como para convencerse de que, con el ir y venir normal de otro dia, nada podia ser diferente. Dejo que su mirada siguiera primero a una persona, luego a otra, mientras recorrian la acera y entraban en su campo de vision. No reconocia a nadie, y sin embargo todo el mundo le era familiar. Todos encajaban en tipos facilmente identificables. El hombre de negocios, el estudiante, la camarera. Parecia haber un mundo con sentido mas alla de su alcance. La gente se movia con decision y destino.
Ashley se sentia como una isla entre ellos. Ojala tuviera una companera de habitacion o una amiga intima. Alguien en quien confiar, que se sentara al otro lado de la cama con una taza de te, dispuesta a reirse o llorar o comentar sus problemas con franqueza. Conocia a muchas personas en Boston, pero a nadie a quien pudiera confiar una carga, y desde luego no la carga de Michael O'Connell. Tenia un centenar de conocidos, pero ningun amigo de verdad. Se volvio hacia su mesa, repleta de trabajos a medio terminar, textos de arte, un ordenador portatil y algunos cedes. Rebusco entre ellos un papel con unos numeros anotados.
Y entonces, tras tomar aire, Ashley marco el numero de telefono de Michael O'Connell.
Sono dos veces antes de que el respondiera.
– ?Si?
– Michael, soy Ashley… -Deseo haber anotado lo que iba a decir con frases resueltas e inequivocas. Pero, en cambio, dejo que las emociones la embargaran-. ?No quiero que vuelvas a llamarme!
El no dijo nada.
– Cuando llamaste esta madrugada, estaba dormida. Me diste un susto de muerte… -Espero una disculpa. Una excusa, tal vez, o una explicacion. No hubo nada de eso-. Por favor, Michael -anadio. Parecio que le estaba pidiendo un favor.
El siguio en silencio.
Ella continuo, tartamudeando.
– Mira, fue solo una noche. Eso fue todo. Nos divertimos y bebimos, y las cosas fueron mas lejos de lo que debian, aunque no lo lamento, no me refiero a eso. Lamento que malinterpretaras mis sentimientos. ?No podemos separarnos como amigos? ?Seguir cada uno su camino?
Podia oir su respiracion al otro lado de la linea.
– Bien -continuo, consciente de que todo lo que decia sonaba cada vez mas debil, mas patetico-. No me envies
Dejo que la pregunta flotara rodeada por el silencio de el. Trago saliva ante la falta de respuesta, como si fuera aquiescencia por su parte.
– Te agradezco que me escuches, Michael. Y te deseo lo mejor, de veras. Tal vez en el futuro podamos ser buenos amigos. Pero ahora mismo no, ?vale? Lamento decepcionarte, pero si realmente estas enamorado de mi, como dices, entonces comprenderas que necesito estar sola y no puedo comprometerme a nada. Nunca se sabe que nos deparara el futuro, pero ahora, en el presente, no puedo implicarme, ?vale? Me gustaria acabar esto como amigos, ?de acuerdo?
La respiracion al otro lado de la linea seguia. Regular, serena.
– Mira -dijo, la exasperacion y un poco de desesperacion asomando a sus palabras-. En realidad no nos conocemos. Fue solo una vez y los dos estabamos un poco borrachos, ?vale? ?Como puedes decir que me amas? ?Como puedes decir esas cosas tan tremendistas? ?Quien te ha dicho que somos perfectos el uno para el otro? Es una locura. ?Como que no puedes vivir sin mi? Eso es absurdo. Solo quiero que me dejes en paz, ?de acuerdo? Mira, encontraras otra mujer, una adecuada para ti, lo se. Pero no soy yo. Por favor, Michael, dejame en paz. ?Lo has entendido?
Michael O'Connell no dijo ni una palabra. Simplemente se rio. Su carcajada reverbero en la linea como un sonido incongruente y lejano, pues nada de lo que ella habia dicho era gracioso ni ironico. Se quedo helada.
Y entonces el colgo.
Ella siguio de pie, mirando el auricular que sostenia, preguntandose si aquella llamada habia sucedido en la realidad. Durante un momento ni siquiera estuvo segura de que el hubiera estado al otro lado de la linea, pero entonces recordo su unica palabra, y le resulto inconfundible, aunque el fuera casi un desconocido. Colgo con cuidado y miro alrededor con los ojos desorbitados, como si temiese que alguien le saltara encima. Oyo los sonidos apagados del trafico, pero eso no alivio la sensacion de soledad absoluta que se apoderaba de ella.
