– La venganza.
– ?Que quiere decir?
– En la sociedad cubana, mejor dicho, en casi todas las sociedades latinas, una muerte asi supone una deuda. A mis padres, este asesinato los envejecio. Y cobrar la deuda recayo en mi.
– Pero ?que podia hacer usted?
– Bueno, no podia coger una pistola y disparar a alguien. Tenia que encontrar otra forma de cobrar la deuda.
– ?Y el asesino?
– Jamas lo atraparon. Por lo menos, no de modo oficial. Dos semanas despues detuvieron a un hombre que encajaba con su descripcion al salir de una tienda Dairy Mart en Palm Beach con lo que habia en la caja, pero los amigos de mi hermano y la mujer de la tienda no lograron identificarlo en una rueda de reconocimiento. El
– ?Que paso?
– Le cayeron quince anos, pero cumplio cinco. Ahora vuelve a estar en la carcel. Lo sigo de cerca. Pido a los funcionarios de la prision que le vayan poniendo informadores en la celda para ver si habla, quiza por casualidad. Tal vez mencione que fue de ese Magnum del cuarenta y cuatro que desaparecio. O tal vez se vanaglorie de haber escapado impune de un asesinato. Tengo el expediente del caso de mi hermano en un cajon de mi mesa, al dia, ?sabe?, con direcciones y declaraciones. Cueste lo que cueste, si alguna vez puedo relacionarlo concretamente, el caso estara a punto. -Inspiro hondo-. El homicidio en primer grado no prescribe. La venganza tampoco. -Lo miro-. Supongo que parezco obsesiva, pero lo llevo en la sangre.
Se detuvo de nuevo, y Robinson trato de pensar en algo que decir. Pero cuando se le trabo la lengua con sus propias palabras, ella prosiguio:
– Asi que supongo que el es la razon de que yo estudiara derecho. Lo hice en lugar de mi pobre hermano. Y el es la razon de que me hiciera fiscal, para poder ponerme algun dia delante de un jurado, senalar a ese cabron y decir que fue el quien lo mato. Tambien mato a la propietaria de la tienda, de hecho. Tenia el corazon delicado y murio seis meses despues.
– Lo siento -dijo Robinson-. No lo sabia. -Desde luego era lo mas estupido y mas trillado que podia decir, pero no pudo contenerse.
Espy se toco la frente con la mano libre.
– No, tranquilo -aseguro-. Ya ve. Nos lo estabamos pasando bien y yo voy y le suelto todo esto, y ahora tiene el aspecto de alguien a quien han pillado blasfemando en la iglesia. -Alargo la mano y bebio un largo sorbo de vino-. Me gustaria bromear sobre algo para que volvieramos a reirnos.
Robinson reflexiono un momento, se pregunto por que tenia la impresion de que faltaba algo, y entonces se dio cuenta de lo que era. Antes de poder contenerse, hizo la pregunta:
– El sospechoso de disparar a su hermano… era negro, ?verdad?
Martinez no respondio enseguida, pero al final asintio. El suspiro y se reclino en la silla pensando: «Ya esta; se acabo.» Empezo a enfadarse, no con Espy ni consigo mismo ni con nada que no fuera el mundo entero, pero entonces ella alargo la mano y volvio a tomarle la suya, con fuerza, como si estuviera colgando de lo alto de un precipicio.
– No -dijo despacio-. El era el y usted es usted.
Robinson volvio a inclinarse hacia ella, agitado.
– Mi nombre -dijo Espy con una sonrisa-. ?Sabe que significa?
– Si, claro. Esperanza.
Ella fue a responder, pero llego el camarero con la cena. Se quedo plantado a su lado con los platos de comida en equilibrio, sin poder dejarlos en la mesa porque ellos tenian los brazos extendidos sobre ella.
– Disculpen -dijo tras aclararse la garganta, y los dos alzaron la vista y rieron.
Comieron deprisa, se saltaron el postre y pasaron del cafe. Era como si las confesiones que se habian hecho les hubieran liberado de las poses, los rodeos, los amagos y las farsas habituales en estos casos. Ella estuvo callada mientras el la conducia a traves de la ciudad hasta la puerta de su casa. Una vez ahi, detuvo el coche y apago el motor. Ella se quedo sentada con la vista puesta en el duplex que ocupaban sus padres. Supuso que estarian mirando.
