– ?Adonde vamos?
– A un sitio a tres cuartos de hora en direccion norte. Quizas a doscientos metros de la linea que separa la comunidad de Massachusetts del gran estado de Vermont.
– ?Y que encontraremos alli?
Catherine sonrio.
– A un hombre, ya te lo he dicho. La clase de hombre que dudo hayamos conocido antes. -Su sonrisa se desvanecio-. Y tal vez algo de seguridad.
No dijo mas, ni Ashley pregunto, aunque la joven dudaba que la «seguridad» fuera tan facil de encontrar.
Scott salio de la biblioteca.
Habia oido una historia inquietante, una historia de la America profunda que mezclaba rumores, insinuaciones, celos y exageraciones junto con verdades, hechos y
«Lo que necesita usted saber -le habia dicho la bibliotecaria- es lo turbia que fue la muerte de la madre de Michael O'Connell.»
«Turbia», para Scott, apenas describia la situacion.
Hay algunas relaciones volatiles por naturaleza que nunca deberian formarse, pero, por algun motivo infernal, echan raices y crean un ballet mortal. Tal era el hogar donde habia nacido O'Connell: un padre alcoholico y abuson que mantenia una casa sujeta con clavos de furia; y una madre que habia sido la mejor estudiante del instituto pero habia arrojado por la borda su prometedor futuro por el hombre que la sedujo en su primer ano en el colegio universitario local. Su buen porte a lo Elvis, su pelo negro, el cuerpo musculoso y un buen trabajo en los astilleros, un coche veloz y una risa facil habian ocultado su lado mas duro.
Las visitas de la policia a casa de los O'Connell habian sido frecuentes los sabados por la noche. Un brazo roto, un diente saltado, moratones, asistentes sociales y viajes a urgencias fueron sus regalos de boda. A cambio, el recibio una nariz rota que estropeaba su guapo rostro cuando se enfadaba, y mas de una vez tuvo que ver como su mujer lo atacaba con un cuchillo de cocina. Era una conocida pauta de abusos, violencia y perdon que habria continuado eternamente, excepto por dos cosas: el padre se lesiono y la madre enfermo.
O'Connell padre cayo desde diez metros de altura sobre una viga de acero. Deberia haber muerto, pero en cambio paso seis meses en el hospital, recuperandose de un par de vertebras rotas, y consiguio ganar una adiccion a los analgesicos, un sustancial seguro y una paga permanente, la mayoria de la cual se gasto pagando rondas en el local de los veteranos de guerra y siendo victima de un par de embaucadores que le hicieron creer que podria ganar dinero facil. Mientras tanto, la madre de O'Connell descubrio que tenia cancer de utero. Una operacion y su propia dependencia de los analgesicos la condujeron a una
O'Connell tenia trece anos la noche en que murio su madre, un dia despues de su cumpleanos.
Lo que Scott habia descubierto gracias a la bibliotecaria y los archivos de los periodicos locales era a la vez preocupante y confuso. Ambos padres habian estado bebiendo y peleando; duro un buen rato, segun algunos vecinos, pero eso era corriente y no alcanzo el nivel de violencia capaz de hacerles llamar al 911. Pero justo despues de que oscureciera, hubo un subito estallido de gritos seguidos de dos disparos.
Los disparos eran la parte dudosa de la historia. Algunos vecinos recordaban un silencio significativo entre uno y otro: treinta segundos, quizas un minuto o incluso mas.
El propio padre de O'Connell llamo a la policia.
Llegaron y encontraron a la madre muerta en el suelo, con un disparo a bocajarro en el pecho, una segunda bala en el techo, el chico adolescente acurrucado en un rincon y el padre, con la cara surcada de aranazos, empunando una pistola del calibre 38. La historia que conto este fue la siguiente: habian bebido y luego peleado, como de costumbre, solo que esta vez ella saco el revolver que el guardaba bajo llave en un cajon de la comoda. No sabia como se habia hecho con la llave. Amenazo con matarlo. Dijo que ya la habia maltratado demasiado y que ahora pagaria por ello. El se habia abalanzado contra ella como un toro furioso, gritandole, retandola a disparar. Forcejearon y el primer disparo fue a parar al techo. El segundo, al pecho de ella.
