mono y botas gruesas.
Gelido en invierno y caluroso en verano, en aquel lugar los trabajadores eran recios y fuertes, tan esenciales como el pesado equipo que manejaban. Era un trabajo en que la dureza se valoraba por encima de todo.
Scott se sentia fuera de lugar. Sentado en su coche, viendo a los enjambres de escolares salir de clase, le parecio que procedia de otro pais. Vivia en un mundo donde su trabajo era empujar a los estudiantes hacia todas las trampas del exito que tanto se promocionan en Norteamerica: grandes coches, grandes cuentas bancarias, grandes casas. Aquellos adolescentes a los que veia dirigirse a los autobuses tenian suenos menos ambiciosos, y lo mas probable era que acabaran en una fabrica, trabajando largas horas y fichando en un reloj.
«Si yo viviera aqui, haria cualquier cosa por salir», penso.
Cuando los autobuses empezaron a marcharse, se apeo y se dirigio a la entrada del colegio. Un guardia de seguridad le indico la oficina principal. Habia varias secretarias tras un mostrador. Mas alla vio al director reganando a una estudiante de pelo de punta tenido de purpura, chaqueta de cuero negro y aros en orejas y cejas.
– ?Puedo ayudarle? -pregunto una joven.
– Eso espero. Me llamo Johnson. Trabajo para Raytheon, ya sabe, de la zona de Boston. Se trata de un joven que ha solicitado un puesto en nuestra empresa. Su curriculum dice que se graduo en este instituto hace diez anos. Vera, tenemos algunos contratos gubernamentales, asi que hemos de comprobar las cosas.
La secretaria se volvio hacia el ordenador.
– ?El nombre?
– Michael O'Connell.
Pulso algunas teclas.
– Graduado, curso de mil novecientos noventa y cinco.
– ?Algun dato mas que pueda ampliarnos su perfil?
– No puedo proporcionar notas ni otros archivos sin autorizacion.
– Entiendo -dijo Scott-. Bien, gracias.
Mientras la joven cerraba el archivo consultado, Scott advirtio que una mujer mayor, que acababa de salir del despacho del subdirector justo cuando el pronunciaba el nombre de O'Connell, lo miraba. Parecio vacilar, hasta que al final se acerco a el.
– Yo lo conozco -dijo-. ?Que trabajo piensan darle?
– Programacion informatica, bases de datos. Esa clase de cosas. No es un puesto de confianza, pero, como parte de la informacion esta conectada con contratos del Pentagono, tenemos que hacer comprobaciones rutinarias sobre los solicitantes.
Ella sacudio la cabeza, sorprendida.
– Me alegra oir que se ha enderezado. Raytheon. Es una gran corporacion.
– ?Acaso estaba… torcido? -pregunto Scott.
La mujer sonrio.
– Podria decirse asi.
– Bueno, ya sabe, todo el mundo ha tenido algun problema en el instituto. No damos mucha importancia a las cosas de adolescentes. Pero tenemos que estar atentos por si se trata de algo mas serio.
La mujer volvio a asentir.
– Si. Cosas sin importancia. -Vacilo-. No se que decir. Sobre todo si se ha enmendado. No quisiera arruinar sus posibilidades.
– Seria una ayuda, la verdad.
La mujer se decidio.
– Era mala persona cuando estuvo aqui.
– ?Y eso?
– Era mucho mas listo que la mayoria, pero problematico. Siempre pense que era un chico muy raro. Ya sabe, reservado pero como planeando algo. Habia algo inquietante en el. Si se le metia en la cabeza que eras un problema o te interponias en su camino, o si el queria algo contra viento y marea… Si se interesaba en una asignatura, entonces sacaba sobresaliente. Si no le caia bien un profesor, entonces pasaban cosas extranas. Cosas malas. Como el coche del profesor lleno de abolladuras. O su archivo de notas que se perdia. O un falso informe policial sugiriendo algun tipo de conducta ilegal por parte del profesor. Siempre parecia relacionado de algun modo, pero nunca estaba lo bastante cerca para que nadie pudiera demostrar nada. Me senti liberada cuando dejo este instituto.
Scott asintio.
– ?Por que…? -empezo a preguntar, pero la mujer anadio:
– Si usted hubiera crecido en esa familia, tambien le pasaria algo raro.
– ?Donde…?
– No deberia -dijo ella, y cogio un papel y anoto una direccion-. No se si siguen viviendo alli.
Scott cogio el papel.
– ?Como es que lo recuerda tanto? -pregunto-. Han pasado diez anos.
Ella sonrio.
– Llevo todo este tiempo esperando que alguien viniera a hacer preguntas sobre Michael O'Connell. Nunca pense que fuera para ofrecerle un trabajo. Calculaba que seria la policia.
– Parece muy segura.
La mujer sonrio.
– Fui profesora suya. Lengua Inglesa en undecimo curso. Y dejo su huella. A lo largo de los anos, ha habido una docena que nunca se olvidan. La mitad por buenos motivos, la otra mitad por malos. ?Trabajara en una oficina con mujeres jovenes?
– Si. ?Por que?
– Siempre lograba que las chicas se sintieran incomodas, y al mismo tiempo atraidas por el. Nunca comprendi la razon. ?Por que sentirte atraida por alguien que sabes que te causara problemas?
– No lo se. ?Tal vez deberia hablar con alguna de ellas?
– Claro. Pero, despues de todo este tiempo, ?quien sabe donde encontrarlas? De todas maneras, dudo que pueda dar con mucha gente dispuesta a hablar sobre Michael O'Connell. Como dije, dejo su huella.
– ?Su familia?
– Esa es su direccion. No se si su padre todavia vive alli. Puede comprobarlo.
– ?Madre?
– Desaparecio hace anos. Nunca me entere de la historia completa, pero…
– Pero ?que?
La mujer se enderezo bruscamente.
– Tengo entendido que murio cuando el era pequeno, de diez o trece anos. Creo que ya he dicho demasiado. No necesita mi nombre, ?verdad?
Scott nego con la cabeza. Habia oido lo que necesitaba.
– ?Earl Grey, querida? ?Con un poco de leche?
– Eso estaria bien -respondio Hope-. Gracias, senora Abramowicz.
– Por favor, querida, llamame Hilda.
– Bien, Hilda, es usted muy amable.
– Vuelvo en un minuto -dijo la anciana al oir silbar la tetera.
Hope miro alrededor. Habia un crucifijo en la pared, junto a un colorido cuadro de la Ultima Cena rodeado de viejas fotos en blanco y negro: hombres con cuello duro y mujeres con encajes, un paisaje de calles empedradas y una iglesia con una torre puntiaguda. Hope penso: viejos parientes en un pais europeo no visitado desde hacia decadas. Era como empapelar las paredes con fantasmas. Siguio investigando la historia de la anciana: pintura descascarillada cerca del alfeizar, diversos envases de medicinas, montones de revistas y periodicos, un televisor de al menos quince anos de antiguedad delante de un raido sillon tapizado de rojo. Todo hablaba de soledad.
Habia un unico dormitorio. Junto al sillon vio una cesta con agujas de punto. El apartamento olia a rancio y a gatos. Habia ocho o mas encarados al sillon, el alfeizar y junto al radiador. Mas de uno acudio a frotarse contra Hope. Supuso que habia mas en el dormitorio.
Inspiro hondo y se pregunto como la gente podia acabar tan sola.