Kashketin, que organizo la ejecucion de diez mil detenidos.
– Dios mio -exclamo Liudmila Nikolayevna-. Pero ?es que Stalin esta al corriente de estas atrocidades?
– Dios mio -dijo Nadia irritada, imitando a su madre-; ?no lo entiendes? Fue Stalin el que dio la orden de matarlos.
– ?Nadia! -exploto Shtrum-. ?Basta ya!
Como suele pasar con las personas que se dan cuenta de que alguien ha descubierto sus puntos debiles, Viktor se enfurecio y le grito a Nadia:
– No te olvides de que Stalin es el comandante supremo de un ejercito que combate contra el fascismo. Tu abuela confio en Stalin hasta el ultimo dia de su vida, nosotros vivimos y respiramos gracias a Stalin y el Ejercito Rojo… Primero aprende a sonarte la nariz sola, y luego ya podras atacar a Stalin, el hombre que ha cerrado el paso al fascismo en Stalingrado.
– Stalin esta en Moscu -replico Nadia-. Sabes muy bien quien ha detenido a los fascistas en Stalingrado. No acabo de entenderte: cuando venias de casa de los Sokolov decias las mismas cosas que yo…
Shtrum sintio un nuevo acceso de rabia contra Nadia, tan exacerbado que penso que le duraria el resto de su vida.
– Nunca he dicho nada parecido despues de visitar a los Sokolov. Te lo ruego, no inventes historias.
– ?Que sentido tiene recordar todos estos horrores -intervino Liudmila Nikolayevna- cuando tantos jovenes sovieticos estan sacrificando su vida por la patria?
Llegados a este punto, Nadia demostro explicitamente que estaba al tanto de las debilidades que encerraba el alma de su padre.
– Si, claro, ?no has dicho nada! Ahora que te va bien el trabajo y que han frenado el avance del ejercito aleman.
– Pero ?como…? -respondio Viktor Pavlovich-, ?como te atreves a sospechar de la honestidad de tu padre? Liudmila, ?oyes lo que esta diciendo?
Esperaba que su mujer lo apoyara, pero Liudmila no lo hizo.
– ?De que te sorprendes? -dijo ella en cambio-. Esta cansada de escucharte; son las mismas cosas de las que hablabas con tu Karimov y con ese repugnante de Madiarov. Maria lvanovna me ha puesto al corriente de vuestras conversaciones. En cualquier caso, ya has hablado mas que suficiente. Ay, ojala salgamos pronto hacia Moscu.
– Basta -dijo Shtrum-. Ya me conozco las lindezas que quieres decirme.
Nadia se callo; su rostro marchito y feo parecia el de una anciana. Le habia dado la espalda, pero cuando al fin Viktor logro captar la mirada de su hija, el odio que percibio en ella le dejo estupefacto.
El ambiente estaba tan cargado, tan enrarecido que apenas se podia respirar. Todo lo que durante anos vive en la sombra en el seno de casi todas las familias, y que aflora solo de vez en cuando para ser aplacado al instante por el amor y la confianza sincera, acababa de salir a la superficie, se habia desatado, desbordado para llenar sus vidas. Como si no existiera nada mas entre padre, madre e hija que incomprension, sospecha, odio, reproches.
?Acaso su destino comun solo habia engendrado discordia y alienacion?
– ?Abuela! -dijo Nadia.
Shtrurn y Liudmila miraron al mismo tiempo a Aleksandra Vladimirovna, que apretaba sus manos contra la frente, como aquejada por un dolor de cabeza insoportable.
Habia algo indescriptiblemente penoso en su impotencia. Ni ella ni su afliccion parecian ser necesarios a nadie, solo servian para molestar, irritar, alimentar la discordia familiar. Fuerte y severa durante toda su vida, ahora estaba alli sola, indefensa.
De pronto Nadia se arrodillo y apreto la frente contra las piernas de Aleksandra Vladimirovna.
– Abuela -susurro-. Abuela querida, buena…
Viktor Pavlovich se aproximo a la pared y encendio la radio; el altavoz de carton comenzo a ronquear, aullar, silbar. Parecia que la radio transmitiera el desapacible tiempo de la noche otonal que arreciaba sobre la primera linea del frente, sobre los pueblos incendiados, sobre las tumbas de los soldados, sobre Kolyma y Vorkuta, sobre los campos de aviacion, sobre los humedos techos de lona alquitranada que cubrian los hospitales de campana.
