– Tal vez. Pero no hay nada que lo garantice. No lo garantiza una pistola ni un pitbull.
– Ni la policia -replico la mujer con amargura.
– Tiene razon. La policia resuelve crimenes ya cometidos. Rara vez consigue impedir que se cometan.
– Podriamos irnos -sugirio el rabino-. ?Tal vez dejar la ciudad?
– ?Para siempre?
– No. Este es mi hogar ahora.
– Entonces, creo que es mas acertado defenderlo.
– Si. Si hace cincuenta o sesenta anos hubieramos pensado de esta forma, a lo mejor… No, no pensemos estas cosas. Pensemos en seguir con vida ahora. Hoy. Esta noche. Manana.
Winter dudo antes de seguir al ver como la expresion del rabino retrocedia un momento en el tiempo, al observar como el recuerdo del mal marcaba cada linea y cada arruga alrededor de sus ojos, en su frente y en las comisuras de sus labios.
– Hay algo mas -anadio Winter despacio. Vio como los ojos del rabino volvian lentamente de decadas atras y llegaban al presente, donde recobraban su nerviosismo.
– ?Que mas, senor Winter?
– Vamos a suponer que sabe quienes son ustedes -contesto Winter en voz baja-. Y donde viven. Y que ahora mismo esta seguro de si mismo porque no cree que nadie lo ande buscando. Y que en este momento puede estar planeando su siguiente ataque.
Frieda Kroner solto un gritito ahogado. El rabino dio un paso atras.
– ?Usted cree, senor Winter? -pregunto con una nota de panico en la voz.
– No lo se, pero creo que hay que ponerse en lo peor.
– Pero ?como podria saberlo? -quiso saber Frieda.
– Quizas el senor Silver se lo dijera.
– No. Seguro que no. Por muy grande que fuera el dolor. No.
– De acuerdo -asintio Winter-. Pero hay otra cosa que acabo de recordar.
– ?Que?
La idea lo hacia sentir indefenso, impotente y estupido. Si Irving Silver estuviera ahora con ellos, se habria acordado de este detalle unos dias antes. De repente, se vio de pie junto al joven inspector negro en medio de la tension y las voces que habia en la escena del crimen mientras los de la policia cientifica trabajaban en el apartamento de Sophie Millstein. Recordo su propio dedo al senalar el telefono y las palabras que habia dicho al inspector.
– La noche que mataron a la senora Millstein, observe que en su casa faltaba su agenda -explico.
– ?Que?
– Su libreta de telefonos y direcciones. No estaba en su sitio habitual. Habia desaparecido.
– Y cree que
– Si la vio, podria habersela llevado. Y ustedes dos estaban en ella, porque vi que la senora la abria para buscar sus numeros de telefono.
– Pero no sabemos si… -empezo el rabino, y se detuvo en seco. Se balanceaba adelante y atras con una ligera sonrisa en los labios-. Esto es como una partida de ajedrez, ?no es asi, detective?
– En cierto sentido, si.
– El ha hecho movimientos. Ha controlado el tablero. Es como si nosotros no hubieramos sido capaces de ver como sus piezas se movian de una casilla a otra. Pero ahora tal vez nos toque mover a nosotros. Somos tres y nos quedan algunos trucos, ?no cree?
– Si -respondio Winter.
– No tengo miedo -dijo el rabino a la mujer-. Da igual lo que suceda, no puedo tener miedo. No creo que Irving lo tuviera tampoco, cuando fue a por el. Y no creo que tu vayas a tenerlo. ?Acaso no hemos visto ya lo peor que puede engendrar el mundo? ?Hay algo mas aterrador que Auschwitz?
Curiosamente, Frieda tambien sonrio entonces.
– Sobrevivimos a aquello…
– Podemos afrontar esto.
