estilo de O'Connell: actuar oblicuamente, crear acontecimientos y situaciones, manipular el entorno. Necesitaba sacar de la circulacion a Murphy, quien procedia de un mundo que O'Connell conocia muy bien. Era bien consciente de la amenaza que suponia. Murphy no era muy distinto de O'Connell: ambos confiaban en la violencia para conseguir resultados. Tenia que quitar a Murphy del terreno de juego. Y es lo que sucedio, ?no?

Me miro, y bajo la voz casi hasta un susurro.

– ?Como actuamos los humanos? No es dificil saber que hacer cuando el enemigo te apunta con un arma. Pero a menudo somos nuestros mayores enemigos, porque no queremos creer lo que nos dicen nuestros ojos. Cuando se avecina la tormenta, ?no pensamos a veces que no habra truenos? Estamos seguros de que la riada no reventara la presa, ?verdad? Y por eso nos pilla.

Respiro hondo y se volvio para mirar por la ventana.

– Y cuando nos pilla, ?podemos salvarnos o nos ahogamos?

29 Una escopeta en el regazo

«Hola, Michael. Te echo de menos. Te quiero. Ven a salvarme.»

Podia oir la voz de Ashley hablandole, casi como si estuviera sentada a su lado en el coche. Repasaba una y otra vez las palabras en su mente, dandole inflexiones distintas, una vez suplicante y desesperada, otra vez sexy e insinuante. Las palabras eran como caricias.

O'Connell se imaginaba a si mismo en una mision. Como un soldado zigzagueando por un terreno sembrado de minas o un nadador al rescate en aguas turbulentas, se dirigia al norte, mas alla de Vermont, atraido inexorablemente hacia Ashley.

Se paso los dedos por las heridas que tenia en el dorso de la mano y el antebrazo. Habia conseguido detener la hemorragia causada por el mordisco en la pantorrilla con el kit de primeros auxilios que llevaba en la guantera. Habia tenido mucha suerte de que el perro no le hubiera destrozado el tendon de Aquiles, penso. Tenia los vaqueros desgarrados y probablemente manchados de sangre seca. Deberia cambiarselos por la manana. Pero, en resumen, habia salido victorioso.

Encendio la luz de cortesia del coche.

Miro el mapa y trato de calcular mentalmente. Estaba a menos de noventa minutos de Ashley. Podia equivocarse una o dos veces al intentar tomar el camino rural que conducia a la casa de Catherine Frazier, pero no mas.

Sonrio y de nuevo oyo a Ashley llamarlo. «Hola, Michael. Te echo de menos. Te quiero. Ven a salvarme.» El la conocia mejor de lo que ella se conocia a si misma.

Abrio un poco la ventanilla y dejo entrar el aire helado para despejarse. O'Connell creia que habia dos Ashleys. La primera era la que habia intentado librarse de el, la que se habia mostrado tan enfadada, asustada y evasiva. Esa era la Ashley que pertenecia a sus padres y a aquella tia rara, Hope. Fruncio el ceno al pensar en ellos. Habia algo verdaderamente repugnante y malsano en su relacion. Desde luego, Ashley estaria mucho mejor cuando el la rescatara de esos pervertidos.

La verdadera Ashley era la que estaba sentada a la mesa frente a el, bebiendo y riendo con sus chistes, pero hipnotizante mientras se insinuaba. La verdadera Ashley habia conectado con el, fisica y emocionalmente, de un modo increiblemente profundo. La verdadera Ashley lo habia invitado a entrar en su vida, y el deber de Michael era volver a encontrar a esa persona.

La liberaria.

