de que Marsha se interesara en un muchacho de su edad.
Los interrogantes eran interminables. Pero tenia que decidir si veria o no a Marsha otra vez y en que circunstancias.
En todas sus reflexiones permanecia tambien el recuerdo de Chnstine. En el espacio de pocos dias Christine y el parecian haberse acercado mas que en ningun momento. Recordaba que su ultimo pensamiento antes de salir para la casa de los Preyscott la noche anterior, habia sido para Christine. Aun ahora, estaba deseando verla y oirla otra vez.
Le resultaba curioso que el, tan libre hacia una semana, se sintiera ahora atraido por dos mujeres.
Peter sonrio con pesadumbre mientras pagaba el cafe y se levantaba para volver a su casa.
El «St. Gregory» estaba mas o menos en el camino, e instintivamente sus pasos lo llevaron a pasar por alli. Cuando llego al hotel era la una y minutos.
Todavia habia actividad dentro del vestibulo. Fuera, St. Charles Avenue estaba tranquila, no habia mas que un taxi y algun que otro peaton. Cruzo la calle para cortar camino por detras del hotel. Aqui estaba mas tranquilo aun. Cuando iba a pasar por la entrada del garaje del hotel se detuvo, advertido por el sonido de un motor y el reflejo de los faros que se acercaban por la rampa de adentro. Un momento despues aparecio un coche negro, largo y bajo. Venia ligero y freno bruscamente, chirriando las cubiertas, al llegar a la calle. Cuando el coche se detuvo quedo en plena luz. Peter advirtio que era un «Jaguar», y parecia como si el guardabarros estuviera abollado; y en el mismo lado habia algo raro en el faro. Deseo que el dano no se hubiera producido por negligencia en el garaje del hotel. Si asi fuera pronto lo sabria.
Automaticamente miro al conductor. Se sorprendio al ver a Ogilvie.
El detective jefe, al encontrarse con los ojos de Peter, parecio sorprenderse tambien. Luego, en forma abrupta el coche salio del garaje y continuo su camino.
Peter se pregunto por que y adonde iria Ogilvie; y por que en un «Jaguar» en lugar del acostumbrado y ajetreado «Chevrolet» del detective. Luego, pensando que la conducta de los empleados fuera del hotel era cosa de ellos, Peter continuo hacia su apartamento.
Un poco mas tarde dormia profundamente.
2
A diferencia de Peter McDermott, Keycase Milne no durmio bien.
La rapidez y eficiencia con que obtuvo los detalles precisos de la llave de la
Keycase habia aceptado el precio y la espera sabiendo que no tenia alternativa. Pero la espera resultaba muy dura, ya que no ignoraba que cada hora que pasaba, aumentaba la posibilidad de ser perseguido y apresado.
Esta noche, antes de acostarse, habia discutido consigo mismo si haria o no otra correria por el hotel, al amanecer. Todavia no habian sido utilizadas dos llaves de su coleccion: la 449, segunda obtenida en el aeropuerto el martes por la manana; y la 803, que habia pedido y recibido en el mostrador de la recepcion, en lugar de la suya propia, la 830. Pero decidio no hacerlo, diciendose que era mas prudente esperar y concentrarse en el proyecto mas grande que involucraba a la duquesa de Croydon. Sin embargo, Keycase sabia, al llegar a esa conclusion, que la verdadera razon era el miedo.
Durante la noche, a medida que eludia el sueno, el miedo se hizo mas intenso, de manera que ya no intento ocultarselo a si mismo, ni con el mas sutil velo de engano. Pero manana, decidio, de alguna forma venceria el miedo y se convertiria en el leon que alguna vez habia sido.
Por fin cayo en un sueno intranquilo, y sono con una gran puerta de hierro, que dejaba fuera la luz del dia y el aire, cerrandose tras de el. Trato de correr hacia la puerta mientras se encontraba entreabierta, pero no podia moverse. Cuando la puerta se cerro, lloro, sabiendo que nunca se abriria de nuevo.
