-se pregunto de pronto-. ?Reconoceria aquel rostro no importa los segundos que le hubiera visto cincuenta anos atras, no importa como los anos le hubieran cambiado? ?Podria olvidarlo? -Y se respondio-: No.»

Luego invirtio la pregunta en su cabeza. «?Aquel hombre olvidaria alguna vez lo que habia hecho?: No.»

La joven dudo un momento. Winter vio que fruncia el ceno antes de anadir:

– ?Sabe lo que es extrano? Que queria hablar con nosotros la noche que fue asesinada.

– ?Que?

– Dejo un mensaje en el contestador del Centro del Holocausto. Era tarde y ya no habia nadie aqui. Solo dijo que iba a venir y que queria hablar de su detencion.

– ?Y que dijo exactamente?

– Solo eso. Fue muy breve.

– ?Se lo ha dicho a…?

– Si, llame a la policia, pero no parecieron demasiado interesados.

Winter asintio.

– Ellos creen que la ha asesinado un yonqui. Alguien que ha cometido otros robos cerca del apartamento de Sophie -explico.

– Eso es lo que me dijeron -asintio ella-. Pero usted parece preocupado, senor Winter. ?Usted no les cree?

El hizo una pausa, recordando las palabras en aleman que habia oido pronunciar a Sophie Millstein a lo largo de los anos. Nunca se habia dado cuenta, penso. Todos esos anos, viendola ir y venir, viviendo justo delante de su apartamento, y nunca se habia enterado. «Vaya detective que eres», se reprocho.

– Por supuesto que les creo -dijo lentamente.

– Asi pues, ?por que ha venido aqui? -pregunto la mujer.

Penso en lo estupido que era. Todos aquellos anos de policia, un dia tras otro, conviviendo diariamente con la muerte, con todas las formas de asesinato. Y la muerte habia entrado directamente en The Sunshine Arms justo cuando el habia cogido su arma para quitarse la vida, y por alguna malvada razon se habia llevado a la persona equivocada. No a el sino a su vecina.

– Estoy aqui porque alguien asesino a una persona conocida -dijo con tono cortante.

Echo un vistazo a la ventana como si la luz del sol pudiese disolver el frio que impregnaba su corazon. Entonces, con cuidado y precision, pregunto:

– La noche que ella murio, cuando ella llamo aqui… ?uso las palabras Der Schattenmann?

La joven meneo la cabeza.

– No. No lo creo. ? La Sombra? No. Me habria acordado de ello.

Simon apreto los dientes.

– ?Significa algo para usted?

– No lo recuerdo, pero…

– Podria haber sido el cazador.

– Tal vez. Todos eran conocidos por seudonimos o apodos. Y su hermano le dio a entender algo haciendo sombra en la pared con la mano…

– ?Alguno sobrevivio a la guerra?

– Tal vez uno o dos. Uno, una mujer, fue juzgada por los rusos, cumplio condena algun tiempo y ahora vive tranquilamente en Alemania.

– ?Y los otros?

– Desaparecieron en los campos. O bajo los escombros. ?Quien sabe?

«Es cierto, ?quien sabe? Esta es la cuestion», penso Simon.

9 El Helping Hand

Walter Robinson siguio el autobus G-75 mientras aceleraba por el paso elevado de Julia Tuttle, dejando atras la playa en direccion al centro de Miami. Era mediodia y el autobus desprendia eructos humeantes por el tubo de escape, que eran absorbidos por el calor como una esponja. Giro y a continuacion subio por la autovia de tres carriles.

Miami tiene una fisonomia lineal. La ciudad se extiende hacia el norte y el sur a lo largo de la costa, aferrada a la bahia Vizcaino con tenacidad urbana, adoptando no solo la imagen que quiere mostrar al mundo, sino tambien una especie de porte interno proveniente de las aguas azules y brillantes. Estos ultimos anos ha empezado a expandirse hacia el oeste hacia la empapada extension de los Everglades, donde se alzan urbanizaciones y centros comerciales como un monton de forunculos en la espalda infectada de un hombre. Pero estas erupciones son inevitables a causa de las tendencias cambiantes de la poblacion. No obstante, en actitud y esencia, Miami continua siendo una ciudad costera, orientada hacia los prados siempre cambiantes del oceano verdiazul.

