asustado.
– Me sorprende que no hayais dado una voz.
– Estaba demasiado sorprendido.
– Estoy autorizado a acceder a todas las dependencias del monasterio. He decidido echar un vistazo a los libros de vuestras estanterias. Acababa de empezar.
?Me habria visto junto al escritorio? No; la llama no se habia movido.
– Me temo que solo contienen cuentas antiguas.
– Ya me he dado cuenta.
– Me alegro de haberos e-encontrado, senor-dijo el tesorero esbozando una de sus fugaces y falsas sonrisas-. Deseaba d-dis-culparme por mi arrebato de esta manana. La interrupcion de la ceremonia me ha cogido d- desprevenido. Espero que no tengais en cuenta unas palabras pronunciadas en un acaloramiento m- momentaneo.
Deje el libro de contabilidad en su sitio e incline la cabeza.
– Se que muchos piensan lo mismo que vos, aunque no lo digan. Pero estais equivocado. Todo el dinero que ingrese el Tesoro sera empleado por el rey en beneficio de la nacion.
– ?De veras, senor?
– ?Lo dudais?
– ?En una epoca en que el ansia de riqueza devora a los hombres? ?No se dice que la codicia nunca fue tan perseguida ni tan atractiva? Los amigos del rey lo presionaran para que sea g-generoso. ?Y quien va a pedir cuentas al rey?
– Dios. Que ha puesto el bienestar de su pueblo en manos del rey.
– Pero los reyes tienen otras p-prioridades -repuso el hermano Edwig-. Por favor, no me malinterpreteis. No critico al rey Enrique.
– Seria una temeridad.
– Me r-refiero a los reyes en general. Se que acostumbran a lanzar el dinero a los cuatro vientos. He visto con mis propios ojos como se malgasta en el ejercito, por ejemplo.
Los ojos del tesorero brillaban con una animacion que no habia visto en ellos hasta entonces y evidenciaban unas ganas de hablar que lo hacian parecer mas humano.
– ?Ah, si? -dije alentandolo a explicarse-. ?Como es eso, hermano?
– Mi padre era pagador del ejercito, senor. Pase la ninez de campamento en campamento, aprendiendo el oficio con el. Acompane al ejercito del rey Enrique en la guerra contra Francia, hace veinte anos.
– ?Cuando el rey de Espana lo engano, abandonandolo despues de haberle prometido que lo ayudaria?
El tesorero asintio.
– Y todo por la gloria y la conquista. Segui a los ejercitos que arrasaron Francia, pase la ninez viendo cadaveres de soldados alineados en los campamentos y prisioneros colgados en la entrada. Estuve en el sitio de Therouanne.
– La guerra es algo terrible -reconoci-. Por muy noble que la consideren algunos.
El hermano Edwig asintio con vigor.
– Y siempre habia sacerdotes que iban de herido en herido, dando la e-extremauncion a los moribundos, intentando arreglar lo que habia destrozado el hombre. Fue entonces cuando decidi hacerme monje y poner mis c- conocimientos de contable al servicio de la Iglesia. -El tesorero volvio a sonreir, y esta vez en su sonrisa habia vida; vida e ironia-. Todos dicen que soy m-mezquino, ?verdad?
Me limite a encogerme de hombros.
– Para mi, cada p-penique que va a parar a la Iglesia es un penique arrebatado al mundo del pecado y ganado para Dios. ?Podeis entender eso? Se invierte en misas y limosnas. Si no fuera por nosotros, los p-pobres no tendrian nada. Tenemos que dar limosna; nos lo exige nuestra fe.
– Mientras que para los reyes es meramente una eleccion, una eleccion que podrian hacer o no, ?no es eso?
– Exactamente. Y el dinero que recibimos para celebrar misas por los muertos, senor, es bueno a los ojos de Dios, porque ayuda a las almas del purgatorio y eleva al donante.
– Otra vez el purgatorio… ?Creeis en el?
El tesorero asintio con conviccion.
