Sus zapatos resonaban en la acera polvorienta. Se guardo de nuevo el aguila pescadora en la memoria y se concentro en el hombre que habia omitido la letra final del nombre de su esposa.
«Se quien te mato, Herman Stein. Eras mas listo de lo que el creia, ?verdad? Aunque estabas aterrado y sabias que ibas a morir fuiste lo bastante inteligente como para dejar un mensaje. La h omitida. Paso mucho tiempo antes de que alguien descifrara lo que tratabas de decir, pero ahora yo lo se.»
Winter penso en la muerte de Stein para intentar repasar los hechos mentalmente. Era una tecnica sencilla y efectiva que habia perfeccionado al examinar cadaveres a lo largo de los anos: rueda una pelicula mental de lo que ocurrio y veras una manera de encontrar al asesino.
«Muy bien, primera pregunta: acceso; ?como entro en el piso? La puerta principal. ?Se la abriste? No, no harias eso. Eras mayor y estabas alterado y asustado. No abririas la puerta sin echar antes un vistazo por la mirilla. ?Como, entonces? El pasillo de la escalera. ?Tenias habitos regulares y rutinarios como tantas personas mayores? Eras un hombre preciso, Herman Stein. ?Ibas todas las mananas a desayunar a la cafeteria de la esquina y regresabas a la misma hora despues de comerte el mismo bollo con queso untado, cereales y un cafe, puntual como un reloj? Si, seguro que eras asi. Debio de ser facil acecharte, a pesar de que estabas asustado y puede que hasta pensaras en tomar precauciones. De modo que solo habria tenido que esperar a que salieras y despues, tomar posiciones en ese pasillo para atraparte a la vuelta. ?Hay algun hueco de escalera? ?Una salida de emergencia? ?Un cuartito?» Winter sabia, sin necesidad de ir a casa del fallecido, que habia algun espacio donde una persona pudiera esperar sin ser vista.
Espiro despacio. Parte del terror que Herman Stein habia sentido se le habia metido en el cuerpo.
«Sabias que estaba ahi fuera, y sabias que esta vez no te serviria de nada llamar a tus hijos, ?verdad? Siempre pasaba lo mismo. Cuando hablabas de
Winter tomo nota mental de esta pregunta. Debia encontrar una respuesta, porque si Herman Stein habia podido descubrir lo del rabino, tambien la Sombra podia hacerlo.
«De modo que estabas alli. Te atrapo en el pasillo y te obligo a entrar en casa. Luego te sento ante el escritorio. ?Te hizo escribir la nota de suicidio? Creo que si, porque entonces fue cuando tuviste la idea de omitir la h. ?Te dio eso un momento de satisfaccion? ?Te dio algo de fuerzas, te ayudo a encararte al revolver cuando te lo puso en la frente?… Herman Stein, me descubro ante ti. Eras un hombre valiente, y nadie, excepto yo, lo sabe.»
El viejo policia se detuvo un momento. Habia llegado a la entrada de The Sunshine Arms.
«?Hablo contigo, Herman Stein? ?Que dijo?»
Winter visualizo al hombre mayor sentado con rigidez ante su escritorio, con los ojos muy abiertos, segundos antes de morir. Vio su miedo, percibio su misma angustia mareante. Haber llegado tan lejos para, finalmente, encontrarse cara a cara con una pesadilla.
Se quedo plantado en la acera. El calor del dia seguia propagandose, pero no lo notaba. Empezo a poner mentalmente las caras de los asesinos que habia conocido sobre la figura vaporosa que veia frente a Herman Stein. Rebusco en su memoria la larga lista de criminales: un psicotico que habia usado un cuchillo de carnicero con su esposa y sus hijos; un asesino a sueldo que preferia disparar en la base del craneo con una pistola de pequeno calibre; un maton de banda al que le gustaba usar un bate de beisbol, empezando por las piernas para ir subiendo metodicamente a la vez que aumentaba la brutalidad de los golpes. Introdujo en esta coleccion a varios asesinos en serie, un par de adolescentes violentos que mataban por morbo y unos cuantos violadores que habian descubierto una excitacion mayor, mas nociva. Situo a estos personajes, uno tras otro, en la figura, y los fue descartando y guardando de nuevo en la memoria.
Se llevo la mano a la frente y se seco el sudor acumulado justo debajo de la badana de la gorra.
«No estas ahi, ?verdad, Sombra? No figuraras en el recuerdo de ningun policia, ?verdad?»
