detras de el una tenue luz amarillenta en algun lugar de la habitacion. Esa vez, Jimmy ni siquiera se esforzo en saludarle. Al haberse marchado ya la policia y los periodistas, y al estar la fiesta en pleno apogeo, era muy probable que nadie recordara que la habia motivado. Jimmy notaba que Dave estaba solo en su casa, a excepcion de su madre desequilibrada, rodeado de paredes marrones y mortecinas luces amarillentas mientras la fiesta vibraba abajo en la calle.
Una vez mas, el tambien estaba contento de no haber subido a aquel coche.
Mercancia danada. Eso era lo que el padre de Jimmy le habia dicho a su mujer la noche anterior:
– Aunque lo encuentren con vida, el nino sera mercancia danada. Nunca volvera a ser el mismo.
Dave alzo una mano. La mantuvo en alto junto al hombro, pero no la movio durante un buen rato, y mientras le devolvia el saludo, Jimmy sintio que le invadia una sensacion de tristeza, que se iba haciendo mas profunda y se extendia en pequenas ondas. No sabia si la tristeza tenia algo que ver con su padre, con su madre, con la senorita Powell, con aquel lugar o con el hecho de que Dave, de pie junto a la ventana, mantuviera la mano alzada de una forma tan estatica; pero cualquiera que fuera el motivo (alguna de esas razones o todas a la vez), estaba convencido de que nunca podria librarse de la sensacion. Jimmy, sentado en la acera, tenia once anos, pero ya no se sentia un nino. Se sentia viejo. Viejo como sus padres y como aquella calle.
«Mercancia danada», penso, y dejo caer la mano sobre su regazo. Observo que Dave lo saludaba con la cabeza antes de echar las cortinas y de adentrarse de nuevo en aquel piso demasiado tranquilo, de paredes marrones y relojes que hacian
Se levanto de la acera, sin saber durante un momento que iba a hacer a continuacion. Sintio aquella necesidad imperiosa y nerviosa de pegarle a alguien o de hacer algo nuevo e imprudente. Pero entonces las tripas empezaron a grunirle y se dio cuenta de que aun tenia hambre, por lo que se fue a buscar otro perrito caliente con la esperanza de que todavia quedaran algunos.
Durante unos cuantos dias, Dave Boyle se convirtio en una especie de celebridad, no solo en el vecindario, sino en todo el estado. Los titulares del
Los mismos ninos que habian aparecido junto a el en la portada del periodico empezaron a llamarle «el bicho raro» a la semana de haber vuelto a la escuela. Si Dave les miraba a la cara, notaba un rencor que no estaba muy seguro de que ellos comprendieran mejor que el. Su madre le decia que seguramente provenia de sus padres y «no les hagas caso, Dave, tarde o temprano se cansaran, se olvidaran de todo y el ano que viene volveran a ser amigos tuyos».
Dave asentia y se preguntaba si habria algo en el, quiza una cicatriz en la cara que el no viese, por lo que todo el mundo deseara hacerle dano. Como los tipos del coche. ?Por que le habian escogido a el? ?Como habian sabido que el subiria en el coche, mientras que Jimmy y Sean no lo harian? Recordandolo, era la impresion que tenia, Esos hombres (sabia sus nombres, o como minimo los nombres que habian usado para llamarse entre ellos, aunque nunca habia tenido el valor suficiente para pronunciarlos) habian tenido la certeza de que Sean y Jimmy no habrian subido al coche. Con toda probabilidad, Sean habria salido corriendo hacia su casa, gritando, y Jimmy… A Jimmy tendrian que haberle dejado sin conocimiento para meterlo en el coche, Incluso el Gran Lobo lo habia comentado cuando ya llevaban unas cuantas horas de coche: «?Te fijaste en el crio ese que llevaba la camiseta blanca? Por la forma en que me miro, sin ningun rastro de miedo ni nada, esta claro que algun dia se va a cargar a alguien y que ademas eso no le quitara el sueno».
Su companero, el Lobo Grasiento, le respondio con una sonrisa:
– Un poco de pelea no habria estado mal.
El Gran Lobo nego con la cabeza y anadio:
– Si hubieramos intentado meterle en el coche, te habria arrancado el dedo pulgar a mordiscos. Hicimos bien en dejar a ese cabroncete en paz.