– Es un lugar real, senor; lo despreciamos a riesgo de padecer graves penas en la otra vida. ?Y no es logico que Dios pese nuestros meritos y nuestros pecados, y haga balance de nuestras vidas, como yo hago balance de mis cuentas?
– Entonces, ?Dios es un gran contable?
El tesorero asintio.
– El mas grande de todos. El purgatorio es real; esta justo debajo de nuestros pies. ?No habeis oido hablar de los grandes volcanes de Italia, que escupen el fuego del purgatorio sobre la tierra?
– ?Lo temeis?
El hermano Edwig asintio lentamente.
– Creo que todos deberiamos temerlo. -Hizo una pausa para ordenar sus ideas y me miro con cautela-. Perdonadme, pero los Diez Articulos no niegan el purgatorio.
– Es cierto. Lo que habeis dicho es admisible. E interesante. Pero ?no acabais de sugerir tambien que el rey podria no actuar responsablemente como cabeza de la Iglesia?
– Ya os he dicho, senor, que me r-referia a los reyes en general, y he hablado de la Iglesia, no del Papa. Con todo respeto, mis o-opiniones no son hereticas.
– Muy bien. Decidme… Con vuestra experiencia en el ejercito, ?sabriais utilizar una espada?
– ?Como la que utilizaron para matar al comisionado? -Arquee las cejas-. Supuse que lo mataron de ese modo en cuanto me explicaron que aspecto presentaba el cuerpo, a mi regreso de nuestras tierras. Siendo joven, vi a muchos hombres decapitados. Pero renuncie a ese mundo al hacerme hombre. Para entonces, ya habia visto demasiada sangre.
– No obstante, la vida de un monje tampoco es facil, ?verdad? El voto de castidad, por ejemplo, debe de ser duro. El hermano Edwig se sobresalto visiblemente.
– ?Q-que quereis decir?
– Ademas del asesinato del comisionado, ahora tengo que investigar el de una muchacha. -Le dije a quien pertenecia el cuerpo que habiamos encontrado en el estanque-. Vuestro nombre se menciona entre los de quienes se comportaron impropiamente con ella.
El tesorero se sento al escritorio y agacho la cabeza para que no pudiera verle el rostro.
– El celibato es duro -murmuro-. No creais que me c-complacen los deseos que me acucian, como complacen a otros. Odio esas pasiones demoniacas. Minan el edificio de una vida santa, que tanto trabajo cuesta levantar. Si, senor, deseaba a aquella joven. Pero soy un hombre timido: bastaba que me hablara con dureza para que me alejara de ella. Pero luego volvia. Me tentaba como la ambicion de gloria tienta alos hombres a hacer la guerra.
– ?Ella os tentaba?
– No podia evitarlo. Era una mujer. ?Y para que estan las mujeres en la tierra mas que para tentar a los hombres? -El tesorero respiro hondo-. ?Se quito la vida?
– No. Tenia el cuello fracturado.
– No debimos permitir que viniera -murmuro el tesorero negando con la cabeza-. Las mujeres son instrumentos del Diablo.
– Puede que vos os considereis timido, hermano Edwig -dije con voz pausada-, pero a mi modo de ver quiza seais el hombre mas duro del monasterio. Y ahora os dejo; tendreis cuentas que cuadrar.
Me detuve en el rellano para ordenar mis ideas. Momentos antes estaba convencido de que Gabriel era el asesino y habia actuado obedeciendo a un impulso subito. Pero, si el libro que acababa de hojear era el mismo que habia descubierto Singleton, el hermano Edwig tenia un movil claro para matar a mi predecesor. Sin embargo, Singleton habia sido asesinado en un momento de arrebato, y lo unico que parecia poder arrebatar al tesorero eran las cuentas y el dinero. Ademas, esa noche estaba lejos de Scarnsea.
Al volverme hacia las escaleras, una luz que brillaba en la marisma llamo mi atencion. Me acerque a la ventana
