secundarios.
Pronto la superficie del camino se troco en una huella trillada y con pasto. Amanecia con rapidez. Bajandose del coche, Ogilvie inspecciono los alrededores del campo.
Aqui y alla algunos bosquecillos, pero desolado, sin una vivienda a la vista. El camino principal distaba mas de kilometro y medio. No lejos habia un grupo de arboles. Hizo a pie una exploracion y descubrio que la huella llegaba hasta los arboles y terminaba.
El gordo emitio uno de sus grunidos de satisfaccion. Volviendo al «Jaguar», lo condujo con cuidado hasta ocultarlo entre el follaje. Luego hizo unos cuantos reconocimientos, quedando satisfecho porque el coche no podia ser visto sino de cerca. Cuando termino, subio al asiento de atras y se durmio.
4
Durante algunos minutos despues de despertar, poco antes de las ocho, Warren Trent se preguntaba cual seria la razon de su buen humor. Luego recordo: esta manana consumaria el trato hecho ayer con el Sindicato de Jornaleros. Desafiando presiones, malos augurios y diversos obstaculos, habia salvado al «St. Gregory» (con solo unas horas de tiempo) de ser absorbido por la cadena de O'Keefe. Era un triunfo personal. Aparto de su mente el pensamiento de que mas adelante esta audaz alianza entre el y el sindicato podria significar un problema mayor. Si eso sucedia, se preocuparia a su debido tiempo; lo mas importante era eliminar la amenaza inmediata.
Saliendo de la cama, miro hacia abajo, a la ciudad, desde una ventana de su
Tarareaba suavemente mientras se duchaba, y luego lo afeito Aloysius Royce. La evidente alegria de su patron era tan poco frecuente, que Royce levanto las cejas en un gesto de sorpresa. Pero Warren Trent no le aclaro nada, pues era demasiado temprano para entrar en conversacion.
Cuando estuvo vestido, entro en la sala y telefoneo a Royall Edwards. El contador general, a quien la telefonista localizo en su casa, se ingenio para dejar establecidas dos cosas: que habia trabajado durante toda la noche, y que la llamada telefonica de su patron le habia interrumpido su bien ganado desayuno. Desoyendo el tono de queja, Warren Trent trato de descubrir que reaccion habian tenido los dos contadores visitantes, durante la noche. Segun el contador general, los visitantes, aunque informados de la actual crisis financiera del hotel, no habian descubierto ninguna otra cosa, y parecian satisfechos con las respuestas a sus preguntas.
Tranquilizado, Warren Trent dejo al contador con su desayuno. Tal vez en ese mismo momento,, penso, se telefoneaba a Washington confirmando sus propias declaraciones sobre la situacion del «St. Gregory». Suponia que pronto recibiria una noticia directa.
Casi en seguida sono el telefono.
Royce estaba para servir el desayuno que habia llegado hacia unos minutos, en una mesa rodante, desde la cocina. Warren Trent le indico que aguardara.
La voz de la telefonista informo que era una conferencia. Cuando se identifico, una segunda telefonista le rogo que esperara. Al fin, la voz del presidente del Sindicato de Jornaleros se dejo oir bruscamente en la linea.
– ?Trent?
– Si. Buenos dias.
– Ayer le avise que no ocultara ninguna informacion. Usted fue lo bastante tonto como para intentarlo. Ahora le digo: la gente que trata de enganarme termina deseando no haber nacido. Usted tiene suerte, esta vez, en que el pito haya sonado antes de cerrar el trato. Pero es una advertencia: ?no trate de hacerlo conmigo, jamas!
La sorpresa, la voz dura y helada, dejaron momentaneamente sin habla a Warren Trent. Recobrandose, protesto.
– ?En nombre de Dios! No tengo la menor idea de lo que esta usted hablando.
– ?No tiene idea, cuando ha habido un conflicto racial en su maldito hotel! ?Cuando la cronica esta en todos los diarios de Nueva York y Washington!
Tardo unos minutos en relacionar la colerica arenga con el informe de Peter McDermott del dia anterior.
– Ayer por la manana hubo un incidente pequeno. No fue un conflicto racial ni nada por el estilo. En el momento que hablamos usted y yo, no tenia conocimiento del hecho. Y aun cuando lo hubiera sabido, no lo habria mencionado, por no considerarlo importante. En cuanto a los diarios de Nueva York, aun no los he visto.
– Mis hombres los han visto. Y si no esos, otros diarios de todo el pais, llevaran la cronica esta noche. Lo que es mas, si pongo dinero en un hotel que rechaza a los negros, pondran el grito en el cielo, juntamente con todos los politicos que quieren obtener el voto de la gente de color.
– De manera que, entonces, lo que importa no es el principio. No le importa lo que hagamos, mientras no se sepa.
– Lo que me importa es mi negocio. Es decir, donde invierto los fondos del sindicato.
– Nuestra transaccion puede mantenerse confidencial.
– Si usted cree eso, es aun mas tonto de lo que pensaba.
Era verdad, concedio, entristecido, Warren Trent: tarde o temprano la noticia de su alianza se conoceria. Trato de encararlo de otra manera.
– Lo que sucedio ayer no es un caso aislado. Ya ha ocurrido en otros hoteles del Sur, y sucedera de nuevo. Uno o dos dias despues la atencion se vuelca hacia otra cosa.
– Quiza sea asi. Pero si su hotel consigue la ayuda financiera de los Jornaleros ahora, la atencion volvera a enfocarlo muy pronto. Y es, precisamente, la clase de atencion que no quiero provocar.
– Quiero aclarar esto. ?Debo entender que, a pesar de la inspeccion realizada anoche por sus contadores, el acuerdo a que llegamos ayer no subsiste?
La voz desde Washington dijo:
– El problema no esta en sus libros. El informe de mi gente es afirmativo. Por el otro asunto no se puede llevar a cabo.
De manera que, despues de todo, penso Warren Trent con amargura, por un incidente que ayer considero insignificante, le habia sido arrebatado el nectar de la victoria. Sabiendo que cualquier cosa que dijera, no significaria ya nada, comento con acritud:-No siempre ha sido usted tan escrupuloso para usar los fondos del sindicato.
Hubo un silencio. Luego el presidente de los Jornaleros replico con suavidad:
– Alguna vez se arrepentira de haber dicho eso.
Con lentitud, Warren Trent coloco el telefono en su lugar. En una mesa proxima, Aloysius Royce habia abierto el correo, con los diarios de Nueva Orleans. Senalo el
– Casi todo esta aqui. No veo nada en el
– Ellos tienen ediciones posteriores en Washington.
Warren Trent leyo por encima los titulos del
– ?Quiere que le sirva el desayuno ahora?
– No tengo apetito -dijo moviendo la cabeza. Levanto los ojos, encontrando la mirada tranquila del negro-. Supongo que pensaras que tengo mi merecido.
– Algo asi, quiza. Pero mas bien diria que usted no acepta los tiempos en que vivimos -respondio Royce despues de pensarlo.
– Si eso es verdad, no debe preocuparte mas. Desde manana, dudo que mi opinion cuente mucho aqui.
– Lo siento mucho.
– Lo que significa que O'Keefe lo tomara a su cargo.
El viejo camino hasta la ventana y se quedo mirando hacia fuera. Estaba silencioso. Luego, en forma inesperada, dijo:
– Supongo que sabras las condiciones que me han ofrecido… entre ellas, la de continuar viviendo aqui.
– Si.