El antiguo nazi vivia en una zona de viviendas adosadas lejos del centro de la ciudad. Tenia un claro estilo de urbanizacion de las afueras, ligeramente extranjero, como si fuera una mala copia del concepto norteamericano. Habia una insistente uniformidad en las casas: estuco blanco, tejados de pizarra oscura, jardines y setos cuidados, calles limpias. Todo transmitia un orden que la hizo sentirse incomoda.

Schultz se dio cuenta de ello y comento:

– Debe recordar, senorita Martinez, que a los alemanes les gustan las cosas alineadas y en posicion de firmes. Todo esta donde debe estar. -Detuvo el coche frente a una de las casas-. Vamos alla -dijo-. Esto va a ser muy interesante.

Estaban a escasos metros de la puerta cuando esta se abrio unos centimetros, y Espy vio asomarse a una mujer guapisima con actitud titubeante.

– ?Senorita Wilmschmidt?

La mujer asintio con la cabeza. Hubo un momento de embarazo porque ella no abrio la puerta, como si todavia dudara de lo que estaba permitiendo que sucediera, pero a continuacion la abrio del todo y les indico que entraran.

Era alta, de unos cuarenta anos, pero de talle fino, como una modelo, con una melena ondulada y pelirroja ligeramente salpicada de vetas grises que le aportaban mas elegancia aun. Usaba unas gafas que colgaban de un cordon sobre una cara blusa de seda blanca. Llevaba falda marron oscuro con medias oscuras y chaqueta negra. Tenia el aire de una bibliotecaria solterona, una actitud fria, seca y adusta. Cuando Espy y Schultz pasaron al interior de la pequena casa, dijo:

– Ojala no estuviera usted aqui, senorita Martinez. Ojala no estuviera ocurriendo esto.

– Siento molestar, y agradezco de veras cualquier ayuda que su padre…

– Mi padre esta enfermo. No se como se dice en ingles. No puede respirar por culpa del tabaco. No se como lo llaman ustedes.

– ?Enfisema?

– Es posible. No debe alterarse. Espero que lo comprenda.

– Por supuesto. Procuraremos ser breves.

– Muy bien. Tengo que volver a mi trabajo, al banco, despues de comer.

– Intentare no extenderme mucho.

La hija asintio, aunque estaba claro que no se lo creia. En aquel instante se oyo un torrente de palabras en aleman proveniente de la parte de atras de la casa:

– Maria! Bring sie Herein!

La mujer dudo.

– Ya esta alterado -dijo.

– Bring sie Herein!

Maria Wilmschmidt agito la mano con desgana en direccion a la voz. Espy oyo un violento acceso de tos mientras recorrian el estrecho pasillo de aquella pequena vivienda de dos dormitorios.

El antiguo nazi estaba tumbado, en bata oscura y pijama, sobre una cama individual de bastidor de madera, situada en un cuarto nada espacioso. Una unica ventana, enmarcada por gruesas cortinas blancas, permitia que entrara la grisacea luz del dia. En las paredes no habia cuadros y los unicos muebles eran la cama, un gastado escritorio marron y una mesilla de noche llena de medicamentos y una jarra de agua. Junto a la cama habia una alta botella de oxigeno con una mascarilla verde claro. En un rincon habia un televisor encendido pero sin volumen. El anciano estaba viendo reposiciones de programas norteamericanos. En otro rincon, como si alguien los hubiera dejado tirados alli, habia un monton de libros y revistas.

– Senor Wilmschmidt, soy Espy Martinez…

Reparo en el tinte azulado de la nariz del anciano y en el enrojecimiento de sus mejillas, debido a unos vasos sanguineos privados de aire. El emitio un aspero jadeo al indicarle con la mano que se adelantara. Martinez vio que tenia manos grandes y dedos largos y aristocraticos, aunque con manchas de nicotina en las unas. En otro tiempo aquel hombre habia sido grande y corpulento, pero la enfermedad que le habia robado el aire se habia cebado tambien con su cuerpo, a tal punto que la piel le colgaba flacida, lo cual a ella le dio la impresion de que estaba siendo devorado desde dentro por su propia dolencia.

– Maria, bring Stuhle fur die Gaste! [?Trae sillas para los invitados!] -Tosio.

Mientras la hija lo hacia, Espy penso que aquel hombre era de los que nunca pedian: solo ordenaba. En un momento la hija volvio con tres sillas plegables que dispuso alrededor de la cama.

Martinez tomo asiento y, tras hacer un gesto con la cabeza a la hija para que tradujera, empezo:

– Senor Wilmschmidt, estoy investigando varios asesinatos cometidos por un hombre conocido antiguamente en Berlin como la Sombra. No conocemos su identidad actual, asi que estamos buscando a alguien que pueda haberlo conocido y decirnos algo de el.

La hija tradujo solicita.

El anciano asintio con la cabeza.

– De modo que aun sigue matando -repuso.

– Si -dijo la fiscal tras oir la traduccion.

– No me sorprende. Er hat sein Handwerk gut gelernt [Habia aprendido bien su oficio].

– ?Quien lo entreno?

El anciano vacilo un instante y luego sonrio.

– Yo.

Se produjo una pausa de sorpresa, tras la cual la hija dio un respingo y hablo rapidamente en aleman con su padre:

– ?No deberias hablar de esto! ?No va a traer nada bueno! ?Tu te limitabas a cumplir ordenes! ?Hiciste lo mismo que hacian los demas, no eras distinto! ?Por que quieres ayudar a esta gente? ?No va a traer nada bueno!

Espy dirigio una mirada a Schultz, pero este estaba escuchando atentamente la respuesta del anciano.

– Solo porque cumpliera ordenes, ?crees que no significa nada?

La hija sacudio la cabeza con desesperacion.

El viejo se volvio hacia Espy:

– Mi hija se averguenza del pasado y eso la convierte en una persona atemorizada. La preocupa lo que puedan pensar los vecinos, sus companeros del banco y el resto del mundo. Pero yo no tengo tanto tiempo y no me preocupo en absoluto. ?Hicimos lo que hicimos! ?El mundo temblo y se alzo contra nosotros! De modo que fuimos derrotados, pero las ideas no han muerto. Con independencia de que fueran acertadas o no, siguen aun vivas. Ustedes los americanos deberian entenderlo mejor que nadie. ?Usted lo entiende, senorita Martinez?

– Naturalmente -replico ella tras oir la traduccion.

– ?Usted no entiende nada! -El anciano lanzo un bufido, el cual se transformo en un prolongado acceso de tos-. No puede entenderlo -anadio con un leve grunido y una sonrisa torcida-. ?Yo era policia! Yo no hacia las leyes, solo las hacia cumplir. Cuando las leyes cambiaban, yo hacia cumplir las leyes nuevas. Si las leyes cambiaban al dia siguiente, yo tambien cambiaba al dia siguiente.

Espy no respondio, aparte de pensar que el viejo ya se habia contradicho a si mismo.

El anciano volvio a toser y busco la mascarilla de oxigeno. Se oyo un siseo cuando abrio la botella y aspiro varias bocanadas largas.

Observo a Espy por encima de la mascarilla.

– Asi que la Sombra esta vivo y continua trayendo la muerte. Ya lo sabia. Lo sabia sin que usted me lo dijera. Llevo anos sabiendolo. Yo fui el ultimo del grupo que lo vio, pero en aquel momento supe que no iba a morir. ?Sera usted quien lo mate, senorita Martinez?

– No. Yo solo quiero detenerlo y llevarlo ante un tribunal…

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