sometido a una inconcebible « diseccion psiquica ». Proposito: una recreacion, una reconstruccion experimental, basada en impresiones (las mas durables, sin duda) de la memoria de Fechner.

Se que parece fantastico, se que puedo equivocarme. ?Ayudame, te lo ruego! Estoy actualmente a bordo del Alarico,donde esperare tu respuesta.

Tuyo, A. »

Estaba oscuro; yo descifraba con dificultad los caracteres impresos que se desdibujaban en lo alto de la pagina gris; la ultima pagina sobre la aventura de Berton. Mi propia experiencia me inclinaba a pensar que Berton era un testigo fidedigno.

Me volvi a la ventana. Mi mirada se hundio en un abismo violaceo; algunos nubarrones resplandecian aun con un fulgor de ascuas sobre el horizonte. No veia el oceano, envuelto en sombras.

Las cintas de papel ondeaban perezosamente bajo la rejilla de los ventiladores; el aire silencioso olia levemente a ozono.

La decision de quedarnos en la Estacion no tenia nada de heroico. El tiempo del heroismo habia quedado atras; el tiempo de las grandes victorias interplanetarias, el tiempo de las expediciones audaces y los sacrificios. Fechner, primera victima del oceano, pertenecia a un pasado remoto. Ya casi no me preocupaba por saber quien era el « visitante » de Snaut o de Sartorius. Pronto, me decia, dejaremos de tener verguenza, de aislarnos. Si no podemos desembarazarnos de nuestros « visitantes », nos habituaremos a esa compania, viviremos con ellos. Si el Creador modifica las reglas del juego, nos adaptaremos a las nuevas reglas, aun cuando nos resistamos al principio, aun cuando uno de nosotros cediera a la desesperacion y se matara. Tarde o temprano, se restableceria cierto equilibrio.

La noche habia llegado, parecida a tantas noches de la Tierra. Solo distinguia los contornos blancos del lavabo y la superficie pulida del espejo.

Me levante. Hurgue a tientas entre los objetos amontonados en la repisa del lavabo. Encontre el paquete de algodon, me lave la cara con un pedazo humedo y fui a echarme en la cama…

Una falena batio las alas. No, era la cinta del ventilador. El zumbido ceso, recomenzo. Yo ya no veia ni siquiera la ventana, todo se confundia en la oscuridad. Un rayo luminoso, cayendo no se de donde, atraveso el espacio y se demoro ante mi. ?Sobre la pared o en el cielo negro? Recorde cuanto me habia asustado la vispera la mirada vacia de la noche; mi miedo me hizo sonreir. Ya no temia esa mirada. Ya no temia nada. Levante la muneca y consulte la corona de cifras fosforescentes. Una hora mas y llegaria la aurora del dia azul.

Respire hondo; saboreaba la oscuridad. Estaba vacio, liberado de todo pensamiento.

Al moverme, senti contra mi cadera la forma plana del magnetofono. Gibarian… una voz inmortalizada en bobinas de alambre. Me habia olvidado de resucitarlo, de escucharlo, unica cosa que ahora podia hacer por el. Meti la mano en el bolsillo y saque el magnetofono. Queria esconderlo debajo de la cama.

Oi un crujido y la puerta se abrio.

—?Kris? — Una voz inquieta susurraba mi nombre. — Kris, ?estas aqui? Hay tanta oscuridad…

Respondi:

— Si, estoy aqui, ven, no tengas miedo.

La conferencia

Estaba acostado de espaldas, la cabeza de Harey en el hueco de mi hombro; no pensaba en nada.

La oscuridad se poblaba. Oia pasos. Algo se amontonaba por encima de mi, cada vez mas arriba, en el infinito. La noche me traspasaba de lado a lado, se aduenaba de mi, me envolvia y me penetraba, impalpable, inconsistente. Petrificado, deje de respirar, no habia aire para respirar. Muy lejos, oia latir mi corazon, junte las fuerzas que me quedaban, toda mi atencion y espere la agonia. Esperaba… Me empequenecia, y el cielo invisible, sin horizonte, el espacio informe, sin nubes, sin estrellas, retrocedia, se extendia y crecia a mi alrededor. Yo trataba de trepar a mi cama, pero ya no habia cama, ya la oscuridad no escondia riada mas. Aprete las manos contra mi rostro… Ya no tenia dedos, no tenia manos. Hubiera querido gritar..

La alcoba flotaba en una penumbra azul que envolvia los muebles, los anaqueles atestados de libros, y borraba el color de los muros y de los objetos. Una blancura nacarada inundaba la ventana. Yo estaba empapado en sudor. Mire a un lado. Harey me observaba.

Alzo la cabeza.

—?Tienes el brazo dormido?

Los ojos de Harey tampoco tenian color; eran grises, luminosos sin embargo, detras de las pestanas negras.

—?Que? —Senti el murmullo como una caricia antes de comprender. — No. ?Ah, si! —dije por ultimo.

Apoye la mano en su hombro; sentia un hormigueo en los dedos.

—?Tuviste un mal sueno? — me pregunto.

La atraje hacia mi con la otra mano.

—?Un sueno? Si, sonaba. Y tu ?no dormiste?

— No se. No creo. No tengo sueno. Pero eso no debe impedirte dormir… ?Por que me miras asi?

Cerre los ojos. El corazon de Harey latia contra mi corazon. ?El corazon de Harey? Un simple accesorio, me dije. Pero ya nada me asombraba, ni siquiera mi propia indiferencia. Habia traspuesto las fronteras del miedo y la desesperacion. Habia llegado muy lejos. Nadie, jamas, habia llegado tan lejos.

Me apoye sobre el codo. ?La aurora, la dulzura del alba? Una tormenta silenciosa abrasaba el horizonte sin nubes. Un relampago, el primer rayo del sol azul, atraveso la estancia y se quebro en reflejos acerados; hubo un fuego cruzado de chispas, brotadas del espejo, de los picaportes, de los tubos niquelados; la luz se esparcia, se volcaba sobre todas las superficies pulidas y parecia querer conquistar un espacio mas vasto, hacer estallar la habitacion. Mire a Harey; las pupilas de los ojos grises se le habian contraido.

Harey me pregunto con una voz inexpresiva:

—?Ya termino la noche?

— Aqui, la noche nunca dura mucho.

—?Y nosotros?

—?Nosotros que?

—?Nos quedaremos mucho aqui?

Viniendo de ella, la pregunta no dejaba de tener un lado comico; pero cuando hable, en mi voz no habia ninguna alegria.

— Bastante, quiza. ?No tienes ganas de quedarte?

Harey no pestaneo. Me miraba atentamente. ?Habia pestaneado ahora? Yo no estaba seguro. Tiro de la manta y le vi en el brazo la pequena cicatriz rosada.

—?Por que me miras asi?

— Porque eres muy hermosa.

Ella me sonrio sin malicia, agradeciendo discretamente el cumplido.

—?De veras? Se diria que… es como si…

—?Que?

— Como si dudases de algo.

—?Que ocurrencia!

— Como si desconfiaras de mi, como si yo te hu-biese ocultado alguna cosa…

—?Absurdo!

— Por el modo como lo niegas, veo que no me equivoco.

La luz era enceguecedora. Protegiendome los ojos con la mano, busque mis gafas. Estaban sobre la mesa. Me arrodille, extendi el brazo y me cale las gafas negras.

Cuando me tendi a su lado, Harey sonrio:

—?Y yo?

Tarde un momento en comprender.

—?Gafas?

Me levante y me puse a buscar; abri cajones, corri libros, instrumentos… Encontre dos pares de gafas y se

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