– ?Que vas a hacer?

– ?Hacer? Ignorar a esa rata. Acabara aburriendose. Siempre lo hacen, tarde o temprano.

– Un plan muy sesudo, chica-libre. Veo que te has quemado un par de neuronas pensandolo.

Ashley solto una risita nada alegre.

– Ya se me ocurrira algo.

Susan hizo una mueca.

– Me recuerdas aquel curso de calculo que seguiste en primero. Eso mismo dijiste a mitad de trimestre, y tambien cuando suspendiste la prueba final.

– Nunca se me dieron bien las matematicas en el instituto. Mi madre me empujo a ese error. Supongo que aprendio la leccion: fue la ultima vez que me pregunto que asignaturas iba a seguir…

Ambas rieron con aire de complicidad. Hay pocas cosas tan tranquilizadoras en el mundo, penso Ashley, como ver a una vieja amiga, una amiga que estaba ahora en un mundo desconocido para ella, pero que todavia recordaba las viejas anecdotas, no importaba cuanto hubiesen cambiado ambas.

– Ah, ya basta de hablar de esa ruta. Conoci a otro tipo que parecia prometer. Espero que vuelva a llamarme.

Susan sonrio.

– Ah, cuando vivia contigo lo primero que aprendi fue que los chicos siempre vuelven a llamar.

No pregunto mas, ni siquiera por el nombre de aquel acosador en ciernes. En cierto modo, penso, ya habia oido suficiente. O casi. Flores muertas.

En la acera, delante del Yunque y Martillo, tras mucho comer y beber y un buen repaso a las anecdotas comunes, Ashley dio a su amiga un largo abrazo.

– Ha sido magnifico, Susie. Deberiamos vernos mas a menudo.

– Cuando termines con la graduacion, llamame. Tal vez un encuentro regular, una vez por semana, para que tu puedas hablarme de tus sensibilidades artisticas y yo quejarme de jefes estupidos y negocios aburridos.

– Me gustaria -dijo Ashley, y por un momento contemplo la noche de Nueva Inglaterra. El cielo estaba despejado y un dosel de estrellas pespunteaba la oscuridad.

– Una cosa -dijo Susan, mientras rebuscaba las llaves en su bolso-. Me preocupa un poco ese imbecil de las flores…

– ?Michael? Michael O'Rata… -bromeo Ashley, fingiendo despreocupacion-. Me deshare de el sin problema, Susie. Esa clase de tipos necesitan un no grande y tajante. Luego se quejan y lloriquean un par de dias, hasta que se ponen morados de cerveza con los amigotes y todos coinciden en que las mujeres son unas zorras irrecuperables y que no hay mas que hablar.

– Espero que tengas razon. De todas maneras, puedes llamarme en cualquier momento, de dia o de noche, si ese tipejo no desaparece.

– Gracias, Susie. Pero no te preocupes.

– Preocuparme ha sido siempre mi mejor cualidad, chica-libre.

Las dos rieron y volvieron a abrazarse. Luego, Ashley se encamino calle abajo, iluminada por los rotulos de neon de las tiendas y restaurantes. Susan la observo un momento, antes de volverse. Nunca estaba segura de que pensar sobre Ashley. Mezclaba ingenuidad con sofisticacion de un modo misterioso. No era extrano que los chicos se sintieran atraidos hacia ella, pero, en realidad, siempre se mostraba aislada y elusiva. Incluso la forma en que se movia, deslizandose entre las sombras, parecia casi evanescente. Susan inspiro hondo el frio aire nocturno y saboreo la escarcha en sus labios. Se sentia un poco incomoda por no haberle contado la verdad a su amiga, que aquel reencuentro no era fruto de la casualidad. Apreto los labios y lamento no haber sido completamente sincera. Tampoco habia averiguado mucho para el senor Freeman. «Solo Michael O'Rata», penso. Y flores muertas.

O no era nada o era algo aterrador, y Susan no supo que carta quedarse. Tampoco supo de cual de esos polos opuestos debia informar a Scott Freeman.

Contrariada, resoplo y echo a andar hacia el aparcamiento, a manzana y media de distancia. Llevaba las llaves en la mano, el dedo indice en el pequeno espray incluido en el llavero. Susan no era asustadiza, pero un poco de prevencion nunca estaba de mas. Deseo haberse puesto zapatos mas comodos. Sus pasos resonaban en la acera, mezclandose con los ruidos de la calle. Sin embargo, se sintio abrumada por una sensacion de soledad, como si fuera la ultima persona que quedaba en la calle, en el centro de la ciudad, quizas en la ciudad misma. Vacilo y miro en derredor. Las aceras estaban vacias. Se detuvo para mirar en un restaurante, pero la ventana tenia cortinas. Respiro hondo y se volvio.

