Vanessa se dijo que habia llegado el momento de preguntar por que.
Noto el aroma del cafe y del pan recien hecho al llegar al pie de la escalera. En la cocina, vio a su madre al lado del fregadero, enjuagando una taza. Iba vestida con un bonito traje azul y perlas en las orejas y alrededor de la garganta. Tenia la radio encendida y estaba canturreando con la musica que se escuchaba.
– Oh, ya estas levantada -le dijo Loretta con una sonrisa, cuando se dio la vuelta y vio a Vanessa-. No estaba segura de si te veria esta manana antes de marcharme.
– ?De que te marcharas?
– Tengo que ir a trabajar. Tienes unos panecillos preparados y el cafe aun sigue caliente.
– ?Adonde vas a trabajar?
– A la tienda de antiguedades -respondio Loretta mientras le servia una taza de cafe-. La compre hace seis anos. Tal vez te acuerdes de la tienda a la que me refiero. La de los Hopkins. Fui a trabajar para ellos cuando… bueno, hace algun tiempo. Cuando decidieron jubilarse, yo se la compre.
– ?Estas diciendo que eres la duena de una tienda de antiguedades?
– Es muy pequena -dijo, tras colocar el cafe encima de la mesa-. Yo la llamo «El desvan de Loretta»-. Supongo que es un nombre algo tonto, pero yo creo que le va bien. La he tenido cerrada durante un par de dias, pero… Si quieres, puedo cerrar tambien hoy.
Vanessa observo a su madre atentamente, tratando de imaginarsela conio duena de un negocio de antiguedades. ?Habria mencionado alguna vez que se sentia interesada por ellas?
– No -afirmo. Parecia que sus preguntas iban a tener que esperar-.Vete.
– Si quieres, puedes acercarte mas tarde a echar un vistazo. Es muy pequena, pero tengo muchas piezas interesantes.
– Ya vere.
– ?Estas segura de que estaras bien aqui sola?
– He estado muy bien sola durante mucho tiempo.
Loretta bajo la mirada.
– Si, claro que si. Normalmente llego a casa a las seis y media.
– Muy bien. Entonces, te vere esta tarde -replico. Se dirigio al fregadero. Queria agua, limpia y fria.
– Van…
– ?Si?
– Se que tengo que compensarte por muchos anos -le dijo. Cuando Vanessa se dio la vuelta, vio que su madre estaba en el umbral de la puerta-. Espero que me des una oportunidad.
– Quiero hacerlo. No se donde debemos empezar ninguna de las dos.
– Yo tampoco -comento Loretta, algo menos tensa-. Tal vez ese sea el modo de comenzar. Te quiero mucho. Me sentire contenta si puedo hacerte creer que esas palabras son ciertas -anadio. Entonces, se dio la vuelta rapidamente y se marcho.
– Oh, mama -susurro Vanessa a la casa vacia-.Yo no se que hacer.
– Senora Driscoll -dijo Brady mientras golpeaba suavemente la nudosa rodilla de la anciana de ochenta y tres anos-.Tiene usted el corazon de una gimnasta de veinte.
La mujer se echo a reir, tal y como el habia esperado.
– No es el corazon lo que me preocupa, Brady, si no los huesos. Me duelen que rabian.
– Tal vez si permitiera que uno de sus bisnietos le arrancara las malas hierbas de su huerto…
– Llevo sesenta anos cuidando de mi terrenito…
– Y estoy seguro de que lo podra seguir haciendo otros sesenta mas -afirmo Brady mientras le quitaba el manguito de tomarle la tension-. No hay nadie en este condado que crie mejores tomates, pero, si no se toma las cosas con un poco mas de calma, los huesos le van a doler.
Brady le examino las manos. Afortunadamente, los dedos aun no sufrian de artritis, pero la enfermedad ya estaba presente en hombros y rodillas. No habia mucho que ella pudiera hacer para frenar su avance.
Completo el reconocimiento mientras escuchaba las historias que la anciana le contaba sobre su familia. La senora Driscoll habia sido la profesora de Brady en segundo y ya entonces el habia pensando que era la mujer mas vieja sobre la faz de la tierra.
