escuchar sin querer conversaciones estimulantes, a menudo muy divertidas, el amplio espectro de su clientela (de mendigos sin hogar a propietarios acomodados) y, lo mas importante, el papel que desempena en su memoria. Joe Junior's era el escenario del ritual del desayuno de los sabados, el sitio adonde llevo cada semana a los ninos durante toda su infancia, los tranquilos sabados por la manana cuando los tres salian del piso de puntillas para que Willa durmiera un par de horas mas; y sentarse ahora en ese local, en ese pequeno y anodino restaurante de la esquina de la Sexta Avenida con la calle Doce, es volver a esos innumerables sabados de hace tanto tiempo y rememorar el Eden en que un dia vivio.
Bobby perdio todo interes por venir aqui a los trece anos (al chico le gustaba dormir), pero Miles siguio con la tradicion hasta que acabo el instituto. No todos los sabados por la manana, desde luego, al menos no despues que cumplio siete anos y empezo a jugar en la liga infantil del barrio, pero con suficiente frecuencia como para tener la sensacion de que el local esta impregnado de su presencia. Una criatura tan inteligente, tan seria, con tan poca risa en aquel rostro sombrio, pero justo bajo la superficie una especie de juguetona alegria interior, y como disfrutaba con los diversos equipos que se inventaban con los nombres de jugadores verdaderos, el equipo de partes del cuerpo, por ejemplo, con una alineacion compuesta por Bill Hands, Barry Foote, Rollie Fingers, Elroy Face, Ed Head y Walt Williams, el Sin Cuello, junto con sustitutos como Tony Armas (Arm) y Jerry Hairston (Hair), o el equipo de finanzas, compuesto por Dave Cash, Don Money, Bobby Bonds, Barry Bonds, Ernie Banks, Elmer Pence, Bill Pounds y Wes Stock. [2] Si, a Miles le encantaban esas tonterias cuando era pequeno, y cuando le salia la risa, era imparable y a propulsion, se ponia rojo, le faltaba el aliento, como si un fantasma le hiciera cosquillas con dedos invisibles. Pero la mayor parte de las veces los desayunos eran tertulias contenidas, conversaciones apagadas sobre sus companeros de clase, su aversion a las lecciones de piano (acabo dejandolas), sus diferencias con Bobby, las tareas del colegio, los libros que estaba leyendo, la suerte de los Mets y, en futbol americano, de los Giants, los aspectos mas sutiles del lanzamiento en el beisbol. Entre todos los pesares que Morris ha ido acumulando a lo largo de su vida, esta la persistente tristeza de que su padre no llego a conocer a su nieto, pero de haber vivido lo suficiente, y si por milagro hubiera durado hasta que el chico cumplio los trece anos, habria tenido la alegria de ver lanzar a Miles, la version diestra de el mismo cuando era joven, la prueba viviente de que todas las horas que habia pasado ensenando a su hijo a lanzar adecuadamente no habian sido en vano, de que aunque Morris nunca llegara a tener buen brazo, habia transmitido las lecciones de su padre a su propio hijo, y hasta que Miles lo dejo en tercer ano, los resultados habian sido prometedores -no, mas que prometedores: excelentes-. La de lanzador era la posicion ideal para el. Soledad y energia, concentracion y fuerza de voluntad, el lobo solitario erguido en medio del cuadro interior y que carga con toda la responsabilidad del partido. Por entonces lanzaba sobre todo bolas rapidas y con cambio de velocidad, el movimiento fluido, el brazo sacudiendose hacia delante siempre en el mismo angulo, la pierna derecha flexionada impulsando la goma hasta el momento de soltar, pero no bolas curvas ni con inclinacion lateral, porque a los dieciseis seguia creciendo y los brazos jovenes se estropean por la anormal fuerza de torsion requerida para lanzar con energia ese tipo de bolas. El se llevo una decepcion, si, pero nunca reprocho a Miles que lo dejara en aquel momento. La amargura que lo atormentaba por la muerte de Bobby le exigia un sacrificio de alguna clase, de modo que renuncio a lo que mas le gustaba en aquel momento de su vida. Pero obligarte a dejar de hacer algo no es lo mismo que renunciar a ello en el fondo de tu corazon. Hace cuatro anos, cuando Bing llamo para informar de la llegada de otra carta -desde Albany, en California, justo a las afueras de Berkeley-, menciono que Miles lanzaba en un equipo de una liga de aficionados en Bay Area, con el que competia contra ex jugadores universitarios que no habian tenido calidad o interes para hacerse profesionales, pero en partidos serios a pesar de todo, y se las arreglaba bien, decia Miles, estaba ganando el doble de partidos de los que perdia y finalmente habia aprendido a lanzar una bola curva. Proseguia diciendo que los Giants de San Francisco patrocinaban una prueba a finales de mes y que sus companeros de equipo lo estaban animando a presentarse, recomendandole que mintiera sobre su edad y les dijera que tenia diecinueve en vez de veinticuatro, pero habia decidido no hacerlo. Imaginate, yo firmando un contrato para jugar en las ligas menores mas modestas, anadia. Ridiculo.
