– Si -murmuro el sacristan, y solto una risa amarga-. Hoy en dia pocos jovenes normales se ordenan. La mayoria de los novicios son pobres criaturas como Simon que no saben enfrentarse a la vida. No me sentia atraido hacia el, y mucho menos hacia el viejo Alexander. He pecado con otros hombres, pero muy pocas veces en los ultimos anos, y ninguna desde la visita. Con la ayuda de la oracion y el trabajo, he conseguido controlarme. Pero a veces viene gente, trabajadores de nuestras tierras, o mensajeros, y cuando veo a algun joven hermoso que me inflama de deseo, no puedo resistirme.
– Y, por lo general, las visitas se alojan en nuestra habitacion.
El hermano Gabriel agacho la cabeza.
– Cuando el prior menciono el pasadizo, me pregunte si pasaria por detras de la habitacion de las visitas. Teniais razon; examine los planos. Dios misericordioso, hice el agujero para ver los cuerpos desnudos. -Volvio a mirar a Mark, esta vez con una expresion de impotencia y colera-. Luego llegasteis vos… con el. Tenia que verlo; es tan delicado, es como la culminacion de… de mi busqueda. Mi ideal -murmuro, y de pronto empezo a hablar atropelladamente, casi farfullando-: Entraba en el pasadizo cuando suponia que os estariais levantando. Que Dios me perdone, pero estuve ayer mismo, y el dia en que enterramos al pobre Simon. Y esta manana he vuelto, no podia evitarlo… Oh, Senor, ?en que me he convertido? ?Puede un hombre caer mas bajo ante Dios? -se pregunto el sacristan llevandose un puno a la boca y mordiendoselo hasta hacerse sangre.
En ese momento se me ocurrio pensar que tambien me habria visto a mi mientras me vestia, que habria visto mi joroba, de la que Mark siempre apartaba los ojos por delicadeza. No fue una idea agradable.
– Escuchadme, hermano -le dije inclinandome hacia el-. Aun no se lo he contado a Mark. Pero quiero que me digais todo lo que sabeis sobre los asesinatos, todo lo que habeis estado ocultandome.
El hermano Gabriel se quito el puno de la boca y me miro con perplejidad.
– Pero, comisionado, no tengo nada mas que contaros… Mi verguenza era mi unico secreto. El resto de lo que os he dicho es cierto; no se nada sobre esos terribles hechos. No estaba espiando. La unica razon por la que utilice ese pasadizo fue para… para ver a los jovenes que llegaban de visita. -El sacristan expulso el aire de los pulmones con un estremecimiento-. Solo queria verlos.
– ?Y no ocultais nada mas?
– Nada, lo juro. Si pudiera hacer algo para ayudaros a resolver esos horribles crimenes, por Dios que lo haria.
Abrumado por la verguenza, el hermano Gabriel se derrumbo contra el muro, mientras yo sentia que la colera se apoderaba de mi ante la evidencia de que, una vez mas, la pista que seguia me habia llevado a un callejon sin salida. Movi la cabeza y resople con irritacion.
– A fe que me habeis hecho cavilar, hermano Gabriel. Creia que erais vos el asesino.
– Senor, se que deseais obtener la cesion del monasterio. Pero, os lo suplico, no os sirvais para ello de mis faltas. No permitais que mis pecados provoquen el final de San Donato.
– ?Por amor de Dios, no exagereis la importancia de vuestros pecados! Ese vicio solitario ni siquiera bastaria para justificar vuestro encausamiento. Si este monasterio se cierra, sera por otras causas. Pero me asombra y me apena que alguien malgaste su vida en tan extrana idolatria. Sois uno de los hombres mas dignos de lastima que conozco.
Avergonzado, el sacristan cerro los ojos. Luego los alzo hacia el cielo y empezo a mover los labios en una silenciosa plegaria. De pronto abrio la boca, y sus ojos, que seguian mirando al techo, se dilataron como si quisieran saltar de las orbitas. Perplejo, di un paso hacia el en el preciso instante en que lanzaba un grito y se arrojaba sobre mi con los brazos abiertos.
Lo que ocurrio a continuacion esta grabado en mi imaginacion tan vividamente que la pluma tiembla en mi mano mientras escribo. El sacristan embistio contra mi y cai al suelo de espaldas, con un golpe que me dejo sin aliento. Por un instante crei que habia perdido la cabeza y queria matarme. Lo mire y vi que estaba de pie junto a mi, contemplandome con ojos de loco. De pronto surgio algo que bajaba hacia nosotros haciendo silbar el aire, una enorme figura de piedra que se desplomo en el lugar en que me encontraba momentos antes y aplasto a Gabriel contra las losas. Aun me parece oir el formidable estruendo de la piedra chocando contra el suelo y el horrible crujido de los huesos del sacristan.