Se derrumbo en el borde de la cama, subitamente exhausta, las lagrimas aflorando a sus ojos. Se sentia increiblemente indefensa.
No comprendio la situacion, aparte de presentir que algo empezaba a cobrar velocidad peligrosamente… todavia no fuera de control, pero a punto. Se froto los ojos y se dijo que debia coger las riendas de sus emociones. Trato de levantar una barrera de dureza y determinacion sobre el residuo de indefension.
Sacudio la cabeza.
– Tendrias que haber planeado lo que ibas a decir -dijo en voz alta. Oir su propia voz en el estrecho espacio de su apartamento la sobresalto. Penso que habia intentado parecer resuelta (al menos eso buscaba) pero en cambio parecio debil, suplicante, llorosa, todas las cosas que creia no ser. Se obligo a levantarse de la cama-. Que se vaya al infierno -murmuro, y anadio-: Que punetero lio, joder.
Siguio con un torrente de obscenidades, escupiendo al aire todas las palabras duras y desagradables que pudo recordar, una furiosa cascada de frustracion. Luego trato de serenarse.
– No es mas que una rata de alcantarilla -dijo en voz alta-. He conocido a otras ratas antes.
Ashley sabia que en el fondo eso no era cierto. Sin embargo, se sintio mejor al oirse hablar con determinacion y ferocidad. Busco alrededor, encontro una toalla y se dirigio con decision al pequeno cuarto de bano. En cuestion de segundos, abrio el agua caliente de la ducha y se desnudo. Mientras se colocaba bajo el chorro de agua, penso que la conversacion con el maldito Michael O'Connell la habia hecho sentirse sucia, y se froto la piel hasta hacerla enrojecer, como si intentara eliminar un olor desagradable, o una mancha que se resistia a pesar de sus esfuerzos.
Cuando salio de la ducha, limpio parte del vaho acumulado en el espejo para mirarse a los ojos. «Traza un plan -se dijo-. Si la ignoras, al final la rata se marchara.» Hizo una mueca y flexiono los brazos. Se fijo en su cuerpo, como sopesando la curva de sus pechos, su estomago plano, sus piernas bronceadas. Era esbelta y atractiva, penso. Se consideraba fuerte.
Regreso al dormitorio y se vistio. Tuvo un impulso apremiante de ponerse algo nuevo, algo diferente, algo que no le resultara familiar. Metio el ordenador portatil en la mochila y comprobo si tenia dinero en la cartera. Su plan para el dia era mas o menos el de siempre: dirigirse al ala del museo donde estaba la biblioteca y estudiar un poco entre las estanterias de historia del arte, antes de ir a su trabajo. Tenia mas de un ejercicio que necesitaba pulir, y pensaba que sumirse en textos y reproducciones de grandes cuadros la ayudaria a desterrar de su mente a Michael O'Connell.
Cogio las llaves y abrio la puerta que daba al pasillo. Entonces se detuvo, presa de un subito y horrible escalofrio: enfrente de la puerta, apoyadas contra la pared, habia una docena de rosas.
Rosas muertas. Marchitas y decrepitas.
En ese momento un petalo rojo sangre, casi ennegrecido ya, se desprendio y cayo al suelo, como impulsado no por una rafaga de viento, sino por la mirada de Ashley. Quedo absorta en aquella agorera imagen.
Sentado a su escritorio en el pequeno despacho de la facultad, Scott jugueteaba con el lapiz que tenia en la mano derecha y reflexionaba sobre como indagar en la vida de su hija casi adulta sin que se notase. Si Ashley fuera todavia una adolescente, o una nina, podria haberle exigido que le contara lo que queria, aunque provocara lagrimas y la clasica dinamica negativa padre-hijo. Ashley estaba justo entre la juventud y la edad adulta, y el no sabia como actuar. A cada segundo de indecision, su preocupacion aumentaba.
Tenia que ser sutil pero eficaz.
A su alrededor habia estanterias repletas de libros de historia y una reproduccion enmarcada de la Declaracion de Independencia. Habia fotografias de Ashley que asomaban en el rincon de la mesa y en la pared frente al escritorio. La mas sorprendente la mostraba en un partido de baloncesto en el instituto, el rostro concentrado, la coleta dorado-rojiza ondeando mientras saltaba para arrebatar el balon a dos adversarias. Scott