aspecto pauperrimo y necesitaban reparacion. La pintura se desconchaba y los canalillos se habian soltado de los tejados, habia juguetes rotos, coches abandonados y vehiculos para la nieve desmantelados ensuciando mas de un patio. Las puertas mosquiteras se agitaban con el viento. Mas de una ventana estaba remendada con laminas de plastico grueso. Parecia un lugar dejado de la mano de Dios. Un sitio para whisky barato y latas de cerveza, billetes de loteria y suenos moteros, tatuajes y borracheras de sabado por la noche.
Los adolescentes se preocupaban probablemente por los embarazos y el hockey a partes iguales, y las personas mayores se consumirian preguntandose si sus pequenas pensiones los salvarian de la beneficencia. Era uno de los lugares menos acogedores que habia visto Scott.
Como en el instituto la tarde anterior, se sabia completamente fuera de lugar.
Permanecio en el coche, viendo la corriente matutina de ninos hacia los autobuses escolares y hombres y mujeres al trabajo con la fiambrera bajo el brazo. Cuando las cosas se calmaron, se apeo. Tenia un fajo de billetes de veinte dolares en el bolsillo y calculo que iba a gastar unos pocos esa manana.
Volviendo la espalda a la casa de O'Connell, Scott se dirigio a la de enfrente.
Llamo con los nudillos e ignoro los freneticos ladridos de un perro. Tras unos segundos, una voz de mujer le ordeno al perro que se callase, y la puerta se abrio.
– ?Si? -Tenia mas de treinta anos y un cigarrillo le colgaba de los labios; vestia una bata rosa con el logotipo de unos grandes almacenes. En una mano sujetaba una taza de cafe y con la otra retenia al perro por el collar-. Lo siento -dijo-. Es muy bueno, pero se asusta de la gente y les salta encima. Mi marido me dice que tengo que adiestrarlo mejor, pero… -Se encogio de hombros.
– No importa -dijo Scott, hablando a traves de la mosquitera exterior.
– ?En que puedo ayudarle?
– Pertenezco al departamento de libertad condicional de Massachusetts. Estamos haciendo una comprobacion previa a la sentencia sobre alguien acusado por primera vez. Un tal Michael O'Connell. Solia vivir aqui. ?Lo conocio usted?
La mujer asintio.
– Un poco. No lo he visto desde hace un par de anos. ?Que ha hecho?
Scott lo penso un segundo antes de contestar.
– Es una acusacion por robo.
– Ha robado algo, ?eh?
«Exacto», penso Scott, y dijo:
– Eso parece.
La mujer hizo una mueca.
– Y lo han pillado por tonto, ?eh? Siempre pense que haria algo mas inteligente.
– Un tipo listo, ?eh?
– Se hacia el listo. No estoy segura de que lo sea.
El sonrio.
– En realidad lo que nos interesa es su historial. Todavia tengo que entrevistar a su padre, pero, ya sabe, a veces los vecinos…
La mujer asintio vigorosamente.
– No se gran cosa. Solo llevamos aqui un par de anos. Pero el viejo… bueno, lleva aqui desde la Edad de Piedra. Y no es demasiado popular.
– ?Como es eso?
– Vive de una pension. Trabajaba en el astillero de Portsmouth. Tuvo un accidente hara unos diez anos. Dice que se lastimo la espalda. Recibe tres cheques todos los meses: de la compania, del estado y de los federales tambien. Pero, para ser un tipo incapacitado, parece en buena forma. Hace chapuzas arreglando tejados. Mi marido dice que cobra en negro. Siempre supuse que algun tipo de Hacienda acabaria por aparecer haciendo preguntas.
– ?Solo por eso tiene mala fama?
– Es un borracho cabron. Y cuando se emborracha, arma jaleo. Grita a viva voz en mitad de la noche, aunque no tiene a nadie a quien gritarle. A veces sale y dispara una escopeta que guarda en esa leonera que llama casa. Hay chiquillos cerca, pero no le importa. Una vez le pego un tiro al perro de unos vecinos. No al mio, por suerte. Disparo sin ningun motivo, solo porque podia. Es un mal bicho.