O'Connell sabia que la Ashley que sus padres y su madrastra lesbiana veian era una sombra de la verdadera. La Ashley estudiante, artista, empleada del museo era pura ficcion, creada por un punado de inutiles liberales de clase media que no valian nada y solo querian que fuese como ellos, que creciera y tuviera la misma vida estupidamente insignificante que ellos. La verdadera Ashley estaba esperando que el llegara como un principe azul para mostrarle una vida distinta. Era la Ashley que ansiaba la aventura, una existencia intensa. La Bonnie de su Clyde, una Ashley que viviria con el fuera de las frustrantes reglas sociales. Desde luego, entendia que ella se mostrara reacia, temerosa de la libertad que el representaba. La excitacion que el encarnaba debia de ser aterradora, penso.

Debia tener paciencia. Era solo cuestion de ensenarsela.

Sonrio para si, confiado. Puede que no fuera facil, antes bien, bastante complicado. Pero ella acabaria por captarlo.

Con renovado entusiasmo, O'Connell se adentro en la interestatal. Piso a fondo y sintio el aceleron. En cuestion de segundos alcanzo el carril de la izquierda. Sabia que era invisible. Sabia que estaba a salvo. Sabia que no habria nadie para detenerlo. No esa noche.

«No falta mucho -penso-. Solo el ultimo esfuerzo.»

Hope dejo que la noche la abrazara, envolviendo su tristeza en sombras, mientras Sally conducia de vuelta a casa. El silencio de Hope parecia fantasmagorico, como una parte espectral de si misma.

Sally tuvo el buen sentido de limitarse a conducir y dejarla a solas con su dolor. Se sentia un poco culpable por no sentirse tan mal como deberia. Pero no dejaba de pensar. Por horrible que fuera la perdida de Anonimo, era mas importante como habia muerto y lo que significaba. Necesitaba emprender alguna accion, y trato de ordenar lo sucedido.

El coche se detuvo en el camino de acceso.

– Lo siento mucho, Hope -fueron las primeras palabras de Sally desde que salieran del hospital-. Se cuanto significaba para ti.

A Hope le parecio que era la primera frase amable que oia de su companera en meses. Inspiro hondo y sin decir nada se apeo. Recorrio el jardin, mientras la hojarasca revoloteaba a sus pies. Se detuvo ante la puerta y la contemplo un segundo antes de volverse hacia Sally.

– Por aqui no entro -dijo con un profundo suspiro-. Habria necesitado utilizar una ganzua y habrian quedado marcas.

Sally se acerco a ella.

– Por detras -dijo-. Por el sotano. O tal vez por una de las ventanas laterales.

Hope asintio.

– Mirare la parte de atras. Comprueba tu las ventanas, sobre todo las de la biblioteca.

Hope no tardo en encontrar la trampilla del sotano forzada. Se quedo inmovil un momento, mirando las astillas de madera diseminadas por los escalones de cemento del sotano.

– ?Sally, aqui abajo!

Solo habia una bombilla pelada en el techo, que proyectaba extranas sombras en los rincones del viejo sotano. Hope recordo que, cuando Ashley era una nina, siempre le daba miedo bajar sola a hacer la colada, como si temiera que los rincones y las telaranas ocultaran monstruos o fantasmas. Anonimo la acompanaba en esas ocasiones. Incluso en su adolescencia, cuando Ashley ya no creia en esas cosas, cogia sus vaqueros cenidos y la diminuta ropa interior que no queria que descubriera su madre, una galleta para perros, y dejaba la puerta del sotano abierta para Anonimo. Entonces el chucho bajaba ansiosamente la escalera, haciendo suficiente ruido para espantar a cualquier demonio persistente, y esperaba a Ashley, sentado y con la cola barriendo el polvoriento suelo.

Hope se volvio cuando Sally bajo por la escalera.

– Entro por aqui -dijo.

Sally miro las astillas y asintio.

– Luego entro en la cocina…

– Ahi es donde Anonimo debio de oirlo u olerlo -dijo Sally.

Hope tomo aliento.

– Le gustaba esperarnos en el vestibulo, asi que tuvo que reaccionar, y supo que no eramos nosotras ni Ashley que volvia a casa.

Hope escruto la cocina.

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