Robinson empezo a decir algo, pero no lo escuchaba.
En lugar de eso, se volvio hacia el y
– Llevame a otro sitio, Walter. Adonde sea. A cualquier sitio. A tu casa. O a un hotel, un parque, la playa. Me da igual. Pero que sea otro sitio.
Se la quedo mirando un momento. Y entonces se abrazaron y sus labios se juntaron ardorosamente, y ella tiro de el, pensando que estaba sacudiendose la soledad y los problemas de toda su vida, y esperaba que, de algun modo, el peso de aquel hombre apretujado contra ella estabilizara el huracan de emociones que sacudian su interior.
La llevo a su piso. Cerro la puerta tras ellos, y se aferraron el uno al otro en el suelo del salon con la urgencia escurridiza de un par de delincuentes que temen ser descubiertos. Se quitaron mutuamente la ropa con una excitacion frenetica que se transformo en una copula rapida, casi como si no tuvieran tiempo para conocer el cuerpo del otro. Espy tiro de Walter para que se situara sobre ella e intento envolverlo; el, por su parte, se sentia como un globo hinchado a punto de estallar. La curva de sus pechos pequenos, la tersura de su piel, el contorno de su sexo, el sabor de su cuello… todo eso eran informaciones y datos de los que solo fue vagamente consciente mientras la penetraba con una avidez primaria, puramente instintiva, y que ella recibia acompasando su pelvis.
Cuando termino, se echo a un lado y respiro jadeante, boca arriba, con el antebrazo sobre los ojos.
– Dime, Walter -dijo ella pasados unos segundos-, ?tienes, no se, dormitorio? ?Cuarto de bano? ?Cocina?
Abrio los ojos y vio que estaba a su lado, apoyada en un codo e inclinada hacia el, sonriendo abiertamente.
– Pues si, Espy. Tengo todas las comodidades habituales de la vida moderna. Nevera, television por cable, aire acondicionado, moqueta…
– Si, la moqueta ya la he encontrado -le interrumpio ella riendo y dejando que su pelo le acariciara el torax-. La tenia justo debajo.
Le acerco los labios al torax y luego recosto en el la mejilla, de modo que oia los rapidos latidos de su corazon.
– Es el entusiasmo -dijo Robinson.
– Dime, Walter… ?quien eres?
En esta ocasion el no respondio, sino que le tomo la cara entre las manos y la beso despacio. Despues la levanto con cuidado y se agacho para cargarla en brazos.
– Al dormitorio -anuncio.
– ?Que romantico! -contesto ella, todavia riendo-. Procura que no me golpee la cabeza.
Esta vez se lo tomaron con calma y dejaron que sus dedos y sus labios se exploraran mutuamente.
– Tenemos tiempo -indico el inspector-. Todo el tiempo del mundo.
Despues se durmio. Pero Espy sentia una extrana inquietud. Estaba exhausta y, a la vez, saciada de la satisfaccion que provoca el enamoramiento. Observo un rato como dormia Robinson y examino los angulos relajados de su rostro, iluminado por un rayo de luna que se colaba por la ventana. Le acerco una mano a la mejilla para ver como la luz tenue iluminaba su piel palida y hacia brillar la piel oscura de el. Tenia la impresion de haber saltado una especie de barrera y, acto seguido, se reprendio por utilizar cliches raciales; si esperaba pasar otra noche junto a Walter Robinson, deberia desprenderse de esos pensamientos del mismo modo que se habia quitado la ropa: rapidamente.
Se levanto de la cama y fue con sigilo hacia el salon. Era un piso pequeno en un bloque mediocre. Tenia una bonita vista de la bahia y la ciudad. Encontro el escritorio en un rincon, situado de forma que podia ver Miami a traves de las ventanas. En una esquina, habia un marco con la fotografia de una mujer mayor de raza negra. En la pared, diplomas de la Academia de Policia y la Universidad Internacional de Florida. Otra foto mostraba a un Walter Robinson mucho mas joven, manchado de tierra, con un hilo de sangre en una mejilla y vestido con un
