron a irse y vio que el joven abogado buscaba con la mirada a su esposa y su hijo, Winter se adelanto.
– Senor Millstein, soy Simon Winter. Era uno de los vecinos de su madre…
– Por supuesto, senor Winter. Mi madre hablaba de usted a menudo.
– Lamento mucho su perdida…
– Gracias.
– Sin embargo, me preguntaba si… si la policia ha…
– Dicen que estan haciendo progresos y que me mantendran informado. Usted era policia, ?no es asi? Me parece recordar que mi madre…
– Si, aqui mismo en Miami. Detective.
– Mi madre hablaba muy bien de usted. Y de todos sus vecinos. ?Cual era su especialidad?
– Homicidios.
Murray Millstein hizo una pausa, como si sopesase las connotaciones de aquella respuesta. Era un hombre bajo y delgado, de aspecto enjuto, como un corredor de fondo, y parecia prestar atencion a todos los detalles.
El ex detective penso que las lagrimas que Murray Millstein destinase a llorar el asesinato de su madre serian derramadas en privado. Este observo a Winter atentamente antes de responder en voz baja.
– La policia de Miami Beach parece bastante competente. ?Opina lo mismo?
– Si, seguro que si. Simplemente es que… ?podria hacerle algunas preguntas? ?En alguna parte que no sea aqui? -Simon hizo un gesto y entonces vio que el rabino y el director de la funeraria se acercaban a ellos.
– Pensamos iniciar el duelo cuando regresemos a Long Island. Tenemos previsto volar de regreso esta noche. ?Hay algo en concreto que quiera usted preguntarme?
– Pues… es algo que su madre me dijo poco antes de su muerte.
– ?Algo que ella dijo?
– Si.
– ?Y usted cree que tiene alguna relacion…?
– No estoy seguro, pero me preocupa. Tal vez es que simplemente soy viejo y tengo exceso de imaginacion. Debe confiar en la policia de Miami Beach. Estoy seguro de que a su caso le daran prioridad.
Millstein dudo y luego respondio rapidamente.
– Esta tarde tengo que reunirme con los que se ocuparan de la mudanza, a las cuatro. ?Que le parece si hablamos entonces?
Winter asintio. El joven se dio la vuelta y se alejo para recibir a los dos hombres que se acercaban.
Simon estaba esperando junto al querubin en el patio de The Sunshine Arms, cuando llego Murray Millstein, acompanado por un hombre que vestia un traje beis que le sentaba mal. El hijo de la mujer asesinada miro rapidamente alrededor antes de entrar en el apartamento. Habia un gran letrero rojo pegado a la puerta: ESCENA DE UN CRIMEN – ENTRADA NO AUTORIZADA. Millstein se detuvo con la llave en la mano, se volvio hacia el hombre del traje beis y dijo:
– No entrare. Hagalo usted y dese prisa, y recuerde no tocar nada. Luego hablaremos.
El hombre asintio con la cabeza y el abogado Millstein abrio la puerta. Despues se dirigio a Winter y se sento en los escalones de la entrada.
– Yo queria que se mudara a una residencia de la tercera edad. Ya sabe, uno de esos lugares en Fort Lauderdale especializados en ancianos. En particular en los que estan solos. Una comunidad planificada. Seguridad las veinticuatro horas del dia. Juegos de mesa, entretenimientos…
– Ella lo menciono alguna vez.
– Pero no queria hacerlo. Le gustaba esto.
– A veces cuando te haces anciano, el cambio asusta mas que cualquier amenaza del entorno.
– Tal vez. Pero solo si tu entorno no se materializa una noche y te asesina en tu propia cama mientras duermes. -Su voz rezumaba amarga culpabilidad-. ?Usted tambien es asi, senor Winter?
– Si y no. ?Quien sabe? No me gustaria mudarme a una de esas residencias. Pero cuando finalmente vaya a