Desperto, temblando, en la oscuridad. Su rostro estaba humedo por las lagrimas.
3
A unos ciento diez kilometros al norte de Nueva Orleans, Ogilvie todavia estaba pensando en su encuentro con Peter McDermott. La impresion inicial habia sido casi la de un impacto fisico. Mas de una hora despues, Ogilvie habia conducido tenso, aunque a veces poco consciente de lo que habia adelantado el «Jaguar»; primero, a traves de la ciudad, luego cruzando el Pontchartrain Causeway, y despues hacia el Norte, por la ruta interestatal 59.
Sus ojos se fijaban sin cesar en el espejo retrovisor. Vigilaba cada par de faros que aparecia detras, esperando que lo alcanzaran sin dificultad, acompanados del sonido de la sirena. A cada vuelta del camino, se preparaba para frenar ante posibles barreras policiales.
Su inmediata suposicion habia sido que la unica razon posible para justificar la presencia de Peter McDermott, fue presenciar su propia partida acusadora. Ogilvie no tenia la menor idea de como McDermott se habia enterado del plan. Pues, en apariencia, asi era, y el detective del hotel, como el mas inexperto novato, habia caido en la trampa.
Fue mas tarde, a medida que avanzaba por la campina en la desierta oscuridad del amanecer, cuando comenzo a pensar: «Despues de todo, ?no podria haber sido una coincidencia?»
Era seguro que si McDermott hubiera estado alli con alguna intencion, el «Jaguar» ya hubiera sido perseguido o detenido en el camino. La ausencia de tales circunstancias justificaba la suposicion de que se trataba de una coincidencia… Era casi seguro que solo habia sido una coincidencia. Con solo pensarlo, el espiritu de Ogilvie mejoro. Comenzo a pensar con deleite en los veinticinco mil dolares que reuniria al terminar el viaje.
Analizaba: puesto que todo habia salido bien hasta ahora, seria mas sensato continuar la marcha. Dentro de una hora seria de dia. Su plan original habia sido apartarse del camino y esperar a que volviera a oscurecer antes de continuar. Pero podia haber peligro en un dia de inaccion. Estaba a solo medio camino de Mississippi, todavia relativamente cerca de Nueva Orleans. Seguir andando, desde luego, seria correr el riesgo de ser descubierto, pero se pregunto cuan grande seria ese riesgo. Contra esa idea, estaba su propio esfuerzo fisico del dia anterior. Ya estaba cansado, con urgente necesidad de dormir.
Fue entonces cuando sucedio. Detras de el aparecio, como por arte de magia, una luz roja. Sono imperiosa una sirena.
Era exactamente lo que habia esperado que pasara durante las ultimas horas. Cuando no habia sucedido se habia tranquilizado. Ahora la realidad constituia un doble impacto.
En forma instintiva apreto el acelerador. Como una flecha magnifica, el «Jaguar» pico hacia delante. El cuentakilometros ascendio con rapidez… 110, 120, 130. A los ciento cuarenta kilometros Ogilvie aminoro la marcha para entrar en una curva. Al hacerlo, la luz roja se acerco por detras.
La sirena, que se habia callado por un momento, sono otra vez. La luz roja se movio al costado, cuando el conductor trato de pasar.
Era inutil; Ogilvie lo sabia. Aun cuando ahora pudiera ganar distancia, no podria evitar que avisaran a los que estaban delante. Con resignacion dejo que menguara la velocidad.
Por un momento tuvo la impresion de que el otro vehiculo pasaba por el costado: una larga carroceria
El incidente lo dejo tembloroso y convencido de su propio cansancio. Decidio que cualquiera que fuera el riesgo, tenia que detenerse durante el dia. Ahora habia pasado por Macon, una pequena ciudad de Mississippi, que habia sido el objetivo de la primera noche de viaje. El resplandor de la madrugada comenzaba a iluminar el cielo. Se detuvo para consultar un mapa, y poco despues abandono la carretera hacia un complejo de caminos