– Hace un par de dias la vi saliendo de la oficina de correos, senora Driscoll -comento el-. No llevaba baston.
– Los bastones son para los viejos -bufo la anciana.
– Como medico, senora Driscoll, he de decirle que usted tambien es vieja.
La anciana se echo a reir y agito una mano delante del rostro de Brady.
– Siempre has tenido la lengua muy afilada, Brady Tucker.
– Si, pero ahora tengo una licenciatura en medicina que me avala -replico el, tras ayudar a la anciana a bajar de la camilla-. Lo unico que quiero es que utilice su baston… aunque solo sea para darle a John Hardesty una buena paliza cuando se ponga a ligar con usted.
– ?Menudo vejestorio! -musito ella-. Y yo tambien lo pareceria si fuera cojeando con un baston.
– ?Acaso no es la vanidad uno de los siete pecados capitales?
– Si no es por un pecado capital, no merece la pena pecar. Ahora, sal de aqui, muchacho, para que me pueda vestir.
– Si, senora.
Brady la dejo sola. Sabia que, por mucho que le dijera, jamas conseguiria que ella utilizara el maldito baston. Era una de las pocas pacientes a las que no podia convencer ni intimidar.
Tras dos horas mas de consulta, Brady utilizo la hora que tenia para almorzar para ir al Hospital del Condado de Washington para ver la evolucion de dos pacientes. Una manzana y un bocadillo de mantequilla de cacahuete lo ayudaron a pasar la tarde. Mas de uno de sus pacientes menciono el hecho de que Vanessa Sexton hubiera regresado al pueblo. Aquella informacion solia ir acompanada de sonrisas y guinos de ojos. Algunos de ellos hasta le dieron un buen codazo en el estomago.
Aquello era lo malo de las localidades pequenas. Todos lo sabian todo sobre todos y lo recordaban eternamente. Vanessa y el habian salido juntos muy brevemente hacia doce anos, pero era como si en vez de estar grabado en uno de los arboles del parque de Hyattown, lo estuviera sobre hormigon armado.
El habia estado a punto de olvidarse de ella… a excepcion de cuando veia su nombre o su fotografia en uno de los periodicos o cuando escuchaba uno de sus discos, que compraba para honrar los viejos tiempos.
Cuando recordaba, sus recuerdos eran principalmente los de la infancia. Eran los mas dulces y los mas conmovedores. Solo habian sido unos ninos que se encaminaban hacia la edad adulta a una velocidad de vertigo. Sin embargo, lo ocurrido entre ellos habia sido hermoso e inocente. Largos y lentos besos en las sombras, promesas apasionadas, algunas caricias prohibidas…
No deberia sentir anhelo de ellos, de Vanessa, pero, a pesar de todo, se paso una mano por encima del corazon.
En su momento todo habia parecido demasiado intenso, principalmente porque se enfrentaban a una total oposicion por parte del padre de Vanessa. Cuanto mas tenia Julius Sexton en contra de su incipiente relacion, mas se unian. Asi eran los jovenes. Habia desafiado al padre de Vanessa haciendo sufrir a la vez al suyo propio, realizando promesas y amenazas que solo un muchacho de dieciocho anos podia hacer.
Si todo hubiera sido mas facil, probablemente se habrian olvidado el uno del otro en pocas semanas.
«Mentiroso», se dijo. Nunca habia estado tan enamorado como lo habia estado el ano que paso con Vanessa.
Nunca habian hecho el amor. Cuando ella desaparecio de su vida, se lamento profundamente de aquel hecho. En aquel momento, con la perspectiva que daba el tiempo, se habia dado cuenta de que aquello habia sido lo mejor. Si hubieran sido tambien amantes les habria resultado mucho mas dificil ser amigos al llegar a la edad adulta.
Se aseguro que aquello era lo unico que deseaba. No tenia intencion de permitir que Vanessa le rompiera el corazon una segunda vez.
– Doctor Tucker -le dijo una enfermera que acababa de asomar la cabeza por la puerta-.Ya ha llegado su siguiente paciente.
– Voy enseguida.