El abogado sonrio de nuevo de oreja a oreja.

– Es divertido ver a dos justicieros moralistas como vosotros tan desconcertados. Quiza me permitais disfrutar del espectaculo un momento.

– ?Que informe?

– El informe de las jodidas huellas, gilipollas.

– ?Como has…?

– Tengo amigos en tu departamento.

– ?Que estas diciendo, Tommy? -salto Martinez con voz estridente.

– Lo que estoy diciendo, Espy: que otra persona mato a Sophie. Esto es lo que estoy diciendo.

– ?Menuda gilipollez! -intervino Robinson. Iba a abalanzarse sobre el abogado pero consiguio controlarse en el ultimo segundo.

– ?Un tercero? -se asombro la ayudante del fiscal-. Por Dios, Tommy, venga ya. Puedes hacer algo mejor que la vieja defensa de culpar a un tercero. ?Crees que soy tan joven que no conozco esa artimana? Elige algo mas original, mas creativo, no la vieja defensa de «lo hizo un tercero».

Alter se giro hacia ella y agacho la cabeza enojado, sin rastro de la jocosidad que habia mostrado hasta entonces.

– Oh, ?te parece aburrido? ?Te parece poco original?

– ?Exacto!

– Pues adivinad que, muchachos -replico en voz baja, con tono de conspiracion pero con sarcasmo-. Resulta que, ademas, es verdad. -Se volvio hacia Robinson-. La huella que habia en el cuerpo, justo en el cuello, procedente de los dedos que estrangularon la garganta de Sophie, esa bonita huella parcial de un pulgar que tus hombres recuperaron de su piel. Pues bien: pertenece a alguien, pero no a Leroy Jefferson. -Retrocedio-. Pensad en eso, chicos. Y echad un buen vistazo a la prueba del poligrafo. Y cuando esteis preparados para pedirnos con mucha educacion ayuda para encontrar al verdadero asesino de esa anciana, ya sabeis donde estare esperando. -Hizo una pausa y anadio-: Y Walter, amigo, trae los cincuenta que me debes, ?quieres?

Thomas Alter dejo caer la prueba del poligrafo en la acera, donde una ligera brisa alboroto las hojas mientras el se alejaba con paso decidido.

14 La H omitida

«Esta aqui -penso Simon Winter-. Delante de mi, en algun sitio, tal vez bajando por el paseo maritimo entarimado o comiendo un helado comprado en el puesto de la esquina. Quizas este en ese grupo, haciendo cola para tener una mesa en el News Cafe. Podria ser aquel hombre que lee el Herald en el banco de la parada de autobus. Podria ser cualquiera. Pero esta aqui y ha matado por lo menos una vez, puede que dos. Todavia no se como. Pero lo ha hecho. Y ha conseguido que un asesinato parezca el suicidio de un hombre mayor, y que otro asesinato parezca obra de un drogata, y creo que si es necesario volvera a matar, porque no le importa nada asesinar. Nada en absoluto.»

Winter inspiro hondo y mascullo entre dientes:

– ?Como puedo encontrarte, Sombra?

Una pareja de adolescentes paso a pocos metros de el. Los dos llevaban gafas de espejo que centelleaban al sol, y se volvieron al oir su voz. Comentaron algo en espanol, riendo, y se alejaron.

Eso lo hizo enfadar. Otro viejo que habla solo, eso habian pensado. Vio como dos chicas con patines serpenteaban entre las personas que habia a ultima hora de la tarde en Ocean Drive. Las aceras estaban llenas de gente que caminaba entre los restaurantes y los cafes al aire libre que dominan el distrito art deco de South Beach. Era un lugar de coches rapidos y luces de neon; de musica alta (salsa con graves profundos, o heavy metal estridente y guitarrero) que competia con chirridos de neumaticos y sonoros claxones. Nadie hablaba, todo el mundo gritaba.

«Miami, y por extension Miami Beach, venera lo inmediato -penso Winter-. Si es nuevo, ruidoso y de colores vivos, es aceptado al instante como parte de la imagen topica de la ciudad.»

Las chicas patinadoras vestian unos ajustados pantalones cortos de licra negra identicos y unos tops sin espalda rosa fluorescente. Una tenia el pelo oscuro y la otra rubio. Se movian con una elegancia sinuosa; se impulsaban con las piernas para ganar velocidad y despues se relajaban, deslizandose sin esfuerzo. La gente se apartaba para dejarlas pasar y, a continuacion, cerraba filas como un ejercito educado pero desorganizado.

