Universidad de Loyola. Anos antes el padre de Royce, el hijo de un esclavo, se habia convertido en el «ayuda de camara», companero y confidente de Warren Trent. Veinticinco anos despues, cuando el anciano murio, su hijo Aloysius que habia nacido y crecido en el «St. Gregory», permanecio alli, y ahora vivia en la
– Digame lo que sabe -exigio Peter.
– Eran cuatro. Cuatro jovenes y agradables caballeros blancos.
– ?Reconocio a alguno?
– A dos -asintio Royce.
– Eso basta -Peter cruzo la habitacion hacia el telefono cerca de la cama mas proxima.
– ?A quien llama?
– A la Policia, senorita. No tenemos mas remedio que informarla.
Habia una debil sonrisa en la cara del negro.
– Si me permite un consejo… yo no lo haria.
– ?Porque no?
– Por una razon -Aloysius Royce arrastraba las palabras, acentuandolas con deliberacion-. Yo tendre que ser testigo. Y dejeme decirle, mister McDermott, que ningun tribunal en este Estado soberano de Luisiana va a creer en la palabra de un negro, en un caso de violacion, tentativa o cualquier otra cosa, cometida por blancos. No, senor; no lo haran cuando cuatro destacados jovenes caballeros blancos digan que el negro esta mintiendo. Ni aun cuando miss Preyscott apoye al negro, cosa que dudo que su papa consienta, considerando la publicidad y escandalo que promoverian todos los periodicos.
Peter habia levantado el auricular. Lo volvio a bajar.
– Algunas veces parece que usted quiere hacer las cosas mas dificiles de lo que son -pero sabia que Royce decia la verdad. Volvio los ojos hacia Marsha, y pregunto-: ?Dijo usted miss Preyscott?
El negro asintio.
– Su padre es mister Preyscott.
Con tristeza, Marsha confirmo.
– Miss Preyscott -pregunto Peter-. ?Conocia usted a la gente responsable de esto?
Apenas pudo oirse la respuesta.
– Si.
– Creo que todos son miembros de Alpha Kappa Epsilon -informo Royce.
– ?Es verdad eso, miss Preyscott?
Ella asintio con un leve movimiento de cabeza.
– ?Y vino usted aqui con ellos… a esta
Nuevo susurro:
– Si.
Peter miro a Marsha, como a la expectativa. Por fin dijo:
– Depende de usted, miss Preyscott; si usted quiere o no formular una queja oficial. El hotel hara lo que usted decida. Pero temo que haya mucha verdad en lo que acaba de decir Royce en cuanto a la publicidad. Desde luego que habra publicidad, me imagino que bastante, y no muy agradable. Por supuesto que es su padre quien debe decidir. ?No cree usted que deberia llamarlo y hacerlo venir?
Marsha levanto la cabeza, y mirando en forma directa a Peter por primera vez, le dijo:
– Mi padre esta en Roma. No se lo diga nunca, por favor.
– Estoy seguro de que se puede hacer algo en forma privada. No creo que nadie deba salir completamente impune de esto. -Peter dio vuelta alrededor del lecho. Se sorprendio al ver que nina era, y cuan hermosa-. ?Puedo hacer algo por usted, ahora?
– No lo se. No lo se -comenzo a llorar de nuevo, algo mas calmada.
Con inseguridad, Peter saco su panuelo de lino blanco, que Marsha acepto, se seco las lagrimas y se sono la nariz.
– ?Se siente mejor?
Ella asintio:
– Gracias. -Su cabeza era un torbellino de emociones; estaba lastimada, avergonzada, colerica, y tenia urgencia de devolver el golpe a ciegas, cualesquiera que fueran las consecuencias, y un deseo… que la experiencia le decia que no seria satisfecho… de estar cobijada por brazos amorosos y protectores. Pero mas alla de las emociones y sobrepasandolas habia una insoportable extenuacion fisica.
– Creo que usted deberia descansar por un momento. -Peter McDermott levanto el cobertor de la cama que no habia sido utilizada y Marsha se acosto sobre la frazada, cubriendose con el cobertor. El contacto de la almohada refrescaba su rostro.
– No quiero quedarme aqui. No podria.
El la miro comprensivo.
– Dentro de un momento la llevaremos a su casa.
– ?No! ?Ni siquiera un momento! Por favor, ?no hay otra habitacion en el hotel?
Peter nego con la cabeza.
– El hotel esta lleno.
Aloysius Royce habia ido hasta el cuarto de bano para lavarse la sangre de la cara. Volvio y ahora estaba de pie en la puerta de la sala adyacente. Silbaba en tono bajo contemplando el desorden de los muebles, ceniceros sucios, botellas derramadas y vasos rotos.
Cuando McDermott se le reunio, Royce le dijo:
– Creo que ha sido una fiesta mayuscula.
– Asi parece. -Peter cerro la puerta de comunicacion entre la sala y el dormitorio.
– Tiene que haber algun lugar en el hotel -imploraba Marsha-. No podria soportar ir a casa esta noche.
Peter vacilo.
– Esta la 555, supongo -miro a Royce.
La habitacion 555 era pequena y correspondia a la subgerencia general. Peter rara vez la utilizaba, excepto para mudarse de ropa. Ahora estaba vacia.
– Servira -dijo Marsha-. Siempre que alguien llame por telefono a casa, llamen a Anna, el ama de llaves.
– Si usted quiere -se ofrecio Royce- ire a buscar la llave.
Peter asintio:
– Al volver, pase por la habitacion… encontrara una bata. Supongo que deberia llamar a la camarera.
– Si usted deja que entre una camarera en este momento, sera lo mismo que si pasara la informacion por radio.
Peter lo considero. En estas circunstancias, nada detendria la murmuracion. Inevitablemente, cuando en cualquier hotel sucede este tipo de incidentes, las escaleras de servicio vibran como un telefono de la selva. Pero comprendio que no habia interes en anadir nada.
– Muy bien. Nosotros mismos llevaremos a miss Preyscott abajo, en el ascensor de servicio.
Cuando el negro abrio la puerta, se filtraron voces con innumerables y ansiosas preguntas. Por el momento, Peter habia olvidado el conjunto de huespedes que se habia reunido en el corredor. Oyo las respuestas de Royce muy tranquilizadoras, y las voces se perdieron.
Marsha, con los ojos cerrados, murmuro:
– No me ha dicho quien es usted.
– Lo lamento. Debia haberselo dicho -le dijo su nombre y su cargo en el hotel. Marsha escucho sin responder, sabiendo lo que se le decia, pero dejando, mas bien, que la voz tranquila y reconfortable fluyera sobre ella. Despues de un momento, con los ojos todavia cerrados, sus pensamientos vagaron sonolientos. Tuvo una leve idea del retorno de Aloysius, de que la ayudaban a salir de la cama y a ponerse una bata, y de que la acompanaban calladamente por un corredor silencioso. Desde el ascensor habia otro corredor, luego otra cama en la que la acostaron con suavidad. La voz tranquilizadora dijo:
– Esta agotada.
El ruido del agua que corria. Una voz que le decia que el bano estaba preparado. Se repuso lo suficiente como