Dirigio una mirada hacia el piso vacio de Sophie Millstein mientras se dirigia con dificultad hacia el suyo.
«Dime algo, lo que sea», pidio en silencio. Pero el piso no le revelo nada. Un rayo crepuscular iluminaba una pared. Abrio la puerta de su casa y entro tras dejar que el aire fresco lo reconfortara como una buena idea. Se felicito de haber dejado el aire acondicionado en marcha, y solo se preocupo un momento por la factura de la electricidad, que reflejaria inevitablemente sus habitos derrochadores. Cuando entro en el salon, vio que habia un mensaje en el contestador automatico. Sediento de repente, le apetecia beber algo. Le parecio recordar que tenia limonada en la nevera y dio un paso en esa direccion, pero se detuvo y se volvio hacia el aparato.
Pulso la tecla de reproduccion y, tras unos pitidos y unos ruidos electronicos, oyo la voz del rabino. Sonaba distante, metalica, pero la ansiedad que contenia cada palabra resultaba evidente.
«?Senor Winter? Llameme en cuanto pueda, por favor…» Hubo un momento de duda antes de que el rabino anadiera: «Se trata de Irving Silver. Ha desaparecido.» Hubo otra pausa y, a continuacion, de nuevo su voz: «Me equivoque. ?Oh, Dios mio! Deberiamos haberle dejado conseguir una pistola…» Ahi acababa el mensaje.
15 El hombre desaparecido
Podia ver en sus rostros como la rabia y el miedo se disputaban el control.
Simon Winter saludo a Frieda Kroner y al rabino Rubinstein con un pequeno gesto y se acerco rapidamente a ellos. Estaban en el largo porche del Columbus, un viejo hotel residencial situado a una manzana del mar. Sus paredes blancas parecian brillar contra la negrura reluciente de la noche, como los rescoldos grises de un fuego casi extinguido. Sabia que en pleno dia, el porche habria estado ocupado por los residentes mas ancianos tomando el sol, pero ahora estaba vacio, salvo por dos docenas de sillas plegables esparcidas y las dos personas que lo esperaban ansiosas.
El rabino se frotaba la frente, nervioso, como si intentara borrar algun pensamiento. Con la otra mano sujetaba contra el pecho un ejemplar del Antiguo Testamento encuadernado en negro. Vio que Winter se habia fijado en eso y, sin mas, comento:
– En momentos como este, la palabra de Dios reconforta, detective.
– ?Y que dice?
– Que confiemos en Su sabiduria.
«Eso es lo que siempre dice», penso Simon.
Frieda Kroner senalo la entrada del hotel.
– Irving deberia estar ahi -dijo-. Se ha ido. -Dudo un instante y anadio-: La Sombra lo ha encontrado.
– ?Por que esta tan segura? -quiso saber Winter.
La mujer no le respondio, y tampoco el rabino. En lugar de eso, se volvio y se abalanzo escalones arriba, con tal impetu que parecio arrastrar a los demas tras ella. Winter se detuvo cuando los tres entraron en el vestibulo. En una pared habia un mural descolorido que mostraba a Colon llegando al Nuevo Mundo, retratado con el aspecto estilizado y ficticio de los anos treinta: todos los gestos eran heroicos, todos los personajes, tanto nativos como espanoles tenian un aire tranquilo y reverencial, como si supieran el momento historico que estaban protagonizando. No habia el menor indicio de lucha, de sangre, de miedo, ni de ninguna de las cosas que ocurririan poco despues. Delante del mural habia un viejo sofa de piel negro. Sentado en su centro, un hombre delgado y canoso leia un periodico en yiddish. Alzo los ojos hacia ellos cuando entraron y despues volvio a concentrarse en su lectura. Pero Simon Winter se fijo en que habia dejado las gafas en el asiento, de modo que en realidad los estaba escuchando y observando. Penso que a veces la curiosidad parece propia de los muy jovenes o de los muy mayores.
– Por aqui -indico Frieda. Lo cogio por el codo y lo llevo hacia el rincon del vestibulo, donde habia un hombre sentado ante un pequeno mostrador adornado con una anticuada centralita telefonica de clavijas. Era mas joven que ellos, e hispano. Cuando se acercaron, se encogio de hombros.
– Senora Kroner -dijo en un ingles con marcado acento-. ?Que puedo decir? No se nada del senor Silver. Nada en absoluto.
– ?Hablo con usted la policia?
– Si. Si, claro. Justo despues de que usted los llama. Me preguntan si es normal que el senor Silver no esta