A pesar de ello, Walter Robinson odiaba el agua.

No es que no le gustase disfrutar de su contemplacion, una vista que buscaba con frecuencia, especialmente cuando estudiaba algun caso dificil. Hacia tiempo habia descubierto que el ritmo del mar tenia un sentido sutil y alentador y que el machacon sonido de los rompientes le ayudaban a concentrarse. Por ello, apreciaba el mar y la bahia como herramientas de ayuda profesional. Su odio, sin embargo, era mas de tipo politico.

Pensaba que el agua era algo que pertenecia a los ricos. En Miami hay docenas de muelles, puertos deportivos y rampas de embarcaciones, pero muy lejos de los barrios donde viven los negros. El lo habia advertido a muy temprana edad, cuando queria escapar de la pobreza del Black Grove, y atravesaba zonas de creciente prosperidad a medida que se acercaba al agua, donde observaba las embarcaciones de vela, las lanchas rapidas, o los cruceros de amplias cabinas propiedad de blancos ricos e influyentes, que pasaban ociosos por delante de la costa hacia la bahia. Y era consciente de que su color le hacia distinto de casi todos los que se dirigian hacia el agua. Una vez se habia quejado de esto a su madre, que era maestra de escuela, pero ella solo le dijo que debia aprender a nadar si iba a frecuentar las playas del condado de Dade. Solo cuando fue adulto se dio cuenta de que muchos de sus companeros del colegio nunca se habian molestado en aprender a nadar, tan interiorizado tenian el prejuicio de que el agua pertenecia a los blancos y no a ellos.

De este modo, Walter Robinson se obligo a convertirse en un experto nadador, rapido, fuerte y seguro de si mismo incluso cuando las corrientes tiraban de el con peligrosas intenciones.

Mientras conducia por el paso elevado, siguiendo el rapido autobus, echo un vistazo a la bahia, que brillaba a ambos lados. Siempre le alteraba el animo el recorrido entre la playa y Liberty City; la bahia parecia mofarse de la deprimida zona urbana que se alzaba a un kilometro tierra adentro. Seis manzanas, tal vez nueve y cualquier rastro del agua se disipaba en un calor polvoriento e implacable. Se acerco al G-75 cuando el autobus redujo la marcha en una rampa de salida, soltando otra vaharada de humo sucio y gris, y descendia a la zona de la ciudad mas deprimida.

El intuia que el G-75 existia con un unico proposito. Recorria el circuito entre una media docena de paradas en Liberty City y un numero parecido en Miami Beach, de manera que las mujeres de la limpieza, los lavaplatos, los jardineros y las canguros que vivian en la zona deprimida pudiesen levantarse temprano y subir al autobus entre el calor hacia sus trabajos dificiles y mal pagados en la zona de los ricos, sin quejas ni esperanzas, y luego realizar el trayecto de regreso por la noche, balanceandose entre el ruido y la velocidad, mientras el autobus cruzaba el paso elevado.

Llevaba un plano de la ciudad extendido en el asiento del pasajero cuando el bus maniobro para bajar por la Vigesimo Segunda Avenida, anoto la ubicacion de todas las casas de empenos y las casas de cambio donde hacer efectivos los cheques. La frecuencia de este tipo de establecimientos era deprimente, al menos habia uno por manzana.

Las casas de empeno le interesaban en particular.

«?Pero cual de ellas? -se pregunto-. ?Cual de ellas te abrio en mitad de la noche? ?En cual entraste para librarte de los ultimos restos de panico? ?En cual te ofrecieron un trato rapido, facil y sin preguntas?»

Solo era una conjetura. El sabia que los cacos experimentados realizaban sus transacciones fraudulentas en

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