Simon vio como Rubinstein alargaba la mano para sujetar la mano de su amiga y darle un pequeno apreton de aliento. Penso que deberia decir algo, pero no se le ocurrio nada. Pasado un momento, Frieda se volvio hacia el. No hablo, pero por su expresion supo que los tres estaban preparandose para el movimiento siguiente, fuera cual fuese.
Esther Weiss se reclino en la silla de su pequena oficina en el Centro del Holocausto. No parecia sorprendida de verlo.
– ?Tiene mas preguntas, senor Winter?
– Si -respondio.
– Era de esperar. Cuando se destapa la caja de Pandora, salen muchas preguntas. ?Que quiere saber?
– ?Tienen algun registro o lista de los supervivientes del Holocausto, ya sabe, una especie de directorio?
La joven arqueo las cejas un momento y luego sacudio la cabeza.
– ?Una lista de supervivientes? -repitio.
– Exacto.
– ?Como la lista de miembros de un club o una agrupacion?
– Si, aunque me doy cuenta de que suena extrano.
– Seria abominable, senor Winter.
– Perdone, no entiendo por…
– Senor Winter -lo interrumpio ella-, esta gente fue victima del Holocausto precisamente porque figuraba en listas. Registros, guias, directorios. Existe toda clase de palabras inocentes que adquieren significados horrendos cuando los relacionas con las redadas y los transportes a los campos. No, senor Winter. Se acabaron las listas, gracias a Dios.
– Pero aqui, en el Centro del Holocausto, y en los demas organismos dedicados a conservar la memoria historica…
– Conservamos los nombres de las personas que han hablado y hablan con nosotros, pero confidencialmente. La privacidad es una cuestion importante para esta gente, senor Winter. Es dificil entender que estas personas pueden ser unicas y especiales al mismo tiempo que terriblemente corrientes. Muchas han llevado una vida sencilla, nada excepcional, salvo por esos anos en los campos. Por consiguiente, estos recuerdos, aunque los comparten, tienen para ellos un caracter intimo que nosotros protegemos. Los centros de Washington y Los Angeles actuan del mismo modo. La Universidad de Yale guarda bajo llave su coleccion de recuerdos grabados en video. Tienen mas de dos mil.
– ?Cuantos supervivientes del Holocausto estan aqui, en South Beach?
– ?En South Beach? No sabria decirle. Hace unos anos, se calculo que en el sur de Florida vivian quince mil supervivientes. Desde Boca Raton y Fort Lauderdale hasta South Beach. Pero se estan haciendo mayores. Cada mes la cantidad se reduce. Por eso sus recuerdos son tan cruciales. -Lo observo con cierta aprension-. No tenemos ninguna lista, senor Winter. Estas personas acuden a nosotros.
Winter reflexiono un momento y probo otra tactica.
– Supongamos que retrocedo en el tiempo. Que voy a Inmigracion y Nacionalizacion. ?Sabe si encontraria algun registro de los anos cuarenta o principios de los cincuenta…? -Su pregunta quedo sin acabar al ver que Esther Weiss sacudia la cabeza.
– Lo dudo. Por supuesto que tienen registros de las personas que entraron en Estados Unidos y sobre como se gestiono su llegada. Pero ?una compilacion general? ?De los supervivientes del Holocausto? No. Ademas, habia rutas distintas, una vez que habian llegado aqui. Desde Lower East Side hasta Skokie, Illinois, o Detroit, o Los Angeles, y finalmente hasta Miami Beach. No eran viajes oficiales, senor Winter. Solo estan registrados en los recuerdos de las personas que recorrieron el trayecto.
– Pero seguro que debe…
– ?Seguro que que? En Israel han intentado documentar los nombres de las personas fallecidas en el Holocausto. Han llegado a tres millones, algo menos de la mitad. No, senor Winter, no existen listas. Solo caos y recuerdos de pesadilla. -Se detuvo para examinar la consternacion que reflejaba el rostro de Simon-. Tiene una pregunta, pero no la hace. Sabe algo, pero no lo dice. Quiere que lo ayude, pero no me cuenta por que.
