– Iba tan rapido porque estaba asustada…

Las alarmas de Scott se dispararon. Escucho con toda atencion mientras ella le contaba el encuentro con Ashley. No hizo ninguna pregunta, ni siquiera cuando oyo el nombre «Michael O'Rata». Las cosas se confundian en la memoria de Susan, y mas de una vez el percibio frustracion en su voz, cuando se esforzaba por ordenar los detalles. Supuso que era debido a la leve contusion sufrida. Su tono era de disculpa.

Susan no sabia si algo de lo sucedido estaba relacionado de algun modo con Ashley. Todo lo que sabia era que habia ido a verla y que desde entonces le ocurrian cosas espantosas. Tenia suerte de seguir con vida.

– ?Crees que ese tal Michael tuvo que ver con todo lo que te ha pasado? -pregunto Scott, sin querer creerlo asi, pero imbuido de malos presentimientos.

– No lo se. De verdad que no. Probablemente es solo coincidencia. Pero creo… -parecia a punto de llorar- creo que no volvere a llamar a Ashley. No hasta que me recupere. Lo siento.

Scott colgo y se puso a pensar que opciones tenia. Ninguna. Imagino lo peor.

«Estamos hechos el uno para el otro.»

Trago saliva con la boca reseca.

Ashley caminaba con rapidez, como si su avance por la acera pudiera equipararse a los pensamientos que bullian en su cabeza. Aun no habia llegado a pensar en serio que la estaban siguiendo, pero tenia una sensacion perturbadora. Llevaba una pequena bolsa de la compra y su mochila llena de libros de arte, asi que se sentia un poco incomoda cada vez que se detenia para escrutar la calle, tratando de discernir que la inquietaba tanto. Nada parecia fuera de lugar.

«La ciudad es asi», penso. En su casa del oeste de Massachusetts, las cosas eran menos abigarradas, y por eso, cuando algo no estaba en orden, se notaba mas. Pero Boston, con su constante flujo y energia, desafiaba su capacidad de captar si algo habia cambiado. Sintio una vaharada de calor, como si la temperatura hubiera aumentado, aunque en realidad ocurria lo contrario.

Escudrino la calle. Coches, autobuses, peatones. La misma vision de siempre. Aguzo el oido. El mismo rumor continuo y el habitual latido de la vida diaria. No habia motivo para la indefinida ansiedad que sentia.

Asi pues, reanudo la marcha con paso firme y se desvio por la calleja donde estaba su apartamento, a mitad de la manzana.

En Boston se distingue claramente entre los apartamentos para estudiantes y los apartamentos para la gente que trabaja. Ashley seguia en el mundo estudiantil. En la calle habia un descuido aceptable, un poco de suciedad de mas que a sus jovenes ojos parecia infundirle caracter, pero que quienes habian dejado atras esa etapa consideraban mera provisionalidad. Los arboles plantados en pequenos parterres circulares parecian un poco torcidos, como si no recibieran suficiente sol. Era una calle indecisa, como mucha de la gente que vivia alli.

Ashley subio hasta su casa, sostuvo la bolsa de la compra con la rodilla y abrio la puerta. Sintio un subito agotamiento al cerrar la puerta y echar la llave.

Miro alrededor, agradecida de no haber encontrado una nueva remesa de flores muertas.

Tardo menos de cinco minutos en guardar los cereales, el yogur, el agua mineral y la lechuga en el pequeno frigorifico. Abrio una lata de cerveza y bebio un largo sorbo. Luego se dirigio al salon, y sintio alivio al ver que no habia ningun mensaje en el contestador. Dio otro sorbo y se dijo que se estaba comportando como una tonta, porque habia varias personas de las que queria recibir noticias. Desde luego, esperaba que Susan volviera a llamarla para cenar. Y que Will la llamara para una segunda cita. De hecho, mientras hacia una lista mental, penso que no permitiria que aquel cabron de Michael la aislara. Habia sido muy clara con el el otro dia, tal vez aquello habria puesto punto final. Cuanto mas repasaba la conversacion, mas adquiria una eficacia probablemente exagerada.