– ?Y el hijo?
– A ese apenas lo conoci. Pero ya sabe, de tal palo tal astilla.
– ?Que hay de la madre?
– Murio hara unos ocho o diez anos. Yo no la conoci. Fue un accidente, o eso dicen. Algunos piensan que se quito la vida. Otros le echan la culpa al viejo. La policia lo investigo a fondo, pero luego la cosa se enfrio. Tal vez haya algo en los periodicos de entonces, no lo se. Sucedio antes de que yo llegara aqui.
El perro ladro una vez mas, y Scott retrocedio.
– Gracias por su ayuda -dijo-. Y, por favor, que esto sea confidencial. Si la gente empieza a hablar, puede estropear nuestra investigacion…
– Ah, claro -dijo la mujer. Empujo al perro con el pie, y le dio una calada al cigarrillo-. Oiga, ?no pueden ustedes meter al viejo entre rejas junto con el hijo? Seguro que la vida seria mas tranquila por aqui.
Scott paso el resto de la manana en el barrio, fingiendo ser distintos investigadores. Solo una vez le pidieron que se identificara, pero se libro de esa entrevista rapidamente. No descubrio gran cosa. Parecia que la familia O'Connell era anterior a la mayoria de los actuales habitantes, y la mala impresion que habia causado limitaba su contacto con los vecinos. Su falta de popularidad ayudo a Scott en un sentido: la gente estaba dispuesta a hablar. Pero sus palabras simplemente reforzaban lo que Scott ya habia oido, o suponia.
El viejo O'Connell no salio de su casa en ningun momento. Al lado habia una pequena furgoneta Dodge negra y Scott supuso que era el vehiculo del viejo. Sabia que tendria que llamar a esa puerta, pero todavia no estaba seguro de por quien hacerse pasar. Decidio ir a la biblioteca local para indagar sobre la muerte de la senora O'Connell.
La biblioteca, en contraste con los cascados edificios y el camping de caravanas, era un edificio de dos plantas de ladrillo y cristal, adjunto a una comisaria de policia nueva y un complejo de oficinas.
Scott se acerco al mostrador y una mujer delgada y pequena, tal vez diez anos mayor que Ashley, dejo de colocar tarjetas en los libros y le pregunto:
– ?Puedo ayudarlo?
– Si -dijo el-. ?Tienen ustedes archivados los anuarios del instituto? ?Y podria ver los microfilms de la prensa local?
– Claro. La sala de microfilms esta ahi mismo -dijo la mujer, senalando una habitacion lateral-. ?Necesita ayuda con la maquina?
Scott nego con la cabeza.
– Podre arreglarmelas. ?Y los anuarios?
– En la seccion de consulta. ?Que ano busca?
– Lincoln High, curso de mil novecientos noventa y cinco.
La joven hizo un gesto de sorpresa y luego sonrio con tristeza.
– Mi clase. Tal vez pueda ayudarlo.
– ?Conocio usted a Michael O'Connell?
Ella se quedo inmovil.
– ?Que ha hecho? -susurro por fin.
Sally revisaba textos legales y articulos de revistas buscando algo, pero no estaba segura de que exactamente. Cuanto mas leia, calibraba y analizaba, peor se sentia. Una cosa era indagar en el aspecto intelectual del delito, se dijo, donde las acciones se veian en el mundo abstracto de los tribunales, con alegatos y pruebas, investigaciones e interrogatorios, confesiones y forenses. El sistema de justicia penal estaba disenado para sangrar a la humanidad de sus acciones. Neutralizaba la realidad de un delito, convirtiendolo en algo teatral. Y en ese proceso ella se sentia comoda y familiarizada. Pero ahora estaba dando un paso en una direccion muy distinta.
Elegir un delito.
Luego pergenar como hacerselo cometer a O'Connell.