El hecho de ponerles motes estupidos le servia de ayuda: el Gran Lobo y el Lobo Grasiento. Le ayudaba a verlos como criaturas, como lobos escondidos bajo la apariencia de humanos, y a verse el mismo como el personaje de una historia: el nino secuestrado por los lobos. El nino que consiguio escapar, atravesar los humedos bosques y llegar hasta una gasolinera. El nino que no habia perdido la calma ni la astucia, y que siempre buscaba una salida.
Sin embargo, en la escuela, era tan solo el nino que se habian llevado, y todo el mundo dejaba volar la imaginacion con respecto a lo que habria sucedido durante aquellos cuatro dias en que estuvo perdido. Una manana, en el lavabo, un alumno de septimo curso llamado Junior McCaffery se acerco con cautela al urinario que habia junto al de Dave y le pregunto:
?Te obligaron a chuparsela?
Y todos sus amigos de septimo empezaron a reirse y a hacer ruiditos, como si se besaran.
Dave se subio la cremallera con manos temblorosas, la cara sonrojada y se dio la vuelta para ponerse de cara a Junior McCaffery. Intento mirarle con malicia, pero Junior fruncio el entrecejo y le abofeteo. El sonido retumbo por todo el cuarto de bano. Un chico de septimo empezo a jadear como una chica.
– ?Tienes algo que decir, mariquita? ?Eh? -le pregunto-. ?Quieres que te vuelva a pegar, mariposon?
– ?Esta llorando! -exclamo alguien.
– ?Es verdad! -chillo Junior McCaffery, y Dave empezo a llorar con mas intensidad.
Sentia como el entumecimiento de su rostro se convertia en una punzada, pero no era el dolor lo que le preocupaba. El dolor nunca le habia inquietado en lo mas minimo y nunca le habia hecho llorar, ni siquiera cuando se cayo de la bicicleta y se torcio el tobillo al clavarse el pedal, yeso que le habian tenido que dar siete puntos. Era toda aquella serie de emociones que expresaban tumultuosamente los chicos del lavabo lo que le dolia. Odio, aversion, ira y desprecio. Todo eso dirigido contra el. No comprendia por que. No se habia metido con nadie en toda su vida; aun asi, le odiaban. Y ese odio le hacia sentir huerfano. Le hacia experimentar una sensacion de putrefaccion, culpa e insignificancia; lloraba porque no queria sentirse asi.
Todos se burlaron de sus lagrimas. Junior bailo a su alrededor por un momento, haciendo contorsiones y muecas con el rostro mientras imitaba los lloriqueos de Dave. Cuando, al fin, Dave consiguio controlar la situacion y reducir sus lagrimas a algunos ruidos nasales, Junior le abofeteo de nuevo, en el mismo lugar y con la misma fuerza.
– ?Mirame! -le ordeno, y Dave noto que le brotaba de los ojos un nuevo torrente de lagrimas-. ?Mirame!
Dave alzo los ojos y le miro con la esperanza de ver compasion, humanidad o incluso lastima (el hubiera sentido lastima) en su rostro, pero lo unico que atisbo fue una mirada feroz y sonriente.
– Si -dijo Junior-, seguro que se la chupaste.
Le propino otro bofeton a Dave y este dejo caer la cabeza y se agacho; Junior se fue con sus amigos, que no dejaban de reir al salir del lavabo.
Dave recordo algo que le dijo una vez el senor Peters, un amigo de su madre que a veces se quedaba a pasar la noche: «Hay dos cosas que un hombre no puede permitir que le hagan: que le escupan o que le hagan un desaire. Ambas cosas son peores que un punetazo; si alguien te hace alguna de esas dos cosas, matalo si puedes».
Dave se sento en el suelo del cuarto de bano y deseo sentir aquello en su interior: el deseo de matar a alguien. Se imagino que empezaria con Junior McCaffery, y que continuaria con el Gran Lobo y con el lobo Grasiento si se los volvia a encontrar alguna vez. Pero la verdad es que dudaba que fuera capaz de hacerlo. No sabia por que cierta gente era mala con los demas. No lo entendia de ninguna de las maneras.
Despues del incidente del cuarto de bano, se corrio la voz por toda la escuela de lo que habia pasado; por lo tanto, todos los alumnos a partir del tercer curso se enteraron de lo que Junior McCaffery le habia hecho a Dave y de la forma en que este habia reaccionado. Se llego a un acuerdo, y Dave se percato de que incluso los pocos companeros de clase que habian sido mas o menos amigos suyos al volver a la escuela, empezaron a tratarle como si fuera un leproso.
No es que todos ellos susurraran la palabra