Shtrum miro el rostro sombrio de su mujer, se acerco a Aleksandra Vladimirovna, tomo sus manos entre las suyas y las beso. Luego se inclino y acaricio la cabeza de Nadia.
Daba la impresion de que nada hubiera ocurrido en aquellos minutos; en la habitacion estaban las mismas personas oprimidas por el mismo dolor y guiadas por un mismo destino. Solo ellos sabian que extraordinaria calidez colmaba en esos momentos sus corazones endurecidos…
De pronto resono en la habitacion una voz atronadora:
– En el transcurso del dia nuestras tropas han luchado contra el enemigo en las regiones de Stalingrado, el nordeste de Tuapse y Nalchik. No se ha producido ningun cambio en el resto de los frentes.
11
El teniente Peter Bach habia ido a parar al hospital a causa de una herida de bala en el hombro. La herida no era grave, y los camaradas que lo habian acompanado en el furgon sanitario le felicitaron por su buena suerte.
Con una sensacion de felicidad suprema y al mismo tiempo gimiendo de dolor, Bach se levanto, sostenido por un enfermero, para ir a tomar un bano.
El placer que sintio al entrar en el agua fue enorme.
– ?Mejor que en las trincheras? -pregunto el enfermero, y deseando decir algo agradable al herido, anadio-: Cuando le den el alta, seguro que todo estara en orden por alli.
Y apunto con la mano en direccion al lugar de donde llegaba un estampido regular, continuo.
– ?Hace poco que esta aqui? -pregunto Bach.
El enfermero froto la espalda del teniente con una esponja y luego respondio:
– ?Que es lo que le hace pensar eso?
– A nadie piensa que la guerra vaya a terminar pronto. M contrario, creen que va para largo.
El enfermero miro al oficial desnudo en la banera. Bach recordo que el personal de los hospitales tenia instrucciones de informar sobre las opiniones de los heridos, y las palabras que el acababa de pronunciar ponian de manifiesto su escepticismo respecto al poder de las fuerzas armadas.
Sin embargo repitio con total claridad:
– Si, enfermero, de momento nadie sabe como acabara todo esto.
?Por que habia repetido aquellas palabras tan peligrosas? Solo un hombre que vive en un imperio totalitario puede entenderlo. Las habia repetido porque le enfurecia el miedo que habia sentido al pronunciarlas la primera vez. Las habia repetido como mecanismo de autodefensa, para enganar con su despreocupacion a su presunto delator.
Luego, para borrar la mala impresion que pudiera haberle causado, declaro:
– Probablemente nunca, ni siquiera en el comienzo de la guerra, ha habido semejante concentracion de fuerzas. Creame, enfermero.
Asqueado por la esterilidad de aquel juego inutil y complejo, se entrego a un divertimento infantil, tratando de encerrar en su puno el agua tibia y jabonosa que salia disparada bien contra el borde de la banera, bien contra su propio rostro.
– El principio del lanzallamas -explico al enfermero.
?Que delgado estaba! Examinaba sus brazos desnudos, el pecho, y pensaba en la joven rusa que dos dias antes le habia besado. ?Acaso podia haber imaginado que en Stalingrado viviria una historia de amor con una mujer rusa? La verdad es que llamar a aquello historia de amor resultaba un tanto dificil. Se trataba mas bien de una aventura fortuita en tiempo de guerra. Con un telon de fondo insolito, extraordinario: se habian encontrado en un sotano; el se habia abierto paso entre las ruinas iluminadas por los destellos de las explosiones. Uno de esos encuentros que quedan tan bien descritos en los libros. Ayer tenia que haber ido a verla. Probablemente la chica creeria que lo habian matado. Cuando estuviera restablecido, volveria a verla. ?Quien habria ocupado ahora su lugar? La naturaleza aborrece el vacio…
Inmediatamente despues del bano lo llevaron a la sala de radiologia, donde el doctor lo coloco ante la pantalla.