Se quito los zapatos, se sento al escritorio, encendio el ordenador y tarareo mientras conectaba. Para su sorpresa, habia mas de cincuenta nuevos mensajes en el correo electronico. Vio que procedian de practicamente todos las direcciones que tenia en la agenda del ordenador. Abrio el primero, enviado por una colaboradora del museo, una chica llamada Anne Armstrong. Ashley se inclino hacia delante para leerlo. Pero el mensaje no era de Anne Armstrong.

Hola, Ashley. Te he echado de menos mas de lo que puedas imaginar. Pero pronto estaremos juntos para siempre y eso sera magnifico. Como ves, hay 55 e-mails despues de este. No los borres. Contienen un mensaje importante que te sera muy util.

Hoy te amo mas que ayer. Y manana te amare mas que hoy.

Tuyo para siempre,

Michael

Ashley quiso gritar, pero de su garganta no salio ningun sonido.

Al principio, el dueno del taller no parecio muy dispuesto a colaborar.

– Ya -dijo, frotandose las manos manchadas de grasa en un trapo igualmente sucio-. Quiere saber algo sobre Michael O'Connell. Bien, pero antes ha de decirme por que.

– Soy escritor -respondi-. O'Connell aparece en un libro en el que estoy trabajando.

– ?O'Connell? ?En un libro? -La pregunta fue seguida por una risita de escepticismo-. Debe de ser una chapuza de libro.

– Asi es. Mas o menos. Agradeceria su colaboracion…

– Aqui cobramos cincuenta pavos la hora por arreglarle el coche. ?Cuanto tiempo va a necesitar?

– Eso depende de cuanto pueda decirme.

Hizo una mueca.

– Bueno, eso depende de lo que quiera saber. Trabaje codo con codo con O'Connell todo el tiempo que estuvo empleado aqui. Eso fue hace un par de anos, y desde entonces no lo he visto. Menos mal. Pero, demonios, yo fui quien le dio el trabajo, asi que podria contarle algunas cosas. Pero, claro, tambien podria arreglarle la transmision del Chevy, si entiende lo que quiero decir.

Pense que de seguir asi no llegaria a ninguna parte. Asi pues, saque la cartera y deje cien dolares encima del mostrador.

– Solo la verdad -dije-. Y nada que no sea de primera mano.

El mecanico observo el dinero y fue a cogerlo, pero, como uno de esos personajes duros que aparecen en las peliculas de serie B, coloque la mia sobre el dinero. El mecanico sonrio, mostrando una dentadura bastante estropeada.

– Quiero su conformidad -le dije.

– Primero una pregunta -repuso-. ?Sabe donde esta ahora ese bastardo?

– No. Pero lo encontrare. ?Por que?

– No es el tipo de individuo que uno quisiera enfadar. No me gustaria que luego venga a echarme en cara haber hablado con usted. ?Entiende?

– Esta conversacion sera confidencial -dije.

– Esas palabras son muy bonitas. Pero ?como se, senor escritor, que hara lo que dice?

– Me temo que es un riesgo que tendra que correr.

El sacudio la cabeza, pero al mismo tiempo miro el dinero.

– Mal asunto -dijo-. No es aconsejable enemistarse con ese cabron. Y menos por cien pavos piojosos. -Espero un momento y yo agregue otros cincuenta dolares-. Que demonios -mascullo, y se encogio de hombros-. Michael O'Connell. Trabajo aqui durante cosa de un ano, y desde el primer dia me asegure de no perderlo nunca de vista. No queria que me robara a mis espaldas. Es el hijoputa mas listo que ha cambiado bujias aqui, eso seguro. Y muy seguro, tambien, a la hora de robar dinero. Duro y simpatico al mismo tiempo. Ni te dabas cuenta de cuando te la pegaba. Aqui suelo emplear a universitarios que necesitan un poco de dinero extra, o tipos que no aprueban los cursos de mecanica que exigen en los grandes talleres. Suelen ser demasiado jovenes o son demasiado tontos para robar. ?Entiende?

Asenti. Probablemente era mas o menos de mi edad, pero ya se le habian formado arrugas alrededor de los ojos y la comisura de la boca. Encendio un cigarrillo, ignorando su propio cartel de «Prohibido fumar» que ocupaba un lugar destacado en la pared del fondo. Tenia una curiosa forma de hablar mirando a los ojos pero volviendo ligeramente la cabeza, lo que le daba aspecto de conspirador.

– Asi que empezo a trabajar aqui…

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