afrutado. Dirigio los ojos hacia la bahia y se le ocurrio que lo que estaba pensando era como sumergirse en las olas al anochecer.
– Digame, Walter, ?quien es usted?
– ?Quien soy? -sonrio-. Soy un inspector de policia que casi se licencio en Derecho y…
– No. -Levanto una mano-. No que es. Quien es.
A Robinson le parecio captar ansiedad en su voz, y de repente se dio cuenta de que le preguntaba mas de lo que se habia imaginado. Sintio una reticencia momentanea, pero empezo a hablar despacio, en voz baja, casi como si estuviera conspirando algo.
– Nado -explico a la vez que senalaba la bahia con una mano-. Nado solo, cuando nadie me ve, lejos de la costa. En aguas profundas. A kilometro y medio como minimo. A veces, incluso a tres.
Se detuvo. No describio lo que le gustaba hacer, que era conducir hasta la punta del cayo Vizcaino, donde estaba el parque nacional, en cabo Florida, a ultima hora de la tarde, cuando todos los turistas colorados como gambas y los adolescentes borrachos de cerveza ya habian recogido las cosas y trataban de llegar a casa antes del anochecer. Entonces se metia en el agua y, dando potentes brazadas, nadaba contra las olas hasta pasar las boyas rojas y blancas, mas alla del limite, donde notaba como las corrientes de marea tiraban de sus brazos y sus piernas en distintas direcciones. Luego se volvia para mirar hacia el cayo y sus hileras de bloques de pisos, o hacia mas alla del antiguo faro de ladrillo abandonado, donde el oceano se une a la bahia. Dejaba que las aguas lo mecieran, como si quisieran convencerlo de que eran seguras, cuando sabia que no lo eran. Pasados unos instantes, inspiraba hondo y reanudaba la lucha contra los flujos y las corrientes, esquivando alguna que otra carabela portuguesa con su picadura mortal, evitando pensar en los tiburones, tentando al agotamiento y la muerte que este conllevaba de modo inevitable, hasta que tocaba la arena con los pies y llegaba a la playa, de nuevo a salvo, respirando con dificultad.
– ?Por que nada? -pregunto ella en voz baja.
– Porque cuando era pequeno, en Coconut Grove, ningun nino negro aprendia a nadar. No habia piscinas y la playa estaba a tres transbordos de autobus. Viviamos en el condado con mas agua de todo el pais (?sabia eso?), pero nunca aprendiamos a nadar. Recuerdo que, mas o menos cada ano, en el periodico salia la historia de algun nino negro que se habia ahogado en un canal, donde estaba pescando o capturando ranas, o simplemente jugando. Habia resbalado y se habia caido en metro y medio de agua. Presa de panico, habia forcejeado y gritado, pero no habia nadie y se habia ahogado. Los ninos blancos no se ahogaban nunca. Tenian piscinas en los patios de sus casas y les ensenaban a nadar, ?sabes? Braza crol, espalda y mariposa. Ellos solo se habrian mojado, y quizas habrian tenido que oir una reprimenda por llegar a casa empapados. -Dejo la copa de vino en la mesa-. Sueno enfadado, y no quiero sonar enfadado.
Ella sacudio la cabeza. Se dio cuenta de que el le habia contado algo importante, casi como una pista escondida en una pagina de una novela de misterio y que mas adelante comprenderia su importancia.
– No -dijo-. Me lo hace mas facil.
– ?Que le hace mas facil?
Ella no contesto. Intentaba comprender lo que estaba pasando.
– Bueno, Espy, ahora quiero hacerle yo una pregunta -indico Robinson tras un silencio.
– Dispare. -Rio un poco-. Puede que no sea una buena eleccion de palabras para mi.
– Digame por que esta sola.
– ?A que se refiere?
Robinson hizo un pequeno gesto con la mano, como para decir: eres joven, bonita, culta e inteligente, y deberias estar rodeada de pretendientes. Lo que ella se tomo como un cumplido.
– Porque no he encontrado a nadie que…
Se detuvo, sin saber muy bien como seguir. Por un instante, espero que Robinson rompiera el silencio con otra pregunta, pero comprendio que no lo haria, de modo que prosiguio con una ligera vacilacion en la voz.
– Supongo que es por mi hermano. -Inspiro hondo-. Mi pobre hermano muerto. El tonto de mi pobre hermano muerto.
– No lo sabia, lo siento.
– No. No pasa nada. De eso hace casi doce anos. El fin de semana del dia del Trabajo. La semana siguiente iba a empezar el nuevo curso en la facultad de Derecho.
– ?Un accidente de coche?
– No, nada tan inocente. Regresaba de un viaje para hacer
– Lo siento… -empezo el, pero la joven levanto la mano.
– El tonto de mi pobre hermano, que deberia haberse quedado callado, aunque el no era asi; ni siquiera llego con vida al hospital de South Miami.
– Esta bien, si no quiere… -dijo Robinson, sin saber si queria o no que ella continuara.
– No -replico Martinez en voz baja-. Debo sacar todo esto fuera. Tenia quince anos y estaba en la cama, durmiendo. Oi que mis padres lloraban y despues se fueron al hospital. Me dejaron sola en casa. Pase la noche sentada en la oscuridad esperando su regreso. No volvi a ver a mi hermano, excepto en el funeral, y entonces no parecia el, ?sabe? Quiero decir que no sonreia ni me chinchaba como hacia siempre. Fue tres dias antes de que celebrara mi decimoquinto cumpleanos. ?Sabe que es eso?
– Bueno, mas o menos. Es una fiesta que las chicas latinas celebran cuando cumplen esa edad.
– Si, bueno, es una fiesta, pero tambien es mas que eso. Supongo que no es tan importante como un
– Debio de resultarle muy dificil -comento Robinson, y entonces penso que eso
– Vera, en mi casa, mi hermano lo dominaba todo. Tenia que haber sido abogado. Encargarse del negocio de mi padre. Llegar a ser importante e influyente. Tener familia y ser alguien en la vida… Nunca lo dijeron, pero cuando murio todo eso recayo en mi. Pero tambien algo mas.
– ?Que?
