– Si. Trabajo aqui, pero en realidad su trabajo no estaba aqui, si entiende a lo que me refiero.
– No, no lo entiendo.
El dueno del taller puso los ojos en blanco.
– O.C. cumplia un horario, pero arreglar coches viejos y hacer revisiones no era lo suyo. Su futuro no era exactamente esto.
– ?Que era?
– Bueno, por ejemplo, sustituir una bomba de gasolina perfectamente buena por otra reparada, para luego vender la buena y quedarse con la diferencia. O cobrarle veinte pavos de mas a alguien para que su viejo cacharro pasara la ITV. O cargarse algunas piezas a martillazos para luego decirle al propietario que el coche necesitaba un nuevo juego de frenos y una nueva alineacion.
– ?Quiere decir que era un timador?
El mecanico sonrio.
– Lo era. Pero no solo eso.
– Muy bien, ?que mas?
– Iba a clases de informatica por la noche, y era capaz de hacer cualquier cosa con un chisme de esos. El cabroncete era todo un experto. Fraude con tarjetas de credito, falsa identidad, facturas dobles, estafas telefonicas… Y en su tiempo libre revisaba paginas web, periodicos, revistas, lo que fuera, buscando nuevas formas de estafar. Llevaba unos archivadores con recortes, para mantenerse al dia. ?Sabe que solia decir?
– ?Que?
– No hay que matar a alguien para matarlo. Pero si quieres hacerlo de verdad, puedes. Y si realmente sabes lo que estas haciendo, nadie va a pillarte. Nunca.
Anote eso.
Cuando el dueno del taller me vio escribir en la libreta sonrio y retiro el dinero del mostrador.
– ?Sabe que era lo mas gracioso?
– ?Que?
– Se podria pensar que un tipo asi busca un golpe grande. Un modo de hacerse rico. Pero no era el caso de O'Connell.
– ?Que era, entonces?
– Queria ser perfecto. Era como si quisiera ser grande, pero tambien anonimo.
– ?Poca ambicion?
– No, no es eso. Sabia que iba a ser grande y la ambicion lo cegaba. Estaba enganchado a ella, como si fuera una especie de droga. ?Sabe lo que es tener cerca a un tipo que es como un adicto, pero no se mete cocaina por la nariz ni la heroina recorre sus venas? Estaba colocado todo el tiempo con sus proyectos. Siempre se estaba preparando para lo grande. Como si el exito lo estuviera esperando ahi fuera. Trabajar aqui era solo una forma de pasar el tiempo, de llenar los huecos por el camino. Pero no estaba interesado exactamente en el dinero ni en la fama. Era otra cosa.
– ?Acabaron mal?
– Si. No me daba buena espina. Algun dia iba a meterse en un lio gordo. Ya sabe eso de que el fin justifica los medios… Asi era O'Connell. Como le decia, el muy malnacido se emborrachaba con sus grandes proyectos.
– Pero usted sabe si…
– No se nada. Pero lo que vi me basto para asustarme.
Mire al mecanico. Estar asustado no parecia tener cabida en su caracter.
– No lo entiendo -dije-. ?El lo asustaba?
Dio una larga calada al cigarrillo y dejo que el humo se elevara alrededor de su cabeza.
– ?Ha conocido alguna vez a alguien que este haciendo siempre algo diferente de lo que aparenta estar haciendo? No se, tal vez suena absurdo, pero asi era O'Connell. Y cuando le llamabas la atencion por algo, te miraba como si estuviera anotando algo sobre ti para algun dia cobrarse revancha.
– ?Contra usted?
– Si. Es preferible no cruzarse en el camino de esa clase de hombres, ya me entiende.
– ?Era violento?
– Era lo que hiciera falta. Tal vez eso era lo que daba mas miedo. -Dio otra larga calada y luego anadio-: Mire, senor escritor, voy a contarle una historia. Hace unos diez anos, yo estaba trabajando a altas horas, las dos o las tres de la madrugada, y entran dos chicos y cuando me doy cuenta tengo una pistola de nueve milimetros delante de la cara. Y uno de ellos no para de gritarme «cabron» e «hijoputa» y «voy a pegarte un tiro en la cara, viejo», ese tipo de cosas. Pense que me habia llegado la hora mientras veia como el otro limpiaba la caja. No soy demasiado religioso, pero me puse a murmurar padrenuestros y avemarias, ya sabe, porque era el fin. Pero, mire usted, los dos chicos se largaron sin decir ni una palabra mas. Me dejaron tirado en el suelo detras del mostrador y necesitado de una muda de calzoncillos. ?Ve la situacion?
Asenti.
– Nada agradable.
– No, senor, nada agradable. -Sonrio y sacudio la cabeza.
– ?Pero que relacion tiene O'Connell con ese episodio?
El hombre meneo lentamente la cabeza y resoplo.
– Nada -dijo-. Absolutamente nada. Excepto esto: cada vez que le hablaba a O'Connell y el no me contestaba y se quedaba mirandome de aquella manera, me recordaba a cuando tuve delante de la cara el agujero negro de la pistola de aquel chico. La misma sensacion. Siempre que hablaba con el me preguntaba si eso me valdria una muerte violenta.
8 Un principio de panico
Ashley se inclino hacia la pantalla del ordenador, estudiando cada palabra que parpadeaba ante ella. Llevaba en esa postura mas de una hora y la espalda empezaba a dolerle. Los musculos de las pantorrillas le temblaban un poco, como si hubiera corrido mas de lo habitual un dia de ejercicio.
Los mensajes eran un batiburrillo de notas de amor, corazones y globos generados electronicamente, poemas malos escritos por O'Connell y poemas buenos birlados a Shakespeare, Andrew Marvell y Rod McKuen. Todo resultaba empalagosamente trillado e infantil, y sin embargo daba miedo.
Ella iba anotando diferentes combinaciones de palabras y frases extraidas de los distintos e-mails para deducir cual era el misterioso mensaje. No habia nada en cursiva o negrita que le facilitara la tarea. Despues de casi dos horas de concentracion, finalmente arrojo el boligrafo, frustrada. Se sentia estupida, como si le pasara por alto algo que hubiera resultado obvio para cualquier aficionado a los acrosticos y crucigramas. Odiaba los juegos.
– ?Que es, cabron? -le espeto a la pantalla-. ?Que intentas decirme? ?Maldito loco!
Volvio atras y empezo por el principio, pasando rapidamente todos los mensajes.
– ?Que? ?Que? -gritaba mientras desfilaban ante sus ojos.
Y de pronto lo comprendio.
El mensaje de Michael O'Connell no estaba contenido en los e-mails que habia enviado. El mensaje era que habia podido enviarlos.
Cada uno de ellos procedia de un nombre incluido en su lista de direcciones. Todos eran suyos. El hecho de que contuviesen poemas almibarados e infantiles declaraciones de amor eterno era irrelevante. Lo unico importante era que aquel chalado hubiese podido introducirse en su ordenador. Y luego, gracias a un astuto texto inicial, habia conseguido que ella leyera todos los mensajes. Ademas, era probable que al abrirlos hubiera dado entrada tambien a Michael O'Connell. Aquel tipo era como un virus, y ahora estaba tan cerca de ella que bien podia haber estado sentado a su lado.
Con un pequeno gemido, Ashley se reclino en la silla con brusquedad y casi perdio el equilibrio. Sintio una especie de mareo, como si la habitacion girara a su alrededor. Se agarro a los brazos de la silla con firmeza e inspiro hondo varias veces para sosegarse.
Se dio la vuelta despacio y contemplo el pequeno mundo de su apartamento. Michael O'Connell habia pasado