Botellero esta pensando, recordando, repasando los incontables sabados por la manana en que ha desayunado aqui con el chico, y ahora, cuando levanta el brazo para pedir la cuenta, solo un par de minutos antes de salir de nuevo al frio de la calle, da con algo que no se le ha pasado en anos por la mente, un fragmento desenterrado, un reluciente trozo de cristal que se guarda en el bolsillo para llevarselo a casa. Miles tenia diez u once anos. Era una de las primeras veces que venian aqui sin Bobby, ellos dos solos, sentados uno frente a otro en uno de los reservados, quizas en este mismo, tal vez en otro, no recuerda cual, y el muchacho se habia traido una redaccion que habia compuesto para la clase de literatura de quinto o sexto grado, no, no una redaccion exactamente, un breve ejercicio de seiscientas o setecientas palabras, un analisis de un libro que el profesor les habia asignado como tarea, el libro que habian estado leyendo y discutiendo durante las ultimas semanas, y ahora los alumnos tenian que escribir un trabajo, una interpretacion de la novela que acababan de terminar, Matar a un ruisenor, una historia bonita, pensaba Morris, un buen libro para colegiales de esa edad, y el muchacho queria que su padre leyera lo que el habia hecho. Botellero recuerda lo tenso que estaba el chico cuando saco las tres o cuatro hojas de papel de la mochila, esperando el juicio de su padre sobre lo que habia escrito, su primera incursion en la critica literaria, su primer deber de adulto, y por la expresion en los ojos del chico, su padre se hizo cargo de la cantidad de trabajo y pensamiento que habia invertido en aquel modesto ejercicio literario. Su composicion trataba sobre las heridas. El padre de los dos chicos, el abogado, esta tuerto, escribia el muchacho, y el hombre negro al que defiende de la falsa acusacion de violacion tiene un brazo atrofiado, y mas adelante el hijo del abogado se cae de un arbol y se rompe el brazo, el mismo que tiene lisiado el negro inocente, el izquierdo o el derecho, Botellero ya no se acuerda, y el fondo de todo eso, escribia el joven Miles, es que las heridas son una parte fundamental de la vida y a menos que uno este herido de alguna forma, jamas se hara hombre. Su padre se pregunto como era posible que un nino de diez u once anos leyera un libro de manera tan concienzuda, que agrupara elementos tan dispares y poco marcados de una historia y viera como se desarrollaba una pauta a lo largo de cientos de paginas, que escuchara las notas repetidas, los sonidos tan facilmente perdidos en el remolino de fugas y cadencias que conforman la totalidad de un libro, y no solo estaba impresionado por el intelecto que habia prestado tan rigurosa atencion a los mas pequenos detalles de la novela, sino tambien conmovido por el sentimiento con que habia extraido tan profunda conclusion. A menos que uno este herido, jamas se hara hombre. Aseguro al muchacho que habia hecho un trabajo extraordinario, que la mayoria de lectores con el doble o el triple de su edad nunca podrian haber escrito algo ni la mitad de bueno y que solo una persona con un corazon enorme podria haber interpretado el libro de aquel modo. Estaba muy emocionado, dijo a su hijo aquella manana de hace diecisiete o dieciocho anos, y el caso es que aun le enternecen los pensamientos expresados en aquel breve trabajo, y mientras el cajero le entrega el cambio y sale al frio de la calle, sigue dando vueltas a sus pensamientos y justo antes de llegar a su casa, Botellero se detiene y se pregunta: ?Cuando?