Nadie. La calle estaba vacia.

Sacudio la cabeza. Se dijo que hablar y pensar acerca de aquel tipo raro la habian inquietado. Inhalo lentamente, dejando que sus pulmones se llenaran de aire frio. «Flores muertas.» Algo en esa lugubre expresion le resultaba disonante. Su vacilacion aumentaba a cada paso. Se detuvo otra vez, sobresaltada. Sintiendo el frio que calaba, se arrebujo en el abrigo y volvio a andar, esta vez con mas rapidez.

Miraba a uno y otro lado sin ver a nadie, pero de pronto tuvo la sensacion de que la seguian. Se dijo que eran imaginaciones suyas, pero eso no la tranquilizo, asi que apreto el paso.

Unos metros mas alla sintio la certeza intuitiva de que la estaban observando. Vacilo de nuevo y escruto las ventanas de los edificios de oficinas, buscando los ojos que la espiaban, pero no vio nada que justificara el ominoso nerviosismo que se estaba apoderando de ella.

«Se razonable», se ordeno. Y de nuevo echo a andar, ahora casi corriendo. Habia hecho algo mal, seguro, habia desatendido sus reglas personales de seguridad, se habia permitido distraerse, y ahora estaba en una situacion vulnerable. Solo que no podia reconocer ninguna amenaza inmediata, lo cual no hacia sino acrecentar su desasosiego.

De pronto trastabillo y resbalo. Se recupero, pero dejo caer el bolso. Recogio el pintalabios, un boligrafo, una agenda y su cartera, desperdigados por la acera. Lo metio todo en el bolso y se lo echo al hombro.

La entrada del aparcamiento ya estaba a pocos metros. Casi echo a correr hacia la puerta de cristal, resoplando con fuerza. Al otro lado de la gruesa pared de hormigon estaba la cabina donde el encargado cobraba el tique de salida. ?La oiria si ella lo llamaba? Lo dudaba. Y dudaba que, en caso de ocurrir algo, el hombre hiciera nada por ayudarla.

Se reprendio a si misma: «Dominate. Busca tu coche. Sigue adelante. Deja de comportarte como una nina.»

Contemplo la escalera llena de sombras. Nada fiable, desde luego.

Pulso el boton del ascensor y espero. Mantuvo los ojos en las lucecitas que indicaban el descenso del ascensor. Tercera planta. Segunda. Primera. Planta baja. Las puertas se abrieron con una sacudida.

Ella fue a entrar, pero se quedo clavada.

Un hombre con chaqueton y gorro de lana, hurtando la cara a su mirada, bajo y casi la derribo de un empellon con el hombro. Susan jadeo y se recompuso.

Alzo la mano, como para protegerse de una agresion, pero el hombre ya subia las escaleras y desaparecio tan rapidamente que ella apenas tuvo tiempo de observarlo. Llevaba vaqueros, el gorro de lana era negro y el chaqueton azul marino. Eso fue todo lo que retuvo. No alcanzo a fijarse en si era alto o bajo, fornido o delgado, joven o viejo, blanco o negro.

– Por Dios -murmuro-. Menudo susto.

Aguzo el oido, pero no oyo nada. Aquel bruto se habia marchado, y ella, incongruentemente, se sintio aun mas sola e indefensa.

– Por Dios -repitio, y sintio la adrenalina bombeando en sus sienes. El miedo parecio anularle la capacidad de raciocinio y el control sobre su cuerpo. Respiro hondo y trato de dominarse. Ordeno responder a cada uno de sus miembros. Piernas. Brazos. Manos. Inspiro despacio para sosegar las palpitaciones del corazon y guardo silencio.

Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse, y Susan extendio el brazo bruscamente para impedirlo. Entro en el ascensor y pulso el 3. Experimento un leve alivio cuando las puertas se cerraron.

El ascensor chirrio y paso la primera planta. Luego, tras la segunda, redujo velocidad y se detuvo. Las puertas se abrieron con un leve estremecimiento de la cabina.

Susan dio un respingo y quiso gritar, pero no logro articular sonido alguno.

Aquel hombre estaba ante la puerta. Los mismos vaqueros, el mismo chaqueton, pero ahora el gorro de lana

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