Estaba sentado en un banco al otro lado de la calle, de espaldas al agua azul celeste que se extendia sobre una amplia extension de arena calcarea. El clamor de la calle tapaba el fragor del oleaje en la costa. Olia el aire salado, mezclado con el aroma de doce menus distintos preparados en otras tantas cocinas. Se pregunto como alguien podia creer que los sonidos o los olores producidos por el hombre eran preferibles a los de la naturaleza. Dirigio la vista a la playa.

«?Como puedo encontrarlo?», se pregunto.

Desde donde estaba veia el pequeno quiosco de musica del parque Lummus, y tambien las personas mayores que se alejaban despacio de la playa; la retirada al final del dia. Llevaban sillas plegables de aluminio y sombrillas. El quiosco de musica era un lugar muy popular que a menudo estaba de bote en bote, aunque parecia que con cada mes que pasaba se congregaba menos gente en el. Era un sitio extrano: una losa de cemento que irradiaba el calor abrasador del verano situada junto a un edificio bajo, pintado de verde, que servia de almacen. Todos los dias, unos empleados municipales colocaban fuera un microfono y un pequeno amplificador. Entonces, uno tras otro, los jubilados que vivian en South Beach subian a entretener a los demas cantando. Un cartel en la pared limitaba a tres los numeros de cada persona. Las canciones fluian a traves del aire caliente en varios idiomas de la Europa del Este, incluido el yidis, junto con algun que otro intento en ingles. Tenia algo de absurdo: muy a menudo los ancianos hacian el ridiculo canturreando, confundiendo estrofas, omitiendo frases, tarareando los trozos olvidados. Los cantantes gesticulaban y adoptaban poses, con los brazos extendidos, imitando las actuaciones en salas de fiestas. Solo en contadas ocasiones las melodias se correspondian con las palabras. Las voces viejas poseen una aspereza y un temblor que resquebraja y estropea las canciones. Unos cantantes chillaban, otros gemian, algunos emitian gorgoritos lugubres, pero todos seguian adelante, sin tener en cuenta sus gazapos, porque eran recuerdos lo que estaban evocando. Muchas veces, el ruido y los sonidos estridentes que emitian las maquinas de discos y los potentes casetes a lo largo de Ocean Drive impedian oir a los cantantes. Pero ellos seguian actuando, sin importarles la competencia. Y cuando terminaban, recibian aplausos entusiastas y elogios generosos, tanto si se habia podido oir alguna palabra como si no.

Simon Winter sacudio la cabeza y se levanto. Bajo despacio por la calle y adelanto a los ancianos con las sillas plegables, en la misma direccion que las dos chicas patinadoras, a las que vislumbro entre un par de relucientes deportivos rojos antes de que desaparecieran entre los grises del crepusculo.

Siguio con los ojos un coche patrulla de Miami Beach que avanzaba despacio en medio del trafico. De repente, recordo una vez que estaba pescando en las aguas poco profundas de los Cayos Altos y diviso la silueta solitaria de un aguila pescadora que describia lentos circulos utilizando el viento y las corrientes calidas ascendentes. Enseguida vio que el ave no estaba cazando, pues su busqueda carecia de energia. Pero era oportunista: cuando veia una cojinua carbonera nadando demasiado cerca de la superficie, se lanzaba en picado con las garras extendidas, golpeaba el agua con un sonoro estallido de espuma y se elevaba de nuevo con un reguero de gotas plateadas chorreandole de las alas blancas. Aquel dia, tuvo tan poca suerte pescando como ella. Aun asi, mientras pasaban las horas sin que aparecieran peces, parecia feliz de estar alli describiendo circulos elegantes en el aire, como si formara parte del mismo cielo.

Penso que hacia mucho tiempo que no estaba junto al agua con una cana de pescar en la mano. Diez anos quiza. Procuro recordar por que lo habia dejado, pero no encontro ninguna razon. Tuvo la sensacion de que, de alguna forma, habia dejado de hacer todas las cosas que lo convertian en quien era, y que tal vez si empezaba a hacerlas de nuevo no tendria tantos deseos de pegarse un tiro.

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