Alcohol, pelea, un arma, un accidente.
Eso le habia contado la bibliotecaria a Scott, sacudiendo la cabeza mientras lo hacia.
Naturalmente, el comprendio que la policia debio de preguntarse si quien empuno el arma habia sido el padre de O'Connell y la madre quien lucho por su vida. Mas de un detective analizo las fotos de la escena del crimen y considero probable que ella hubiera rechazado sus avances de borracho y agarrado el canon de la pistola para impedir que le disparara. El disparo del techo vino despues, convenientemente orquestado para que la version de O'Connell padre sonara convincente.
Y en esa confusion, con dos historias igualmente posibles, una de defensa propia, la otra de un cruel asesinato de borracho, la respuesta solo podia proporcionarla el adolescente.
Podia decir una verdad, y enviar a su padre a la carcel y a si mismo a un orfanato. O podia decir otra, y la vida que conocia continuaria mas o menos igual, pese a la ausencia de la madre.
Scott penso que ese era el unico momento en que sentiria compasion por O'Connell. Y fue una compasion retroactiva, porque se remontaba casi quince anos en el tiempo. Se pregunto que habria hecho el en una situacion asi. Desde luego, el diablo conocido es mejor que el diablo por conocer. Asi que el joven O'Connell habia corroborado la historia de su padre.
?Tenia pesadillas con su madre muerta?, se pregunto Scott. ?La veia luchando por su vida? ?Cuando despertaba cada manana y veia la manera en que su padre lo miraba con recelo, se decia alguna mentira terrible?
Cruzo la ciudad y aparco delante del
Scott no sabia mucho de psicologia, aunque como historiador comprendia que a veces los grandes acontecimientos se basan en las emociones. Pero cualquier Freud de pacotilla hubiese visto que el pasado de O'Connell lo abocaba a un futuro tragico. Y estaba claro que lo unico que habia en la vida de O'Connell era Ashley.
«?Matara a Ashley con la misma facilidad que su padre mato a su madre?», se pregunto con un estremecimiento.
Alzo la cabeza y se concentro en la casa donde habia crecido O'Connell. Mientras miraba, no advirtio la sombra que surgio de un arbol cercano, de modo que, cuando unos nudillos llamaron de pronto a la ventanilla, se giro dando un brusco respingo.
– ?Salga del coche!
Scott, confundido, vio la cara de un hombre con la nariz pegada al cristal. En una mano empunaba un bate de beisbol.
– ?Salga! -repitio.
El primer instinto de Scott, dominado por el panico, fue encender el coche y pisar el acelerador, pero no lo hizo. El hombre echo atras el bate como disponiendose a hacer anicos la ventanilla. Scott tomo aliento, solto el cinturon de seguridad y abrio la puerta.
El hombre lo miro cenudo, todavia blandiendo el bate.
– ?Es usted quien esta haciendo todas esas preguntas? -le espeto-. ?Quien demonios es? ?Y por que no me dice que carajo quiere antes de que le parta la cabeza?
Sally comprendio que lo que habia estado a punto de hacer era potencialmente incriminador. Busco en un cajon de su escritorio y saco una vieja libreta pautada. Abrir un archivo informatico con los detalles de un delito aun sin cometer seria un error. Se recordo que tenia que reconstruir hacia atras, mas o menos como hace un detective. Un papel puede destruirse.
Se mordio el labio y cogio un boligrafo.
En el primer renglon escribio: «Movil.» Luego, mas abajo: «Medios.» Y finalmente: «Oportunidad.»
Observo las palabras. Formaban la Santisima Trinidad del trabajo policial. «Rellena esos espacios en blanco -penso-, y nueve veces de cada diez sabras a quien arrestar y acusar. E igualmente quien puede ser condenado en un tribunal.» Como abogada defensora, su trabajo era sencillo: atacar e inutilizar uno de esos elementos. Al igual que un taburete de tres patas, si se cortaba una, todo se derrumbaba. Ahora estaba planeando un delito y