– Fuimos asesinos, senorita Martinez, el y yo. Maestro y alumno. Pero el era muy superior a mi… -Se paso una mano por la frente-. Yo me sentia culpable, en cambio el no.

Hizo otra pausa.

– Era nuestro asesino perfecto, ?y sabe otra cosa, senorita Martinez?

– ?Que?

– La Sombra disfrutaba de verdad con su trabajo. Detras de todo su odio, le encantaba dar muerte a quienes culpaba de la sangre sucia que corria por sus venas.

– ?Que fue de el?

Klaus Wilmschmidt afirmo con la cabeza.

– Era muy listo. Robaba diamantes, oro, joyas, lo que fuera. Robaba a la gente que encontraba y despues se encargaba de su muerte. Es que, senorita Martinez, sabia que su propia existencia dependia de su capacidad para detectar judios y ejecutar los encargos especiales del mayor. A medida que iba disminuyendo el numero de judios a cazar, en el cuarenta y tres y el cuarenta y cuatro, su propia existencia fue volviendose mas precaria. De modo que tomo precauciones.

– ?A que se refiere?

– Adopto medidas para sobrevivir, senorita Martinez. Todos lo hicimos. Ya nadie creia en nada. Cuando uno oye a la artilleria rusa, cuesta trabajo creer. Pero nosotros lo sabiamos mucho antes de eso. Cuando uno ha ayudado a fabricar las mentiras, senorita Martinez, es de tontos creerselas uno mismo.

– ?Y la Sombra?

– El y yo teniamos un pacto, un acuerdo de beneficio mutuo. De lo que el robara, yo recibia la mitad. Y papeles. Era todo un falsificador, senorita Martinez. Yo me encargue de conseguir los sellos e impresos necesarios para que, llegado el momento, pudieramos desaparecer, convertirnos en algo nuevo. Yo iba a ser un soldado de la Wehrmacht, herido en el frente occidental y discapacitado. ?Un hombre honorable! Un soldado que solo habia obedecido ordenes y que ahora deseaba regresar a su casa en paz. No de la Gestapo. Y asi, un dia, cuando todo termino, me converti en ese hombre. Me entregue a los britanicos.

– ?Y la Sombra?

– A el no iba a resultarle tan facil, pero era mas listo que yo. Se puso a buscar un hombre en el cual convertirse. Lo buscaba todos los dias.

– No entiendo.

– Una identidad diferente. Un judio, como el mismo. De aproximadamente la misma edad, estatura, formacion. Con el mismo color de pelo. Y cuando lo encontro, no lo subio a un transporte, aunque eso es lo que se leia en los documentos. Lo mato el mismo y se apropio de su identidad. Empezo a hacer regimen a rajatabla…

– ?Regimen?

– ?Si, dejo de comer para transformarse! Y tambien se tatuo un numero en el brazo, como hacian en los campos de concentracion. Y luego, un dia, desaparecio. Una decision sensata.

El anciano volvio a reir, lo cual le provoco un acceso de tos.

– Fue muy sensato porque aquel dia al mayor, su protector, lo sorprendieron los bombardeos borracho y dormido, y no pudo correr al refugio. Asi que cuando por fin desperto… ?ya iba camino del infierno!

De nuevo se ahogo con la risa. Busco el oxigeno y sonrio a Espy Martinez.

– Un buen plan. Sospecho que se cosio el dinero al abrigo. ?Era un hombre rico! Probablemente se dirigio al oeste, hacia los Aliados. Eso hice yo. No queriamos ser interrogados por los rusos. Pero los americanos, como usted, y los ingleses todavia deseaban ser justos. Y si uno acababa cayendo en sus manos, con la historia de que habia escapado de un campo de concentracion, medio muerto de inanicion y con un tatuaje en el brazo, ?acaso no iban a recibirlo con los brazos abiertos? ?No le creerian?

Espy no contesto. Tenia la garganta tensa y seca. En aquella pequena habitacion parecia flotar una enfermedad diferente de la que devoraba el cuerpo del viejo nazi. Experimento una sensacion de espesor, de opacidad, como si para abrirse paso por la historia que narraba el anciano le hiciera falta una cuchilla, y no tenia ninguna.

– De manera que escapo, ?verdad? -lo animo a seguir.

– Escapo. No me cabe ninguna duda. Yo mismo escape haciendo algo muy parecido.

Ella arrugo el entrecejo.

– De modo que asi es como llego a ser lo que es ahora -dijo, y de improviso introdujo la mano en su bolso y saco una copia del retrato robot hecho con la ayuda de Leroy Jefferson. Se lo paso al anciano, el cual lo sostuvo delante de si. Al cabo de un segundo de contemplarlo, lanzo una carcajada aspera y chillona. Agito el retrato y dijo:

– Es ist so gut, dich zu sehen, mein alter Freund! [?Cuanto me alegro de verte, viejo amigo!] -Y miro a la joven fiscal-. Esta menos cambiado de lo que hubiera creido.

Ella asintio.

– Me ha hablado usted del pasado -dijo-. ?Como puedo encontrarlo hoy en dia.

Klaus Wilmschmidt se recosto en las almohadas sin dejar de mirarla. Alzo una mano y senalo los medicamentos, el oxigeno y su propia persona.

– Me estoy muriendo, senorita Martinez. El dolor me acosa sin cesar y seria capaz de contar las inspiraciones que me quedan.

Maria Wilmschmidt sollozo levemente al traducir.

– ?Existe un Cielo, senorita Martinez?

– No lo se.

– Puede que si o que no. Hubo un tiempo en que participe en cosas terribles. Cosas que usted no puede entender siquiera. Por la noche oigo gritar, veo caras en estas paredes, fantasmas dentro de esta habitacion tan pequena, senorita Martinez. Estan aqui conmigo. Y cada dia mas. Me llaman, y muy pronto intentare tomar aire y no podre. Cogere el oxigeno, pero no me servira. Y entonces me asfixiare y morire. Eso es lo que me queda.

Callo unos momentos para recobrar fuerzas.

– De modo que me pregunto: ?puedo morirme con lo que se de ese hombre? Digame, senorita Martinez, ?conocere la paz ahora que he hablado de el y de lo que ambos hicimos?

– No lo se -respondio ella, pero si lo sabia.

El anciano parecia menguar, como si la noche y la niebla del pasado lo envolvieran poco a poco. Su respiracion se hizo rasposa, erratica.

– ?Encontrar a la Sombra? Eso no puedo hacerlo, senorita Martinez.

– Pero…

– Pero si se como se llama el hombre en que se convirtio.

– ?Digamelo! -exigio Martinez, como si necesitara saberlo antes de que el anciano volviera a toser.

El sonrio, y adopto una expresion no muy distinta de la calavera que adornaba la daga que habia empunado poco antes.

– Si -dijo-. Puedo decirle el nombre. Y tambien puedo decirle algo mas.

– ?El que?

El moribundo Klaus Wilmschmidt respondio en un susurro:

– Ich weiss was fur eine Nummer der Schattenmann auf seinem Arm hat…

La hija del anciano callo un instante y aspiro con aspereza antes de traducir en voz baja:

– Dice que conoce el numero que la Sombra se tatuo en el brazo.

24 El historiador

Simon Winter y Walter Robinson, ligeramente separados el uno del otro, observaban como el rabino y Frieda Kroner examinaban el retrato robot de la Sombra. Parecian dos eruditos que escudrinaran un jeroglifico antiguo y desdibujado, hasta que de pronto ambos se reclinaron en sus asientos. La anciana estaba ligeramente demudada cuando declaro:

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