– ?Como fue?
– Notas excelentes, una solida vena artistica, trabajadora infatigable, un puesto excelente en el museo… y de pronto todo se vino abajo. Siempre sospeche que tuvo algun problema con un chico. Suele pasar cuando las jovenes prometedoras tienen un desengano. En la mayoria de los casos, esos problemas se resuelven con Kleenex y cafe solo. En su caso, sin embargo, hubo comentarios, rumores mas bien, sobre como la habian despedido y sobre la honradez de su trabajo academico. Pero no me gusta hablar de estas cosas sin una autorizacion expresa. No tendra por casualidad un documento que lo permita, ?verdad?
– No -respondi.
La decana se encogio de hombros, con una sonrisa triste en los labios.
– Estoy limitada, pues -se excuso.
– Entiendo. -Me levante para marcharme-. De todos modos, gracias por su tiempo.
– Digame, ?sabe usted que ha sido de ella? Parece que se la ha tragado la tierra.
Vacile, sin saber como responder, y eso hizo que la decana arrugara el entrecejo, preocupada.
– ?Le ha ocurrido algo? -pregunto.
– Si -dije-. Supongo que podriamos decir que le ocurrio algo.
37 Una conversacion reveladora
Scott salio lentamente del coche, sin dejar de mirar al hombre que conocia como el padre de O'Connell. Empunaba el bate de forma amenazadora. Scott se aparto de su alcance y tomo aire, sin saber por que se sentia tan tranquilo.
– Tal vez no quiera amenazarme con eso, senor O'Connell.
El hombre gruno.
– Ha estado usted recorriendo el barrio haciendo preguntas sobre mi. Asi que lo soltare cuando me diga quien es.
Scott lo miro fijamente y entorno los ojos, con cara de poquer, hasta que el hombre dijo:
– Estoy esperando una respuesta.
– Se quien es usted -dijo Scott-. Y me estoy preguntando que clase de respuesta preferiria recibir.
Esto confundio a O'Connell, que dio un paso atras, luego hacia delante, alzando el bate mientras repetia:
– ?Quien es usted?
Scott siguio mirandolo, calibrandolo de arriba abajo, como si no tuviera nada que temer del bate que apuntaba a su cabeza. La constitucion del hombre era a la vez blanda y dura: barriga cervecera sobresaliendo de unos vaqueros manchados, gruesos brazos con diversos tatuajes entrelazados. Solo llevaba una camiseta negra con el logo de Harley Davidson, aparentemente inmune al frio de noviembre. Su pelo oscuro estaba veteado de gris, y lo llevaba muy corto. En el antebrazo lucia un tatuaje con el nombre «Lucy», y tal vez era lo unico que quedaba de su matrimonio, aparte de su hijo y la modesta casa. Scott penso que habia estado bebiendo, pero sus palabras no eran pastosas, ni su paso inestable. Probablemente habia bebido solo lo suficiente para perder las inhibiciones y nublar su pensamiento, lo cual quiza fuese buena cosa. Scott se cruzo de brazos y sacudio la cabeza, para recalcar que estaba al mando de la situacion.
– Podria ser mas problematico de lo que cree. Y me refiero a problemas gordos, senor O'Connell. Pero tambien podria significar una oportunidad para ganar dinero para usted. ?Que va a ser?
El bate se retiro un poco.
– Siga.
Scott nego con la cabeza. Estaba improvisando sobre la marcha.
– No negocio en la calle, senor O'Connell. Y el hombre al que represento no querra que vaya por ahi mencionando sus asuntos en un sitio donde cualquiera podria enterarse.
– ?De que demonios esta hablando?
– Entremos en su casa y tengamos una conversacion privada. De lo contrario, volvere a mi coche y me ire para siempre. Pero puede que le visite otra persona. Y le aseguro que esa persona, incluso ese par de personas, senor O'Connell, no seran tan razonables como yo. Sus argumentos seran distintos de los mios.
Scott penso que O'Connell probablemente habia pasado gran parte de su vida haciendo amenazas o recibiendolas, y sin duda entendia aquel lenguaje salpicado de eufemismos.
– ?Como se llama usted? -pregunto O'Connell.
– No lo he dicho. Y no es probable que lo diga.
O'Connell vacilo, alejando mas el bate.
– ?De que va todo esto? -pregunto con cierto interes.
– Una deuda. De momento es todo lo que voy a decir. Ganar algun dinero o no es decision suya.
– ?Por que iba usted a pagarme nada?
– Porque siempre es mas facil pagar a alguien que la alternativa. -Scott dejo que O'Connell se imaginara «la alternativa».
El hombre bajo el bate a un lado.
– Muy bien -dijo-. No voy a tragarme nada de esta mierda. Pero puede pasar. Digame de que va y haga su oferta, sea cual sea.
Y con el bate senalo la casa al otro lado de la calle.
En los bosques mas alla del camino que corre paralelo al rio Westfield, bajo un sitio llamado el barranco de Chesterfield, hay un lugar donde cada ribera del rio queda protegida por paredes de roca de veinte metros de altura, talladas por algun seismo prehistorico, que es frecuentado en los meses frios por los cazadores y en epocas calidas por los pescadores. En los dias mas calurosos del verano, Ashley y sus amigas subian hasta el rio y se banaban desnudas en las frescas aguas.
– Deberias usar las dos manos -dijo Catherine severamente-. Agarra el arma con la derecha, sujetalas ambas con la izquierda, apunta y aprieta el gatillo…
Ashley separo un poco los pies, coloco la mano izquierda bajo la derecha y tenso los musculos, palpando el gatillo con el dedo indice.
– Vamos alla -murmuro.
Apreto el gatillo y el arma le brinco en la mano. El disparo resono en el bosque, y la corteza del roble al que apuntaba se astillo.
– Uau -dijo-. Me cosquillea hasta el antebrazo.
Catherine asintio.
– Lo que debes hacer, querida, es apretar el gatillo seis veces, mientras sujetas el revolver con fuerza, para que los seis tiros vayan juntos. ?Puedes hacerlo?
– El arma parece querer saltar. Como si estuviera viva.
– Supongo que podriamos decir que tiene una personalidad propia.
Ashley asintio.
– Y no especialmente agradable -anadio Catherine.
– Dejame intentarlo otra vez.
De nuevo Ashley adopto la postura y esta vez tenso la presa de la mano izquierda para reafirmarse.
– Vamos alla…
Disparo las cinco balas restantes. Tres acertaron al roble, distanciadas dos o tres palmos. Las otras dos se perdieron en el bosque. Pudo oirlas silbar hacia el olvido, quebrando ramas y las pocas hojas que todavia colgaban bajas. La detonacion reverbero y lleno sus oidos. Ashley dejo escapar un largo silbido.
– No cierres los ojos -dijo Catherine.
– Probare otra vez.
Ashley abrio el tambor y dejo caer los casquillos al suelo de agujas de pino. Lentamente saco otra media docena de balas y las cargo en el arma.
– Solo voy a usar este trasto una vez.
– Ya -dijo Catherine-. Y solo si tienes que hacerlo.
– Eso es -dijo Ashley mientras se volvia y apuntaba de nuevo al tronco-. Solo si tengo que hacerlo.