Me incorpore sobre un codo y me quede en el suelo, paralizado por el estupor, con la boca abierta y los ojos clavados en la estatua de san Donato, resquebrajada sobre el cadaver de Gabriel, del que solo veia un brazo, en medio del charco de sangre que empezaba a extenderse por las losas. La cabeza del santo, que se habia desprendido y yacia a mis pies, me miraba con una expresion compasiva, derramando lagrimas de pintura blanca.
De pronto, oi la voz de Mark, un grito como no habia oido jamas.
– ?Apartaos del muro!
Alce la vista. El pedestal de la estatua se tambaleaba al borde de la galeria, a veinte varas por encima de mi cabeza. Apenas me dio tiempo a distinguir una figura encapuchada que se movia tras el. Gatee hacia Mark un segundo antes de que el bloque de piedra impactara en el sitio que acababa de abandonar. Palido como la cera, Mark me agarro del brazo y me ayudo a levantarme.
– ?Alli arriba! -grito.
Segui su mirada. Una figura irreconocible corria por la galeria en direccion al presbiterio.
– Me ha salvado la vida -murmure mirando la estatua destrozada y el lago de sangre que seguia extendiendose a su alrededor-. ?Me ha salvado la vida!
– Senor -me urgio Mark en un susurro-. Lo tenemos. Esta en la galeria. Solo puede bajar por las escaleras del cancel.
Trate de poner orden en el tumulto de mi mente y mire hacia las escaleras de ambos extremos del cancel.
– Si, tienes razon. ?Lo has reconocido?
– No. Solo he visto que lleva habito y la capucha puesta. Ha ido hacia la cabecera de la iglesia. Si subimos cada uno por una escalera, podemos cerrarle el paso. Lo tenemos, no hay otro modo de bajar. ?Podeis hacerlo, senor?
– Si. Ayudame a levantarme.
Mark me ayudo a ponerme en pie y desenvaino la espada mientras yo aferraba el baston y respiraba hondo para calmar mi agitado corazon.
– Subiremos al mismo tiempo y nos mantendremos el uno a la vista del otro.
Mark asintio y se dirigio hacia la escalera de la derecha. Yo aparte los ojos del cadaver y tome la de la izquierda.
Subi despacio. El corazon me palpitaba de tal modo que notaba el golpeteo de la sangre en el cuello y veia luces blancas delante de mi. Me quite la pesada capa y la deje en la escalera. El frio me calo hasta los huesos, pero necesitaba libertad de movimientos para enfrentarme a aquel lance.
Las escaleras subian hasta la estrecha galeria que recorria el perimetro interior de la iglesia. El suelo era de rejilla de hierro y, a traves de el, podia ver las velas titilando ante el altar mayor y las hornacinas de los santos, la estatua resquebrajada y el enorme charco escarlata de la sangre de Gabriel. La pasarela no tenia mas de cuatro palmos de anchura, y lo unico que me separaba del vacio era un pasamanos de hierro. A unos pasos de donde me encontraba, las herramientas de los canteros formaban un desordenado monton junto a las cuerdas de las que pendia el cajon, sujetas al muro mediante gruesos roblones. Recorri la galeria con la mirada y maldije la falta de luz. Todas las ventanas estaban debajo de la pasarela, que permanecia envuelta en la penumbra. No podia verla en toda su extension, pero sabia que habia alguien delante de mi; no podia ser de otro modo. Empece a avanzar con cautela, agachandome de vez en cuando para pasar bajo las cuerdas.
La galeria estaba a la misma altura que la parte superior del cancel, que iba de un lado a otro de la nave. Tenia unos diez pies de anchura y soportaba las estatuas de san Juan Bautista, la Virgen y Nuestro Senor. Vistas desde abajo, parecian pequenas, pero ahora que las tenia cerca adverti, a pesar de la penumbra, que eran de tamano natural.
Con cuidado, agarrandome con fuerza al pasamanos, segui avanzando por la galeria y alejandome del cancel. La pasarela temblaba a mi paso y hubo un momento en que la barandilla se bamboleo bajo mi mano. Me dije que los canteros debian de utilizar la galeria para trabajar, pero no pude evitar preguntarme si la caida de la estatua y el pedestal la habrian debilitado.
Al otro lado de la nave, distingui a Mark, que avanzaba despacio procurando mantenerse a mi altura. Alzo la
